lunes, 17 de febrero de 2014

obra de teatro: EDIPO REY de Sófocles

EDIPO REY
Sófocles

PERSONAJES
EDIPO. SACERDOTE. CREONTE. CORO DE ANCIANOS TEBANOS. TIRESIAS. YOCASTA. MENSAJERO. SERVIDOR DE LAYO. OTRO MENSAJERO.

(Delante del palacio de Edipo, en Tebas. Un grupo de ancianos y de jóvenes están sentados en las gradas del altar, en actitud suplicante, portando ramas de olivo. El Sacerdote de Zeus se adelanta solo hacia el palacio. Edipo sale seguido de dos ayudantes y contempla al grupo en silencio. Después les dirige la palabra.)
EDIPO.- ¡Oh hijos, descendencia nueva del antiguo Cadmo ¿Por qué estáis en actitud sedente ante mí, coronados con ramos de suplicantes? La ciudad está llena de incienso, a la vez que de cantos, de súplica y de gemidos, y yo, porque considero justo no enterarme por otros mensajeros, he venido en persona, yo, el llamado Edipo, famoso entre todos. Así que, oh anciano, ya que eres por tu condición a quien corresponde hablar, dime en nombre de todos: ¿cuál es la causa de que estéis así ante mí? ¿El temor, o el ruego? Piensa que yo querría ayudaros en todo. Sería insensible, si no me compadeciera ante semejante actitud.
SACERDOTE.- ¡Oh Edipo, que reinas en mi país! Ves de qué edad somos los que nos sentamos cerca de tus altares: unos, sin fuerzas aún para volar lejos; otros, torpes por la vejez, somos Sacerdotes -yo lo soy de Zeus-, y otros, escogidos entre los aún jóvenes. El resto del pueblo con sus ramos permanece sentado en las plazas en actitud de súplica, junto a los dos templos de Palas y junto a la ceniza profética de Ismeno. La ciudad, como tú mismo puedes ver, está ya demasiado agitada y no es capaz todavía de levantar la cabeza de las profundidades por la sangrienta sacudida. Se debilita en las plantas fructíferas de la tierra, en los rebaños de bueyes que pacen y en los partos infecundos de las mujeres. Además, la divinidad que produce la peste, precipitándose, aflige la ciudad. ¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos está despoblada la morada Cadmea, mientras el negro Hades se enriquece entre suspiros y lamentos! Ni yo ni estos jóvenes estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los dioses, pero sí el primero de los hombres en los sucesos de la vida y en las intervenciones de los dioses. Tú que, al llegar, liberaste la ciudad Cadmea del tributo que ofrecíamos a la cruel cantora y, además, sin haber visto nada más ni haber sido informado por nosotros, sino con la ayuda de un dios, se dice y se cree que enderezaste nuestra vida. Pero ahora, ¡oh Edipo, el más sabio entre todos!, te imploramos todos los que estamos aquí como suplicantes que nos consigas alguna ayuda, bien sea tras oír el mensaje de algún dios, o bien lo conozcas de un mortal. Pues veo que son efectivos, sobre todo, los hechos llevados a cabo por los consejos de los que tienen experiencia. ¡Ea, oh el mejor de los mortales!, endereza la ciudad. ¡Ea!, apresta tu guardia, porque esta tierra ahora te celebra como su salvador por el favor de antaño. Que de ninguna manera recordemos de tu reinado que vivimos, primero, en la prosperidad, pero caímos después; antes bien, levanta con firmeza la ciudad. Con favorable augurio, nos procuraste entonces la fortuna. Sénos también igual en esta ocasión. Pues, si vas a gobernar esta tierra, como lo haces, es mejor reinar con hombres en ella que vacía, que nada es una fortaleza ni una nave privadas de hombres que las pueblen.
EDIPO.- ¡Oh hijos dignos de lástima! Venís a hablarme porque anheláis algo conocido y no ignorado por mí. Sé bien que todos estáis sufriendo y, al sufrir, no hay ninguno de vosotros que padezca tanto como yo. En efecto, vuestro dolor llega sólo a cada uno en sí mismo y a ningún otro, mientras que mi ánimo se duele, al tiempo, por la ciudad y por mí y por ti. De modo que no me despertáis de un sueño en el que estuviera
sumido, sino que estad seguros de que muchas lágrimas he derramado yo y muchos caminos he recorrido en el curso de mis pensamientos. El único remedio que he encontrado, después de reflexionar a fondo, es el que he tomado: envié a Creonte, hijo de Meneceo, mi propio cuñado, a la morada Pítica de Febo, a fin de que se enterara de lo que tengo que hacer o decir para proteger esta ciudad. Y ya hoy mismo, si lo calculo en comparación con el tiempo pasado, me inquieta qué estará haciendo, pues, contra lo que es razonable, lleva ausente más tiempo del fijado. Sería yo malvado si, cuando llegue, no cumplo todo cuanto el dios manifieste.
SACERDOTE.- Con oportunidad has hablado. Precisamente éstos me están indicando por señas que Creonte se acerca.
EDIPO.- ¡Oh soberano Apolo! ¡Ojalá viniera con suerte liberadora, del mismo modo que viene con rostro radiante!
SACERDOTE.- Por lo que se puede adivinar, viene complacido. En otro caso no vendría así, con la cabeza coronada de frondosas ramas de laurel.
EDIPO.- Pronto lo sabremos, pues ya está lo suficientemente cerca para que nos escuche. ¡Oh príncipe, mi pariente, hijo de Meneceo! ¿Con qué respuesta del oráculo nos llegas?
(Entra Creonte en escena.)
CREONTE.- Con una buena. Afirmo que incluso las aflicciones, si llegan felizmente a término, todas pueden resultar bien.
EDIPO.- ¿Cuál es la respuesta? Por lo que acabas de decir, no estoy ni tranquilo ni tampoco preocupado.
CREONTE.- Si deseas oírlo estando éstos aquí cerca, estoy dispuesto a hablar y también, si lo deseas, a ir dentro.
EDIPO.- Habla ante todos, ya que por ellos sufro una aflicción mayor, incluso, que por mi propia vida.
CREONTE.- Diré las palabras que escuché de parte del dios. El soberano Febo nos ordenó, claramente, arrojar de la región una mancilla que existe en esta tierra y no mantenerla para que llegue a ser irremediable.
EDIPO.- ¿Con qué expiación? ¿Cuál es la naturaleza de la desgracia?
CREONTE.- Con el destierro o liberando un antiguo asesinato con otro, puesto que esta sangre es la que está sacudiendo la ciudad.
EDIPO.- ¿De qué hombre denuncia tal desdicha?
CREONTE.- Teníamos nosotros, señor, en otro tiempo a Layo como soberano de esta tierra, antes de que tú rigieras rectamente esta ciudad.
EDIPO.- Lo sé por haberlo oído, pero nunca lo vi.
CREONTE.- Él murió y ahora nos prescribe claramente que tomemos venganza de los culpables con violencia,
EDIPO.- ¿En qué país pueden estar? ¿Dónde podrá encontrarse la huella de una antigua culpa, difícil de investigar?
CREONTE.- Afirmó que en esta tierra. Lo que es buscado puede ser cogido, pero se escapa lo que pasamos por alto.
EDIPO.- ¿Se encontró Layo con esta muerte en casa, o en el campo, o en algún otro país?
CREONTE.- Tras haber marchado, según dijo, a consultar al oráculo, y una vez fuera, ya no volvió más a casa.
EDIPO.- ¿Y ningún mensajero ni compañero de viaje lo vio, de quien, informándose, pudiera sacarse alguna ventaja?
CREONTE.- Murieron, excepto uno, que huyó despavorido y sólo una cosa pudo decir con seguridad de lo que vio.
EDIPO.- ¿Cuál? Porque una sola podría proporcionarnos el conocimiento de muchas, si consiguiéramos un pequeño principio de esperanza.
CREONTE.- Decía que unos ladrones con los que se tropezaron le dieron muerte, no con el rigor de una sola mano, sino de muchas.
EDIPO.- ¿Cómo habría llegado el ladrón a semejante audacia, si no se hubiera proyectado desde aquí con dinero?
CREONTE.- Eso era lo que se creía. Pero, después que murió Layo, nadie surgía como su vengador en medio de las desgracias.
EDIPO.- ¿Qué tipo de desgracia se presentó que impedía, caída así la soberanía, averiguarlo?
CREONTE.- La Esfinge, de enigmáticos cantos, nos determinaba a atender a lo que nos estaba saliendo al paso, dejando de lado lo que no teníamos a la vista.
EDIPO.- Yo lo volveré a sacar a la luz desde el principio, ya que Febo, merecidamente, y tú, de manera digna, pusisteis tal solicitud en favor del muerto; de manera que veréis también en mí, con razón, a un aliado para vengar a esta tierra al mismo tiempo que al dios. Pues no para defensa de lejanos amigos sino de mí mismo alejaré yo en persona esta mancha. El que fuera el asesino de aquél tal vez también de mí podría querer vengarse con violencia semejante. Así, pues, auxiliando a aquél me ayudo a mí mismo. Vosotros, hijos, levantaos de las gradas lo más pronto que podáis y recoged estos ramos de suplicantes. Que otro congregue aquí al pueblo de Cadmo sabiendo que yo voy a disponerlo todo. Y con la ayuda de la divinidad apareceré triunfante o fracasado.
(Entran Edipo y Creonte en el palacio.)
SACERDOTE.- Hijos, levantémonos. Pues con vistas a lo que él nos promete hemos venido aquí. ¡Ojalá que Febo, el que ha enviado estos oráculos, llegue como salvador y ponga fin a la epidemia!
(Salen de la escena y, seguidamente, entra en ella el Coro de ancianos tebanos.)
CORO. ESTROFA 1ª ¡Oh dulce oráculo de Zeus! ¿Con qué espíritu has llegado desde Pito, la rica en oro, a la ilustre Tebas? Mi ánimo está tenso por el miedo, temblando de espanto, ¡oh dios, a quien se le dirigen agudos gritos, Delios, sanador! Por ti estoy lleno de temor. ¿Qué obligación de nuevo me vas a imponer, bien inmediatamente o después del transcurrir de los años? Dímelo, ¡oh hija de la áurea Esperanza, palabra inmortal!
ANTÍSTROFA 1ª Te invoco la primera, hija de Zeus, inmortal Atenea, y a tu hermana, Artemis, protectora del país, que se asienta en glorioso trono en el centro del ágora y a Apolo el que flecha a distancia. ¡Ay! Haceos visibles para mí, los tres, como preservadores de la muerte. Si ya anteriormente, en socorro de una desgracia sufrida por la ciudad, conseguisteis arrojar del lugar el ardor de la plaga, presentaos también ahora.
ESTROFA 2ª ¡Ay de mí! Soporto dolores sin cuento. Todo mi pueblo está enfermo y no existe el arma de la reflexión con la que uno se pueda defender. Ni crecen los frutos de la noble tierra ni las mujeres tienen que soportar
quejumbrosos esfuerzos en sus partos. Y uno tras otro, cual rápido pájaro, puedes ver que se precipitan, con más fuerza que el fuego irresistible, hacia la costa del dios de las sombras.
ANTÍSTROFA 2ª La población perece en número incontable. Sus hijos, abandonados, yacen en el suelo, portadores de muerte, sin obtener ninguna compasión. Entretanto, esposas y, también, canosas madres gimen por doquier en las gradas de los templos, en actitud de suplicantes, a causa de sus tristes desgracias. Resuena el peán y se oye, al mismo tiempo, un sonido de lamentos. En auxilio de estos males, ¡oh dura hija de Zeus!, envía tu ayuda, de agraciado rostro.
ESTROFA 3ª. Concede que el terrible Ares, que ahora sin la protección de los escudos me abrasa saliéndome al encuentro a grandes gritos, se dé la vuelta en su carrera, lejos de los confines de la patria, bien hacia el inmenso lecho de Anfitrita, bien hacia la inhóspita agitación de los puertos tracios. Pues si la noche deja algo pendiente, a terminarlo después llega el día. A ése, ¡oh tú, que repartes las fuerzas de los abrasadores relámpagos, oh Zeus padre!, destrúyelo bajo tu rayo.
ANTÍSTROFA 3ª. Soberano Liceo, quisiera que tus flechas invencibles que parten de cuerdas trenzadas en oro se distribuyeran, colocadas delante, como protectoras y, también, las antorchas llameantes de Ártemis con las que corre por los montes de Licia. Invoco al de la mitra de oro, el que da nombre a esta región, a Baco, el de rojizo color, al del evohé, compañero de las ménades, ¡que se acerque resplandeciente con refulgente antorcha contra el dios odioso entre los dioses!
(Sale Edipo y se dirige al Coro.)
EDIPO.- Suplicas. Y de lo que suplicas podrías obtener remedio y alivio en tus desgracias, si quisieras acoger mis palabras cuando las oigas y prestar servicio en esta enfermedad. Y yo diré lo que sigue, como quien no tiene nada que ver con este relato ni con este hecho. Porque yo mismo no podría seguir por mucho tiempo la pista sin tener ni un rastro. Pero, como ahora he venido a ser un ciudadano entre ciudadanos, os diré a todos vosotros, cadmeos, lo siguiente: aquel de vosotros que sepa por obra de quién murió Layo, el hijo de Lábdaco, le ordeno que me lo revele todo y, si siente temor, que aleje la acusación que pesa contra sí mismo, ya que ninguna otra pena sufrirá y saldrá sano y salvo del país. Si alguien, a su vez, conoce que el autor es otro de otra tierra, que no calle. Yo le concederé la recompensa a la que se añadirá mi gratitud. Si, por el contrario, calláis y alguno temiendo por un amigo o por sí mismo trata de rechazar esta orden, lo que haré con ellos debéis escucharme. Prohíbo que en este país, del que yo poseo el poder y el trono, alguien acoja y dirija la palabra a este hombre, quienquiera que sea, y que se haga partícipe con él en súplicas o sacrificios a los dioses y que le permita las abluciones. Mando que todos le expulsen, sabiendo que es una impureza para nosotros, según me lo acaba de revelar el oráculo pítico del dios. Ésta es la clase de alianza que yo tengo para con la divinidad y para el muerto. Y pido solemnemente que, el que a escondidas lo ha hecho, sea en solitario, sea en compañía de otros, desventurado, consuma su miserable vida de mala manera. E impreco para que, si llega a estar en mi propio palacio y yo tengo conocimiento de ello, padezca yo lo que acabo de desear para éstos. Y a vosotros os encargo que cumpláis todas estas cosas por mí mismo, por el dios y por este país tan consumido en medio de esterilidad y desamparo de los dioses. Pues, aunque la acción que llevamos a cabo no hubiese sido promovida por un dios, no sería natural que vosotros la dejarais sin expiación, sino que debíais hacer averiguaciones por haber perecido un hombre excelente y, a la vez, rey. Ahora, cuando yo soy el que me encuentro con el poder que antes tuvo aquél, en posesión del lecho y de la mujer fecundada, igualmente, por los dos, y hubiéramos tenido en común el nacimiento de hijos comunes, si su descendencia no se hubiera malogrado -pero la adversidad se lanzo contra su cabeza-, por todo esto yo, como si mi padre fuera, lo defenderé y llegaré a todos los medios tratando de capturar al autor del asesinato para provecho del hijo de Lábdaco, descendiente de Polidoro y de su antepasado Cadmo, y del antiguo Agenor. Y pido, para los que no hagan esto, que los dioses no les hagan brotar ni cosecha alguna de la tierra ni hijos de las mujeres, sino que perezcan a causa de la desgracia en que se encuentran y aún peor que ésta. Y a vosotros, los demás Cadmeos, a quienes esto os parezca bien, que la Justicia como aliada y todos los demás dioses os asistan con buenos consejos.
CORIFEO.- Tal como me has cogido inmerso en tu maldición, te hablaré, oh rey. Yo ni le maté ni puedo señalar a quien lo hizo. En esta búsqueda, era propio del que nos la ha enviado, de Febo, decir quién lo ha hecho.
EDIPO.- Con razón hablas. Pero ningún hombre podría obligar a los dioses a algo que no quieran.
CORIFEO.- En segundo lugar, después de eso, te podría decir lo que yo creo.
EDIPO.- También, si hay un tercer lugar, no dejes de decirlo.
CORO.- Sé que, más que ningún otro, el noble Tiresias ve lo mismo que el soberano Febo, y de él se podría tener un conocimiento muy exacto, si se le inquiriera, señor.
EDIPO.- No lo he echado en descuido sin llevarlo a la práctica; pues, al decírmelo Creonte, he enviado dos mensajeros. Me extraña que no esté presente desde hace rato.
CORIFEO.- Entonces los demás rumores son ineficaces y pasados.
EDIPO.- ¿Cuáles son? Pues atiendo a toda clase de rumor.
CORIFEO.- Se dijo que murió a manos de unos caminantes.
EDIPO.- También yo lo oí. Pero nadie conoce al que lo vio.
CORIFEO.- Si tiene un poco de miedo, no aguardará después de oír tus maldiciones.
EDIPO.- El que no tiene temor ante los hechos tampoco tiene miedo a la palabra.
(Entra Tiresias con los enviados por Edipo. Un niño le acompaña.)
CORIFEO.- Pero ahí está el que lo dejará al descubierto. Éstos traen ya aquí al sagrado adivino, al único de los mortales en quien la verdad es innata.
EDIPO.- ¡Oh Tiresias, que todo lo manejas, lo que debe ser enseñado y lo que es secreto, los asuntos del cielo y los terrenales! Aunque no ves, comprendes, sin embargo, de qué mal es víctima nuestra ciudad. A ti te reconocemos como único defensor y salvador de ella, señor. Porque Febo, si es que no lo has oído a los mensajeros, contestó a nuestros embajadores que la única liberación de esta plaga nos llegaría si, después de averiguarlo correctamente, dábamos muerte a los asesinos de Layo o les hacíamos salir desterrados del país. Tú, sin rehusar ni el sonido de las aves ni ningún otro medio de adivinación, sálvate a ti mismo y a la ciudad y sálvame a mí, y líbranos de toda impureza originada por el muerto. Estamos en tus manos. Que un hombre preste servicio con los medios de que dispone y es capaz, es la más bella de las tareas.
TIRESIAS.- ¡Ay, ay! ¡Qué terrible es tener clarividencia cuando no aprovecha al que la tiene! Yo lo sabía bien, pero lo he olvidado, de lo contrario no hubiera venido aquí.
EDIPO.- ¿Qué pasa? ¡Qué abatido te has presentado!
TIRESIAS.- Déjame ir a casa. Más fácilmente soportaremos tú lo tuyo y yo lo mío si me haces caso.
EDIPO.- No hablas con justicia ni con benevolencia para la ciudad que te alimentó, si le privas de tu augurio.
TIRESIAS.- Porque veo que tus palabras no son oportunas para ti. ¡No vaya a ser que a mí me pase lo mismo...!
(Hace ademán de retirarse.)
EDIPO.- No te des la vuelta, ¡por los dioses!, si sabes algo, ya que te lo pedimos todos los que estamos aquí como suplicantes.
TIRESIAS.- Todos han perdido el juicio. Yo nunca revelaré mis desgracias, por no decir las tuyas.
EDIPO.- ¿Qué dices? ¿Sabiéndolo no hablarás, sino que piensas traicionarnos y destruir a la ciudad?
TIRESIAS.- Yo no quiero afligirme a mí mismo ni a ti. ¿Por qué me interrogas inútilmente? No te enterarás por mí.
EDIPO.- ¡Oh el más malvado de los malvados, pues tú llegarías a irritar, incluso, a una roca! ¿No hablarás de una vez, sino que te vas a mostrar así de duro e inflexible?
TIRESIAS.- Me has reprochado mi obstinación, y no ves la que igualmente hay en ti, y me censuras.
EDIPO.- ¿Quién no se irritaría al oír razones de esta clase con las que tú estás perjudicando a nuestra ciudad?
TIRESIAS.- Llegarán por sí mismas, aunque yo las proteja con el silencio.
EDIPO.- Pues bien, debes manifestarme incluso lo que está por llegar.
TIRESIAS.- No puedo hablar más. Ante esto, si quieres irrítate de la manera más violenta.
EDIPO.- Nada de lo que estoy advirtiendo dejaré de decir, según estoy de encolerizado. Has de saber que parece que tú has ayudado a maquinar el crimen y lo has llevado a cabo en lo que no ha sido darle muerte con tus manos. Y si tuvieras vista, diría que, incluso, este acto hubiera sido obra de ti solo.
TIRESIAS.- ¿De verdad? Y yo te insto a que permanezcas leal al edicto que has proclamado antes y a que no nos dirijas la palabra ni a éstos ni a mí desde el día de hoy, en la idea de que tú eres el azote impuro de esta tierra.
EDIPO.- ¿Con tanta desvergüenza haces esta aseveración? ¿De qué manera crees poderte escapar a ella?
TIRESIAS.- Ya lo he hecho. Pues tengo la verdad como fuerza.
EDIPO.- ¿Por quién has sido enseñado? Pues, desde luego, de tu arte no procede.
TIRESIAS.- Por ti, porque me impulsaste a hablar en contra de mi voluntad.
EDIPO.- ¿Qué palabras? Dilo, de nuevo, para que aprenda mejor.
TIRESIAS.- ¿No has escuchado antes? ¿O es que tratas de que hable?
EDIPO.- No como para decir que me es comprensible. Dilo de nuevo.
TIRESIAS.- Afirmo que tú eres el asesino del hombre acerca del cual están investigando.
EDIPO.- No dirás impunemente dos veces estos insultos.
TIRESIAS.- En ese caso, ¿digo también otras cosas para que te irrites aún más?
EDIPO.- Di cuanto gustes, que en vano será dicho.
TIRESIAS.- Afirmo que tú has estado conviviendo muy vergonzosamente, sin advertirlo, con los que te son más queridos y que no te das cuenta en qué punto de desgracia estás.
EDIPO.- ¿Crees tú, en verdad, que vas a seguir diciendo alegremente esto?
TIRESIAS.- Sí, si es que existe alguna fuerza en la verdad.
EDIPO.- Existe, salvo para ti. Tú no la tienes, ya que estás ciego de los oídos, de la mente y de la vista.
TIRESIAS.- Eres digno de lástima por echarme en cara cosas que a ti no habrá nadie que no te reproche pronto.
EDIPO.- Vives en una noche continua, de manera que ni a mí, ni a ninguno que vea la luz, podrías perjudicar nunca.
TIRESIAS.- No quiere el destino que tú caigas por mi causa, pues para ello se basta Apolo, a quien importa llevarlo a cabo.
EDIPO.- ¿Esta invención es de Creonte o tuya?
TIRESIAS.- Creonte no es ningún dolor para ti, sino tú mismo.
EDIPO.- ¡Oh riqueza, poder y saber que aventajas a cualquier otro saber en una vida llena de encontrados intereses! ¡Cuánta envidia acecha en vosotros, si, a causa de este mando que la ciudad me confió como un don -sin que yo lo pidiera-, Creonte, el que era leal, el amigo desde el principio, desea expulsarme deslizándose a escondidas, tras sobornar a semejante hechicero, maquinador y charlatán engañoso, que sólo ve en las ganancias y es ciego en su arte! Porque, ¡ea!, dime, ¿en qué fuiste tú un adivino infalible? ¿Cómo es que no dijiste alguna palabra que liberara a estos ciudadanos cuando estaba aquí la perra cantora Y, ciertamente, el enigma no era propio de que lo discurriera cualquier persona que se presentara, sino que requería arte adivinatoria que tú no mostraste tener, ni procedente de las aves ni conocida a partir de alguno de los dioses. Y yo, Edipo, el que nada sabía, llegué y la hice callar consiguiéndolo por mi habilidad, y no por haberlo aprendido de los pájaros. A mí es a quien tú intentas echar, creyendo que estarás más cerca del trono de Creonte. Me parece que tú y el que ha urdido esto tendréis que lograr la purificación entre lamentos. Y si no te hubieses hecho valer por ser un anciano, hubieras conocido con sufrimientos qué tipo de sabiduría tienes.
CORIFEO.- Nos parece adivinar que las palabras de éste y las tuyas, Edipo, han sido dichas a impulsos de la cólera. Pero no debemos ocuparnos en tales cosas, sino en cómo resolveremos los oráculos del dios de la mejor manera.
TIRESIAS.- Aunque seas el rey, se me debe dar la misma oportunidad de replicarte, al menos con palabras semejantes. También yo tengo derecho a ello, ya que no vivo sometido a ti sino a Loxias, de modo que no podré ser inscrito como seguidor de Creonte, jefe de un partido. Y puesto que me has echado en cara que soy ciego, te digo: aunque tú tienes vista, no ves en qué grado de desgracia te encuentras ni dónde habitas ni con quiénes transcurre tu vida. ¿Acaso conoces de quiénes desciendes? Eres, sin darte cuenta, odioso para los tuyos, tanto para los de allí abajo como para los que están en la tierra, y la maldición que por dos lados te golpea, de tu madre y de tu padre, con paso terrible te arrojará, algún día, de esta tierra, y tú, que ahora ves claramente, entonces estarás en la oscuridad. ¡Qué lugar no será refugio de tus gritos!, ¡qué Citerón no los recogerá cuando te des perfecta cuenta del infausto matrimonio en el que tomaste puerto en tu propia casa después de conseguir una feliz navegación! Y no adviertes la cantidad de otros males que te igualarán a tus hijos. Después de esto, ultraja a Creonte y a mi palabra. Pues ningún mortal será aniquilado nunca de peor forma que tú.
EDIPO.- ¿Es que es tolerable escuchar esto de ése? ¡Maldito seas! ¿No te irás cuanto antes? ¿No te irás de esta casa, volviendo por donde has venido?
TIRESIAS.- No hubiera venido yo, si tú no me hubieras llamado.
EDIPO.- No sabía que ibas a decir necedades. En tal caso, difícilmente te hubiera hecho venir a mi palacio.
Tiresias.- Yo soy tal cual te parezco, necio, pero para los padres que te engendraron era juicioso.
EDIPO.- ¿A quiénes? Aguarda. ¿Qué mortal me dio el ser?
TIRESIAS.- Este día te engendrará y te destruirá.
EDIPO.- ¡De qué modo enigmático y oscuro lo dices todo!
TIRESIAS.- ¿Acaso no eres tú el más hábil por naturaleza para interpretarlo?
EDIP0.- Échame en cara, precisamente, aquello en lo que me encuentras grande.
TIRESIAS.- Esa fortuna, sin embargo, te hizo perecer.
EDIPO.- Pero si salvo a esta ciudad, no me preocupa.
TIRESIAS.- En ese caso me voy. Tú, niño, condúceme.
EDIPO.- Que te lleve, sí, porque aquí, presente, eres un molesto obstáculo; y, una vez fuera, puede ser que no atormentes más.
TIRESIAS.- Me voy, porque ya he dicho aquello para lo que vine, no porque tema tu rostro. Nunca me podrás perder. Y te digo: ese hombre que, desde hace rato, buscas con amenazas y con proclamas a causa del asesinato de Layo está aquí. Se dice que es extranjero establecido aquí, pero después saldrá a la luz que es tebano por su linaje y no se complacerá de tal suerte. Ciego, cuando antes tenía vista, y pobre, en lugar de rico, se trasladará a tierra extraña tanteando el camino con un bastón. Será manifiesto que él mismo es, a la vez, hermano y padre de sus propios hijos, hijo y esposo de la mujer de la que nació y de la misma raza, así como asesino de su padre. Entra y reflexiona sobre esto. Y si me coges en mentira, di que yo ya no tengo razón en el arte adivinatorio.
(Tiresias se aleja y Edipo entra en palacio.)
CORO ESTROFA 1ª ¿Quién es aquel al que la profética roca délfica nombró como el que ha llevado a cabo, con sangrientas manos, acciones indecibles entre las indecibles? Es el momento para que él, en la huida, fuerce un paso más poderoso que el de caballos rápidos como el viento, pues contra él se precipita, armado con fuego y relámpagos, el hijo de Zeus. Y, junto a él, siguen terribles las infalibles diosas de la Muerte.
ANTÍSTROFA 1ª No hace mucho resonó claramente, desde el nevado Parnaso, la voz que anuncia que, por doquier, se siga el rastro al hombre desconocido. Va de un lado a otro bajo el agreste bosque y por cuevas y grutas, cual un toro que vive solitario, desgraciado, de desgraciado andar, rehuyendo los oráculos procedentes del centro de la tierra. Pero éstos, siempre vivos, revolotean alrededor.
ESTROFA 2ª De terrible manera, ciertamente, de terrible manera me perturba el sabio adivino, ya lo crea, ya niegue. ¿Qué diré? Lo ignoro. Estoy traído y llevado por las esperanzas, sin ver ni el presente ni lo que hay detrás. Yo nunca he sabido, ni antes ni ahora, qué motivo de disputa había entre los Labdácidas y el hijo de Pólibo, que, por haberlo probado, me haga ir contra la pública fama de Edipo, como vengador para los Labdácidas de muertes no claras.
ANTÍSTROFA 2ª Por una parte, cierto es que Zeus y Apolo son sagaces y conocedores de los asuntos de los mortales, pero que un adivino entre los hombres obtenga mayor éxito que yo, no es un juicio verdadero. Un hombre podría contraponer sabiduría a sabiduría. Y yo nunca, hasta ver que la profecía se cumpliera, haría patentes los reproches. Porque, un día, llegó contra él, visible, la alada doncella y quedó claro, en la prueba, que era sabio y amigo para la ciudad. Por ello, en mi corazón nunca será culpable de maldad
(Entra Creonte.)
CREONTE.- Ciudadanos, habiéndome enterado de que el rey Edipo me acusa con terribles palabras, me presento sin poder soportarlo. Pues si en los males presentes cree haber sufrido de mi parte con palabras o con obras algo que le lleve a un perjuicio, no tengo deseo de una vida que dure mucho tiempo con esta fama. El daño que me reporta esta acusación no es sin importancia, sino gravísimo, si es que voy a ser llamado malvado en la ciudad, y malvado ante ti y ante los amigos.
CORIFEO.- Tal vez haya llegado a este ultraje forzado por la cólera, más que intencionadamente.
CREONTE.- Fue declarado por éste abiertamente que, persuadido por mis consejeros, el adivino decía palabras falaces?
CORIFEO.- Eso dijo, pero no sé con qué intención.
CREONTE.- ¿Y, con la mirada y la mente rectas, lanzó esta acusación contra mí?
CORIFEO.- No sé, pues no conozco lo que hacen los que tienen el poder. Pero él, en persona, sale ya del palacio.
(Entra Edipo en escena.)
EDIPO.- ¡Tú, ése! ¿Cómo has venido aquí? ¿Eres, acaso, persona de tanta osadía que has llegado a mi casa, a pesar de que es evidente que tú eres el asesino de este hombre y un usurpador manifiesto de mi soberanía? ¡Ea, dime, por los dioses! ¿Te decidiste a actuar así por haber visto en mí alguna cobardía o locura? ¿O pensabas que no descubriría que tu acción se deslizaba con engaño, o que no me defendería al averiguarlo? ¿No es tu intento una locura: buscar con ahínco la soberanía sin el apoyo del pueblo y de los amigos, cuando se obtiene con la ayuda de aquél y de las riquezas?
CREONTE.- ¿Sabes lo que vas a hacer? Opuestas a tus palabras, escúchame palabras semejantes y, después de conocerlas, juzga tú mismo.
EDIPO.- Tú eres diestro en el hablar y yo soy torpe para comprenderte, porque he descubierto que eres hostil y molesto para mí.
CREONTE.- En lo que a esto se refiere, óyeme primero cómo lo voy a contar.
EDIPO.- En lo que a esto se refiere, no me digas que no eres un malvado.
CREONTE.- Si crees que la presunción separada de la inteligencia es un bien, no razonas bien.
EDIPO.- Si crees que perjudicando a un pariente no sufrirás la pena, no razonas correctamente.
CREONTE.- De acuerdo contigo en que has dicho esto con toda razón. Pero infórmame qué perjuicio dices que has recibido.
EDIPO.- ¿Intentabas persuadirme, o no, de que era necesario que enviara a alguien a buscar al venerable adivino?
CREONTE.- Y soy aún el mismo en lo que a ese consejo se refiere.
EDIPO.- ¿Cuánto tiempo hace ya desde que Layo...
CREONTE.- ¿Qué fue lo que hizo? No entiendo.
EDIPO.- ... sin que fuera visible, pereciera en un asesinato?
CREONTE.- Podrían contarse largos y antiguos años.
EDIPO.- ¿Ejercería entonces su arte ese adivino?
CREONTE.- Sí, tan sabiamente como antes y honrado por igual.
EDIPO.- ¿Hizo mención de mí para algo en aquel tiempo?
CREONTE.- No, ciertamente, al menos cuando yo estaba presente.
EDIPO.- Pero, ¿no hicisteis investigaciones acerca del muerto?
CREONTE.- Las hicimos, ¿cómo no? Y no conseguimos nada.
EDIPO.- ¿Y cómo, pues, ese sabio no dijo entonces estas cosas?
CREONTE.- No lo sé. De lo que no comprendo, prefiero guardar silencio.
EDIPO.- Sólo lo que sabes podrías decirlo con total conocimiento.
CREONTE.- ¿Qué es ello? Si lo sé, no lo negaré.
EDIPO.- Que, si no hubiera estado concertado contigo, no hubiera hablado de la muerte de Layo a mis manos.
CREONTE.- Si esto dice, tú lo sabes. Yo considero justo informarme de ti, lo mismo que ahora tú lo has hecho de mí.
EDIPO.- Haz averiguaciones. No seré hallado culpable de asesinato.
CREONTE.- ¿Y qué? ¿Estás casado con mi hermana?
EDIPO.- No es posible negar la pregunta que me haces.
CREONTE.- ¿Gobiernas el país administrándolo con igual poder que ella?
EDIPO.- Lo que desea, todo lo obtiene de mí.
CREONTE.- ¿Y no es cierto que, en tercer lugar, yo me igualo a vosotros dos?
EDIPO.- Por eso, precisamente, resultas ser un mal amigo.
CREONTE.- No si me das la palabra como yo a ti mismo. Considera primeramente esto: si crees que alguien preferiría gobernar entre temores a dormir tranquilo, teniendo el mismo poder. Por lo que a mí respecta, no tengo más deseo de ser rey que de actuar como si lo fuera, ni ninguna otra persona que sepa razonar. En efecto, ahora lo obtengo de ti todo sin temor, pero, si fuera yo mismo el que gobernara, haría muchas cosas también contra mi voluntad. ¿Cómo, pues, iba a ser para mí más grato el poder absoluto, que un mando y un dominio exentos de sufrimientos? Aún no estoy tan mal aconsejado como para desear otras cosas que no sean los honores acompañados de provecho. Actualmente, todos me saludan y me acogen con cariño. Los que ahora tienen necesidad de ti me halagan, pues en esto está, para ellos, el obtener todo. ¿Cómo iba yo, pues, a pretender aquello desprendiéndome de esto? Una mente que razona bien no puede volverse torpe. No soy, por tanto, amigo de esta idea ni soportaría nunca la compañía de quien lo hiciera. Y, como prueba de esto, ve a Delfos y entérate si te he anunciado fielmente la respuesta del oráculo. Y otra cosa: si me sorprendes habiendo tramado algo en común con el adivino, tras hacerlo, no me condenes a muerte por un solo voto, sino por dos, por el tuyo y el mío; pero no me inculpes por tu cuenta a causa de una suposición no probada. No es justo considerar, sin fundamento, a los malvados honrados ni a los honrados malvados. Afirmo que es igual rechazar a un buen amigo que a la propia vida, a la que se estima sobre todas las cosas. Con el tiempo, podrás conocer que esto es cierto, ya que sólo el tiempo muestra al hombre justo, mientras que podrías conocer al perverso en un solo día.
CORIFEO.- Bien habló él, señor, para quien sea cauto en errar. Pues los que se precipitan no son seguros para dar una opinión.
EDIPO.- Cuando el que conspira a escondidas avanza con rapidez, preciso es que también yo mismo planee con la misma rapidez. Si espero sin moverme, los proyectos de éste se convertirán en hechos y los míos, en frustraciones.
CREONTE.- ¿Qué pretendes, entonces? ¿Acaso arrojarme fuera del país?
EDIPO.- En modo alguno. Que mueras quiero, no que huyas.
CREONTE.- Cuando expliques cuál es la clase de aborrecimiento...
EDIPO.- ¿Quieres decir que no me obedecerás ni me darás crédito?
CREONTE.- ...pues veo que tú no razonas con cordura.
EDIPO.- Sí, al menos, en lo que me afecta.
CREONTE.- Pero es preciso que lo hagas también en lo mío.
EDIPO.- Tú eres un malvado.
CREONTE.- ¿Y si es que tú no comprendes nada?
EDIPO.- Hay que obedecer, a pesar de ello.
CREONTE.- No al que ejerce mal el poder.
EDIPO.- ¡Oh ciudad, ciudad!
CREONTE.- También a mí me interesa la ciudad, no sólo a ti.
CORIFEO.- Cesad, príncipes. Veo que, a tiempo para vosotros, sale de palacio Yocasta, con la que debéis dirimir la disputa que estáis sosteniendo.
(Yocasta sale de palacio.)
YOCASTA.- ¿Por qué, oh desdichados, originasteis esta irreflexiva discusión? ¿No os da vergüenza ventilar cuestiones particulares estando como está sufriendo la ciudad? ¿No irás tú a palacio y tú, Creonte, a tu casa sin transformar un disgusto que no es nada en algo importante?
CREONTE.- Hermana, Edipo, tu esposo, pretende llevar a cabo decisiones terribles respecto a mí, habiendo elegido entre dos calamidades: o desterrarme de la patria o, tras hacerme prisionero, matarme.
EDIPO.- Asiento. Pues le he sorprendido, mujer, tramando contra mi persona con mañas ruines.
CREONTE.- ¡Que no sea feliz, sino que perezca maldito, si he realizado contra ti algo de lo que me imputas!
YOCASTA.- ¡Por los dioses!, Edipo, da crédito a esto, sobre todo si sientes respeto ante un juramento en nombre de los dioses y, después, también por respeto a mí y a los que están ante ti.
ESTROFA 1ª CORO.- Obedece de grado y por prudencia, señor, te lo suplico.
EDIPO.- ¿En qué quieres que ceda?
CORO.- En respetar al que nunca antes fue necio y ahora es fuerte en virtud del juramento.
EDIPO.- ¿Sabes lo que pides?
CORIFEO.- Lo sé.
EDIPO.- Explícame qué dices.
CORO.- Que, por un rumor poco probado, nunca lances una acusación de deshonor a un pariente obligado por su propio juramento.
EDIPO.- Entérate bien ahora: cuando esto pretendes, me estás buscando la ruina o mi destierro de este país.
ESTROFA 2ª CORO.- No, ¡por el dios primero entre todos los dioses el Sol! ¡Qué muera sin dios, sin amigos, de la peor manera, si tengo semejante pensamiento! Pero esta tierra que se consume aflige mi ánimo, desventurado, si los males que os atañen a vosotros dos se unen a los que ya había.
EDIPO.- ¡Que se vaya éste, aun cuando deba yo morir irremediablemente o ser expulsado por la fuerza, deshonrado, de esta tierra! Ante tus palabras dignas de lástima me apiado, que no ante las de éste. Él, en donde se encuentre, será objeto de mi aborrecimiento.
CREONTE.- Es evidente que lleno de odio cedes, y estarás molesto cuando termines de estar airado. Las naturalezas como la tuya son, con motivo, las que más se duelen de soportarse a sí mismas.
EDIPO.- ¿No me dejarás tranquilo y te irás fuera?
CREONTE.- Me voy sin que me hayas entendido, pero para éstos soy el mismo.
(Se aleja.)
ANTÍSTROFA 1ª CORO.- Mujer, ¿qué estás esperando para llevarlo a palacio?
YOCASTA.- Conocer qué es lo que ocurre.
CORO.- Una oscura sospecha surgió de unas palabras, pero también me desgarra lo que puede ser injusto.
YOCASTA.- ¿Del uno y del otro?
CORIFEO.- Sí.
YOCASTA.- ¿Y cuál fue el motivo?
CORO.- Basta, me parece que es suficiente, estando atormentado el país. Que se quede el asunto allí donde cesó.
EDIPO.- Date cuenta dónde has llegado, aun siendo hombre honesto en tu intención, haciendo caso omiso y embotando mi corazón.
ANTÍSTROFA 2ª. CORO.- ¡Oh señor, no te lo he dicho sólo una vez: sabe que habría de mostrarme insensato, falto de razonable juicio, si te abandonara. Tú, que dirigiste con justicia el rumbo de mi querido país, cuando estaba sacudido entre desgracias, llegarás a ser también ahora un buen guía, si puedes.
YOCASTA.- ¡En nombre de los dioses! Dime también a mí, señor, por qué asunto has concebido semejante enojo.
EDIPO.- Hablaré. Pues a ti, mujer, te venero más que a éstos. Es a causa de Creonte y de la clase de conspiración que ha tramado contra mí.
YOCASTA.- Habla, si es que lo vas a hacer para denunciar claramente el motivo de la querella.
EDIPO.- Dice que yo soy el asesino de Layo.
YOCASTA.- ¿Lo conoce por sí mismo o por haberlo oído decir a otro?
EDIPO.- Ha hecho venir a un desvergonzado adivino, ya que su boca, por lo que a él en persona concierne, está completamente libre.
YOCASTA.- Tú, ahora, liberándote a ti mismo de lo que dices, escúchame y aprende que nadie que sea mortal tiene parte en el arte adivinatoria. La prueba de esto te la mostraré en pocas palabras. Una vez le llegó a Layo un oráculo -no diré que del propio Febo, sino de sus servidores- que decía que tendría el destino de morir a manos del hijo que naciera de mí y de él. Sin embargo, a él, al menos según el rumor, unos bandoleros extranjeros le mataron en una encrucijada de tres caminos. Por otra parte, no habían pasado tres días desde el nacimiento del niño cuando Layo, después de atarle juntas las articulaciones de los pies, le arrojó, por la acción de otros, a un monte infranqueable. Por tanto, Apolo ni cumplió el que éste llegara a ser asesino de su padre ni que Layo sufriera a manos de su hijo la desgracia que él temía. Afirmo
que los oráculos habían declarado tales cosas. Por ello, tú para nada te preocupes, pues aquello en lo que el dios descubre alguna utilidad, él en persona lo da a conocer sin rodeos.
EDIPO.- Al acabar de escucharte, mujer, ¡qué delirio se ha apoderado de mi alma y qué agitación de mis sentidos!
CREONTE.- ¿A qué preocupación te refieres que te ha hecho volverte sobre tus pasos?
EDIPO.- Me pareció oírte que Layo había sido muerto en una encrucijada de tres caminos.
YOCASTA.- Se dijo así y aún no se ha dejado de decir.
EDIPO.- ¿Y dónde se encuentra el lugar ese en donde ocurrió la desgracia?
YOCASTA.- Fócide es llamada la región, y la encrucijada hace confluir los caminos de Delfos y de Daulia.
EDIPO.- ¿Qué tiempo ha transcurrido desde estos acontecimientos?
YOCASTA.- Poco antes de que tú aparecieras con el gobierno de este país, se anunció eso a la ciudad.
EDIPO.- ¡Oh Zeus! ¿Cuáles son tus planes para conmigo?
YOCASTA.- ¿Qué es lo que te desazona, Edipo?
EDIPO.- Todavía no me interrogues. Y dime, ¿qué aspecto tenía Layo y de qué edad era?
YOCASTA.- Era fuerte, con los cabellos desde hacía poco encanecidos, y su figura no era muy diferente de la tuya.
EDIPO.- ¡Ay de mí, infortunado! Paréceme que acabo de precipitarme a mí mismo, sin saberlo, en terribles maldiciones.
YOCASTA.- ¿Cómo dices? No me atrevo a dirigirte la mirada, señor.
EDIPO.- Me pregunto, con tremenda angustia, si el adivino no estaba en lo cierto, y me lo demostrarás mejor, si aún me revelas una cosa.
YOCASTA.- En verdad que siento temor, pero a lo que me preguntes, si lo sé, contestaré.
EDIPO.- ¿Iba de incógnito, o con una escolta numerosa cual corresponde a un rey?
YOCASTA.- Eran cinco en total. Entre ellos había un heraldo. Sólo un carro conducía a Layo.
EDIPO.- ¡Ay, ay! Esto ya está claro. ¿Quién fue el que entonces os anunció las nuevas, mujer?
YOCASTA.- Un servidor que llegó tras haberse salvado sólo él.
EDIPO.- ¿Por casualidad se encuentra ahora en palacio?
YOCASTA.- No, por cierto. Cuando llegó de allí y vio que tú regentabas el poder y que Layo estaba muerto, me suplicó, encarecidamente, cogiéndome la mano, que le enviara a los campos y al pastoreo de rebaños para estar lo más alejado posible de la ciudad. Yo lo envié, porque, en su calidad de esclavo, era digno de obtener este reconocimiento y aún mayor.
EDIPO.- ¿Cómo podría llegar junto a nosotros con rapidez?
YOCASTA.- Es posible. Pero ¿por qué lo deseas?
EDIPO.- Temo por mí mismo, oh mujer, haber dicho demasiadas cosas. Por ello, quiero verle.
YOCASTA.- Está bien, vendrá, pero también yo merezco saber lo que te causa desasosiego, señor.
EDIPO.- Y no serás privada, después de haber llegado yo a tal punto de zozobra. Pues, ¿a quién mejor que a ti podría yo hablar, cuando paso por semejante trance? Mi padre era Pólibo, corintio, y mi madre Mérope, doria. Era considerado yo como el más importante de los ciudadanos de allí hasta que me sobrevino el siguiente suceso, digno de admirar, pero, sin embargo, no proporcionado al ardor que puse en ello. He aquí que en un banquete, un hombre saturado de bebida, refiriéndose a mí, dice, en plena embriaguez, que yo era un falso hijo de mi padre. Yo, disgustado, a duras penas me pude contener a lo largo del día, pero, al siguiente, fui junto a mi padre y mi madre y les pregunté. Ellos llevaron a mal la injuria de aquel que había dejado escapar estas palabras. Yo me alegré con su reacción; no obstante, eso me atormentaba sin cesar, pues me había calado hondo. Sin que mis padres lo supieran, me dirigí a Delfos, y Febo me despidió sin atenderme en aquello por lo que llegué, sino que se manifestó anunciándome, infortunado de mí, terribles y desgraciadas calamidades: que estaba fijado que yo tendría que unirme a mi madre y que traería al mundo una descendencia insoportable de ver para los hombres y que yo sería asesino del padre que me había engendrado. Después de oír esto, calculando a partir de allí la posición de la región corintia por las estrellas, iba, huyendo de ella, adonde nunca viera cumplirse las atrocidades de mis funestos oráculos. En mi caminar llego a ese lugar en donde tú afirmas que murió el rey. Y a ti, mujer, te revelaré la verdad. Cuando en mi viaje estaba cerca de ese triple camino, un heraldo y un hombre, cual tú describes, montado sobre un carro tirado por potros, me salieron al encuentro. El conductor y el mismo anciano me arrojaron violentamente fuera del camino. Yo, al que me había apartado, al conductor del carro, le golpeé movido por la cólera. Cuando el anciano ve desde el carro que me aproximo, apuntándome en medio de la cabeza, me golpea con la pica de doble punta. Y él no pagó por igual, sino que, inmediatamente, fue golpeado con el bastón por esta mano y, al punto, cae redondo de espaldas desde el carro. Maté a todos. Si alguna conexión hay entre Layo y este extranjero, ¿quién hay en este momento más infortunado que yo? ¿Qué hombre podría llegar a ser más odiado por los dioses, cuando no le es posible a ningún extranjero ni ciudadano recibirle en su casa ni dirigirle la palabra y hay que arrojarle de los hogares? Y nadie, sino yo, es quien ha lanzado sobre mí mismo tales maldiciones. Mancillo el lecho del muerto con mis manos, precisamente con las que le maté. ¿No soy yo, en verdad, un canalla? ¿No soy un completo impuro? Si debo salir desterrado, no me es posible en mi destierro ver a los míos ni pisar mi patria, a no ser que me vea forzado a unirme en matrimonio con mi madre y a matar a Pólibo, que me crió y engendró. ¿Acaso no sería cierto el razonamiento de quien lo juzgue como venido sobre mí de una cruel divinidad? ¡No, por cierto, oh sagrada majestad de los dioses, que no vea yo este día, sino que desaparezca de entre los mortales antes que ver que semejante deshonor impregnado de desgracia llega sobre mí!
CORIFEO. A nosotros, oh rey, nos parece esto motivo de temor, pero mientras no lo conozcas del todo por boca del que estaba presente, ten esperanza.
EDIPO.- En verdad, ésta es la única esperanza que tengo: aguardar al pastor.
YOCASTA.- Y cuando él haya aparecido, ¿qué esperas que suceda?
EDIPO.- Yo te lo diré. Si descubrimos que dice lo mismo que tú, yo podría ponerme a salvo de esta calamidad.
YOCASTA.- ¿Qué palabras especiales me has oído?
EDIPO.- Decías que él afirmó que unos ladrones le habían matado. Si aún confirma el mismo número, yo no fui el asesino, pues no podría ser uno solo igual a muchos. Pero si dice que fue un hombre que viajaba en solitario, está claro: el delito me es imputable.
YOCASTA.- Ten por seguro que así se propagó la noticia, y no le es posible desmentirla de nuevo, puesto que la ciudad, no yo sola, lo oyó. Y si en algo se apartara del anterior relato, ni aun entonces mostrará que la muerte de Layo se cumplió debidamente, porque Loxias dijo expresamente que se llevaría a cabo por obra de un hijo mío. Sin embargo, aquél, infeliz, nunca le pudo matar, sino que él mismo sucumbió antes. De modo que en materia de adivinación yo no podría dirigir la mirada ni a un lado ni a otro.
EDIPO.- Haces un sensato juicio. Pero, no obstante, envía a alguien para que haga venir al labriego y no lo descuides.
(Entran en palacio.) CORO.
ESTROFA 1ªº ¡Ojalá el destino me asistiera para cuidar de la venerable pureza de todas las palabras y acciones cuyas leyes son sublimes, nacidas en el celeste firmamento, de las que Olimpo es el único padre y ninguna naturaleza mortal de los hombres engendró ni nunca el olvido las hará reposar! Poderosa es la divinidad que en ellas hay y no envejece.
ANTÍSTROFA 1ªº La insolencia produce al tirano. La insolencia, si se harta en vano de muchas cosas que no son oportunas ni convenientes subiéndose a lo más alto, se precipita hacia un abismo de fatalidad donde no dispone de pie firme. Pido que la divinidad nunca haga cesar la emulación que es favorable para la ciudad. Al dios no cesaré de tener como protector.
ESTROFA 2ªº Si alguien se comporta orgullosamente en acciones o de palabra, sin sentir temor de la Justicia ni respeto ante las moradas de los dioses, ¡ojalá le alcance un funesto destino por causa de su infortunada arrogancia! Y si no saca con justicia provecho y no se aleja de los actos impíos, o toca cosas que son intocables en una insensata acción, ¿qué hombre, en tales circunstancias, se jactará aún de rechazar de su alma las flechas de los dioses? Si las acciones de este tipo son dignas de horrores, ¿por qué debo yo participar en los coros?
ANTÍSTROFA 2ª Ya no iré honrando a la divinidad al sagrado centro de la tierra, ni al templo de Abas ni a Olimpia, si estos oráculos no se cumplen como para que sean señalados por todos los hombres. Pero, ¡oh Zeus poderoso!, si con razón eres así llamado, que riges todo, no te pase esto inadvertido ni tampoco a tu poder siempre inmortal. Se diluyen los antiguos oráculos acerca de Layo, extinguiéndose, y Apolo no se manifiesta, en modo alguno, con honores, y los asuntos divinos se pierden.
(Yocasta sale de palacio acompañada de servidoras.)
YOCASTA.- Señores de la región, se me ha ocurrido la idea de acercarme a los templos de los dioses con estas coronas y ofrendas de incienso en las manos. Porque Edipo tiene demasiado en vilo su corazón con aflicciones de todo tipo y no conjetura, cual un hombre razonable, lo nuevo por lo de antaño, sino que está pendiente del que habla si anuncia motivos de temor. Y ya que no consigo nada con mis consejos, me llego ante ti, oh Apolo Liceo -pues eres el más cercano-, cual suplicante, con estos signos de rogativas para que nos proporciones alguna liberación purificadora, puesto que ahora todos sentimos ansiedad, al ver asustado a aquel que es como el piloto de la nave.
(Entra en escena un mensajero.)
MENSAJERO.- ¿Podríais informarme, oh extranjeros, dónde se halla el palacio del rey Edipo?
CORIFEO.- Ésta es su morada y él mismo está dentro, extranjero. Esta mujer es la madre de sus hijos.
MENSAJERO.- ¡Que llegues a ser siempre feliz, rodeada de gente dichosa, tú que eres esposa legítima de aquél!
YOCASTA.- De igual modo lo seas tú, oh extranjero, pues lo mereces por tus favorables palabras. Pero dime con qué intención has llegado y qué quieres anunciar.
MENSAJERO.- Buenas nuevas para tu casa y para tu esposo, mujer.
YOCASTA.- ¿Cuáles son? ¿De parte de quién vienes?
MENSAJERO.- De Corinto. Ojalá te complazca -¿cómo no?- la noticia que te daré a continuación, aun que tal vez te duelas.
YOCASTA.- ¿Qué es? ¿Cómo puede tener ese doble efecto?
MENSAJERO.- Los habitantes de la región del Istmo le van a designar rey, según se ha dicho allí.
YOCASTA.- ¿Por qué? ¿No está ya el anciano Pólibo en el poder?
MENSAJERO.- No, ya que la muerte lo tiene en su tumba.
YOCASTA.- ¿Cómo dices? ¿Ha muerto el padre de Edipo?
MENSAJERO.- Que sea merecedor de muerte, si no digo la verdad.
YOCASTA.- Sirvienta, ¿no irás rápidamente a decirle esto al amo? ¡Oh oráculos de los dioses! ¿Dónde estáis? Edipo huyó hace tiempo por el temor de matar a este hombre y, ahora, él ha muerto por el azar y no a manos de aquél.
(Sale Edipo de palacio.)
EDIPO.- ¡Oh Yocasta, muy querida mujer! ¿Por qué me has mandado venir aquí desde palacio?
YOCASTA.- Escucha a este hombre y observa, al oírle, en qué han quedado los respetables oráculos del dios.
EDIPO.- ¿Quién es éste y qué me tiene que comunicar?
YOCASTA.- Viene de Corinto para anunciar que tu padre, Pólibo, no está ya vivo, sino que ha muerto.
EDIPO.- ¿Qué dices, extranjero? Anúnciamelo tú mismo.
MENSAJERO.- Si es preciso que yo te lo anuncie claramente en primer lugar, entérate bien de que aquél ha muerto.
EDIPO.- ¿Acaso por una emboscada, o como resultado de una enfermedad?
MENSAJERO.- Un pequeño quebranto rinde los cuerpos ancianos.
EDIPO.- A causa de enfermedad murió el desdichado, a lo que parece.
MENSAJERO.- Y por haber vivido largos años.
EDIPO.- ¡Ah, ah! ¿Por qué, oh mujer, habría uno de tener en cuenta el altar vaticinador de Pitón o los pájaros que claman en el cielo, según cuyos indicios tenía yo que dar muerte a mi propio padre? Pero él, habiendo muerto, está oculto bajo tierra y yo estoy aquí, sin haberle tocado con arma alguna, a no ser que se haya consumido por nostalgia de mí. De esta manera habría muerto por mi intervención. En cualquier caso, Pólibo yace en el Hades y se ha llevado consigo los oráculos presentes, que no tienen ya ningún valor.
YOCASTA.- ¿No te lo decía yo desde antes?
EDIPO.- Lo decías, pero yo me dejaba guiar por el miedo.
YOCASTA.- Ahora no tomes en consideración ya ninguno de ellos.
EDIPO.- ¿Y cómo no voy a temer al lecho de mi madre?
YOCASTA.- Y ¿qué podría temer un hombre para quien los imperativos de la fortuna son los que le pueden dominar, y no existe previsión clara de nada? Lo más seguro es vivir al azar, según cada uno pueda. Tú no sientas temor ante el matrimonio con tu madre, pues muchos son los mortales que antes se unieron también a su madre en sueños. Aquel para quien esto nada supone más fácilmente lleva su vida.
EDIPO.- Con razón hubieras dicho todo eso, si no estuviera viva mí madre. Pero como lo está, no tengo más remedio que temer, aunque tengas razón.
YOCASTA.- Gran ayuda suponen los funerales de tu padre.
EDIPO.- Grande, lo reconozco. Pero siento temor por la que vive.
MENSAJERO.- ¿Cuál es la mujer por la que teméis?
EDIPO.- Por Mérope, anciano, con la que vivía Pólibo.
MENSAJERO.- ¿Qué hay en ella que os induzca al temor?
EDIPO.- Un oráculo terrible de origen divino, extranjero.
MENSAJERO.- ¿Lo puedes aclarar, o no es lícito que otro lo sepa?
EDIPO.- Sí, por cierto. Loxias afirmó, hace tiempo, que yo había de unirme con mi propia madre y coger en mis manos la sangre de mi padre. Por este motivo habito desde hace años muy lejos de Corinto, feliz, pero, sin embargo, es muy grato ver el semblante de los padres.
MENSAJERO.- ¿Acaso por temor a estas cosas estabas desterrado de allí?
EDIPO.- Por el deseo de no ser asesino de mi padre, anciano.
MENSAJERO.- ¿Por qué, pues, no te he liberado yo de este recelo, señor, ya que bien dispuesto llegué?
EDIPO.- En ese caso recibirías de mí digno agradecimiento.
MENSAJERO.- Por esto he venido sobre todo, para que en algo obtenga un beneficio cuando tú regreses a palacio.
EDIPO.- Pero jamás iré con los que me engendraron.
MENSAJERO.- ¡Oh hijo, es bien evidente que no sabes lo que haces...
EDIPO.- ¿Cómo, oh anciano? Acláramelo, por los dioses.
MENSAJERO.- ...si por esta causa rehúyes volver a casa!
EDIPO.- Temeroso de que Febo me resulte veraz.
MENSAJERO.- ¿Es que temes cometer una infamia para con tus progenitores?
EDIPO.- Eso mismo, anciano. Ello me asusta constantemente.
MENSAJERO.- ¿No sabes que, con razón, nada debes temer?
EDIPO.- ¿Cómo no, si soy hijo de esos padres?
MENSAJERO.- Porque Pólibo nada tenía que ver con tu linaje.
Edipo.- ¿Cómo dices? ¿Que no me engendró Pólibo?
MENSAJERO.- No más que el hombre aquí presente, sino igual.
EDIPO.- Y ¿cómo el que me engendró está en relación contigo que no me eres nada?
MENSAJERO.- No te engendramos ni aquél ni yo.
EDIPO.- Entonces, ¿en virtud de qué me llamaba hijo?
MENSAJERO.- Por haberte recibido como un regalo -entérate- de mis manos.
EDIPO.- Y ¿a pesar de haberme recibido así de otras manos, logró amarme tanto?
MENSAJERO.- La falta hasta entonces de hijos le persuadió del todo.
Edipo.- Y tú, ¿me habías comprado o encontrado cuando me entregaste a él?
MENSAJERO.- Te encontré en los desfiladeros selvosos del Citerón.
EDIPO.- ¿Por qué recorrías esos lugares?
MENSAJERO.- Allí estaba al cuidado de pequeños rebaños montaraces.
EDIPO.- ¿Eras pastor y nómada a sueldo?
MENSAJERO.- Y así fui tu salvador en aquel momento.
EDIPO.- ¿Y de qué mal estaba aquejado cuando me tomaste en tus manos?
MENSAJERO.- Las articulaciones de tus pies te lo pueden testimoniar.
EDIPO.- ¡Ay de mí! ¿A qué antigua desgracia te refieres con esto?
MENSAJERO.- Yo te desaté, pues tenías perforados los tobillos.
EDIPO.- ¡Bello ultraje recibí de mis pañales!
MENSAJERO.- Hasta el punto de recibir el nombre que llevas por este suceso.
EDIPO.- ¡Oh, por los dioses! ¿De parte de mi madre o de mi padre la recibí? Dímelo.
MENSAJERO.- No lo sé. El que te entregó a mí conoce esto mejor que yo.
EDIPO.- Entonces, ¿me recibiste de otro y no me encontraste por ti mismo?
MENSAJERO.- No, sino que otro pastor me hizo entrega de ti.
EDIPO.- ¿Quién es? ¿Sabes darme su nombre?
MENSAJERO.- Por lo visto era conocido como uno de los servidores de Layo.
EDIPO.- ¿Del rey que hubo, en otro tiempo, en esta tierra?
MENSAJERO.- Sí, de ese hombre era él pastor.
EDIPO.- ¿Está aún vivo ese tal como para poder verme?
MENSAJERO.- (Dirigiéndose al Coro.) Vosotros, los habitantes de aquí, podríais saberlo mejor.
EDIPO.- ¿Hay entre vosotros, los que me rodeáis, alguno que conozca al pastor a que se refiere, por haberle visto, bien en los campos, bien aquí? Indicádmelo, pues es el momento de descubrirlo de una vez por todas.
CORIFEO.- Creo que a ningún otro se refiere, sino al que tratabas de ver antes haciéndole venir desde el campo. Pero aquí está Yocasta que podría decirlo mejor.
EDIPO.- Mujer, ¿conoces a aquel que hace poco deseábamos que se presentara? ¿Es a él a quien éste se refiere?
YOCASTA.- ¿Y qué nos va lo que dijo acerca de un cualquiera? No hagas ningún caso, no quieras recordar inútilmente lo que ha dicho.
EDIPO.- Sería imposible que con tales indicios no descubriera yo mi origen.
YOCASTA.- ¡No, por los dioses! Si en algo te preocupa tu propia vida, no lo investigues. Es bastante que yo esté angustiada.
EDIPO.- Tranquilízate, pues aunque yo resulte esclavo, hijo de madre esclava por tres generaciones, tú no aparecerás innoble.
YOCASTA.- No obstante, obedéceme, te lo suplico. No lo hagas.
EDIPO.- No podría obedecerte en dejar de averiguarlo con claridad.
YOCASTA.- Sabiendo bien que es lo mejor para ti, hablo.
EDIPO.- Pues bien, lo mejor para mí me está importunando desde hace rato.
YOCASTA.- ¡Oh desventurado! ¡Que nunca llegues a saber quién eres!
EDIPO.- ¿Alguien me traerá aquí al pastor? Dejad a ésta que se complazca en su poderoso linaje.
YOCASTA.- ¡Ah, ah, desdichado, pues sólo eso te puedo llamar y ninguna otra cosa ya nunca en adelante!
(Yocasta, visiblemente alterada, entra al palacio.)
CORIFEO.- ¿Por qué se ha ido tu esposa, Edipo, tan precipitadamente bajo el peso de una profunda aflicción? Tengo miedo de que de este silencio estallen desgracias.
EDIPO.- Que estalle lo que quiera ella. Yo sigo queriendo conocer mi origen, aunque sea humilde. Esa, tal vez, se avergüence de mi linaje oscuro, pues tiene orgullosos pensamientos como mujer que es. Pero yo, que me tengo a mí mismo por hijo de la Fortuna, la que da con generosidad, no seré deshonrado, pues de una madre tal he nacido. Y los meses, mis hermanos, me hicieron insignificante y poderoso. Y si tengo este origen, no podría volverme luego otro, como para no llegar a conocer mi estirpe.
CORO ESTROFA Si yo soy adivino y conocedor de entendimiento, ¡por el Olimpo!, no quedarás, ¡oh Citerón!, sin saber que desde el plenilunio de mañana yo te ensalzaré como región de Edipo, al tiempo que nodriza y madre, y serás celebrado con coros por nosotros como quien se hace protector de mis reyes. ¡Oh Febo, que esto te sirva de satisfacción!
ANTÍSTROFA ¿Cuál a ti, hijo, cuál de las ninfas inmortales te engendró, acercándose al padre Pan que vaga por los montes? ¿O fue una amante de Loxias, pues a él le son queridas todas las agrestes planicies? El soberano de Cilene o el dios báquico que habita en lo más alto de los montes te recibió como un hallazgo de alguna de las ninfas del Helicón con las que juguetea la mayor parte del tiempo (Entra el anciano pastor acompañado de dos esclavos.)
EDIPO.- Si he de hacer yo conjeturas, ancianos, creo estar viendo al pastor que desde hace rato buscamos, aunque nunca he tenido relación con él. Pues en su acusada edad coincide por completo con este hombre y, además, reconozco a los que lo conducen como servidores míos. Pero tú, tal vez, podrías superarme en conocimientos por haber visto antes al pastor.
CORIFEO.- Lo conozco, ten la certeza. Era un pastor de Layo, fiel cual ninguno.
EDIPO.- A ti te pregunto en primer lugar, al extranjero corintio: ¿es de ése de quien hablabas?
MENSAJERO.- De éste que contemplas.
EDIPO.- Eh, tú, anciano, acércate y, mirándome, contesta a cuanto te pregunte. ¿Perteneciste, en otro tiempo, al servicio de Layo?
SERVIDOR.- Sí, como esclavo no comprado, sino criado en la casa.
EDIPO.- ¿En qué clase de trabajo te ocupabas o en qué tipo de vida?
SERVIDOR.- La mayor parte de mi vida conduje rebaños.
EDIPO.- ¿En qué lugares habitabas sobre todo?
SERVIDOR.- Unas veces, en el Citerón; otras, en lugares colindantes.
EDIPO.- ¿Eres consciente de haber conocido allí a este hombre en alguna parte?
SERVIDOR.- ¿En qué se ocupaba? ¿A qué hombre te refieres?
EDIPO.- Al que está aquí presente. ¿Tuviste relación con él alguna vez?
SERVIDOR.- No como para poder responder rápidamente de memoria.
MENSAJERO.- No es nada extraño, señor. Pero yo refrescaré claramente la memoria del que no me reconoce. Estoy bien seguro de que se acuerda cuando, en el monte Citerón, él con doble rebaño y yo con uno, convivimos durante tres períodos enteros de seis meses, desde la primavera hasta Arturo. Ya en el invierno yo llevaba mis rebaños a los establos, y él, a los apriscos de Layo. ¿Cuento lo que ha sucedido o no?
SERVIDOR.- Dices la verdad, pero ha pasado un largo tiempo.
MENSAJERO.- ¡Ea! Dime, ahora, ¿recuerdas que entonces me diste un niño para que yo lo criara como un retoño mío?
SERVIDOR.- ¿Qué ocurre? ¿Por qué te informas de esta cuestión?
MENSAJERO.- Éste es, querido amigo, el que entonces era un niño.
SERVIDOR.- ¡Así te pierdas! ¿No callarás?
EDIPO.- ¡Ah! No le reprendas, anciano, ya que son tus palabras, más que las de éste, las que requieren un reprensor.
SERVIDOR.- ¿En qué he fallado, oh el mejor de los amos?
EDIPO.- No hablando del niño por el que éste pide información.
SERVIDOR.- Habla, y no sabe nada, sino que se esfuerza en vano.
EDIPO.- Tú no hablarás por tu gusto, y tendrás que hacerlo llorando.
SERVIDOR.- ¡Por los dioses, no maltrates a un anciano como yo!
EDIPO.- ¿No le atará alguien las manos a la espalda cuanto antes?
SERVIDOR.- ¡Desdichado! ¿Por qué? ¿De qué más deseas enterarte?
EDIPO.- ¿Le entregaste al niño por el que pregunta?
SERVIDOR.- Lo hice y ¡ojalá hubiera muerto ese día!
EDIPO.- Pero a esto llegarás, si no dices lo que corresponde.
SERVIDOR.- Me pierdo mucho más aún si hablo.
EDIPO.- Este hombre, según parece, se dispone a dar rodeos.
SERVIDOR.- No, yo no, pues ya he dicho que se lo entregué.
EDIPO.- ¿De dónde lo habías tomado? ¿Era de tu familia o de algún otro?
SERVIDOR.- Mío no. Lo recibí de uno.
EDIPO.- ¿De cuál de estos ciudadanos y de qué casa?
SERVIDOR.- ¡No, por los dioses, no me preguntes más, mi señor!
EDIPO.- Estás muerto, si te lo tengo que preguntar de nuevo.
SERVIDOR.- Pues bien, era uno de los vástagos de la casa de Layo.
EDIPO.- ¿Un esclavo, o uno que pertenecía a su linaje?
SERVIDOR.- ¡Ay de mí! Estoy ante lo verdaderamente terrible de decir.
EDIPO.- Y yo de escuchar, pero, sin embargo, hay que oírlo.
Servidor.- Era tenido por hijo de aquél. Pero la que está dentro, tu mujer, es la que mejor podría decir cómo fue.
EDIPO.- ¿Ella te lo entregó?
SERVIDOR.- Sí, en efecto, señor.
EDIPO.- ¿Con qué fin?
SERVIDOR.- Para que lo matara.
EDIPO.- ¿Habiéndolo engendrado ella, desdichada?
SERVIDOR.- Por temor a funestos oráculos.
EDIPO.- ¿A cuáles?
SERVIDOR - Se decía que él mataría a sus padres.
EDIPO.- Y ¿cómo, en ese caso, tú lo entregaste a este anciano?
SERVIDOR.- Por compasión, oh señor, pensando que se lo llevaría a otra tierra de donde él era. Y éste lo salvó para los peores males. Pues si eres tú, en verdad, quien él asegura, sábete que has nacido con funesto destino.
EDIPO.- ¡Ay, ay! Todo se cumple con certeza. ¡Oh luz del día, que te vea ahora por última vez! ¡Yo que he resultado nacido de los que no debía, teniendo relaciones con los que no podía y habiendo dado muerte a quienes no tenía que hacerlo!
(Entra en palacio.) CORO ESTROFA 1ª ¡Ah, descendencia de mortales! ¡Cómo considero que vivís una vida igual a nada! Pues, ¿qué hombre, qué hombre logra más felicidad que la que necesita para parecerlo y, una vez que ha dado esa impresión, para declinar? Teniendo este destino tuyo, el tuyo como ejemplo, ¡oh infortunado Edipo!, nada de los mortales tengo por dichoso.
ANTÍSTROFA 1ª Tú, que, tras disparar el arco con incomparable destreza, conseguiste una dicha por completo afortunada, ¡oh Zeus!, después de hacer perecer a la doncella de corvas garras cantora de enigmas, y te alzaste como un baluarte contra la muerte en mi tierra. Y, por ello, fuiste aclamado como mi rey y honrado con los mayores honores, mientras reinabas en la próspera Tebas.
ESTROFA 2ª Y ahora, ¿de quién se puede oír decir que es más desgraciado? ¿Quién es el que vive entre violentas penas, quién entre padecimientos con su vida cambiada? ¡Ah noble Edipo, a quien le bastó el mismo espacioso puerto para arrojarse como hijo, padre y esposo! ¿Cómo, cómo pudieron los surcos paternos tolerarte en silencio, infortunado, durante tanto tiempo?
ANTÍSTROFA 2ª Te sorprendió, a despecho tuyo, el tiempo que todo lo ve y condena una antigua boda que no es boda en donde se engendra y resulta engendrado. ¡Ah, hijo de Layo, ojalá, ojalá nunca te hubiera visto! Yo gimo derramando lúgubres lamentos de mi boca; pero, a decir verdad, yo tomé aliento gracias a ti y pude adormecer mis ojos. (Sale un mensajero del palacio.)
MENSAJERO.- ¡Oh vosotros, honrados siempre, en grado sumo, en esta tierra! ¡Qué sucesos vais a escuchar, qué cosas contemplaréis y en cuánto aumentaréis vuestra aflicción, si es que aún, con fidelidad, os preocupáis de la casa de los Labdácidas! Creo que ni el Istro ni el Fasis podrían lavar, para su purificación, cuanto oculta este techo y los infortunios que, enseguida, se mostrarán a la luz, queridos y no involuntarios. Y, de las amarguras, son especialmente penosas las que se demuestran buscadas voluntariamente.
CORIFEO.- Los hechos que conocíamos son ya muy lamentables. Además de aquéllos, ¿qué anuncias?
MENSAJERO.- Las palabras más rápidas de decir y de entender: ha muerto la divina Yocasta.
CORIFEO.- ¡Oh desventurada! ¿Por qué causa?
MENSAJERO.- Ella, por sí misma. De lo ocurrido falta lo más doloroso, al no ser posible su contemplación. Pero, sin embargo, en tanto yo pueda recordarlo te enterarás de los padecimientos de aquella infortunada. Cuando, dejándose llevar por la pasión atravesó el vestíbulo, se lanzó derechamente hacia la cámara nupcial mesándose los cabellos con ambas manos. Una vez que entró, echando por dentro los cerrojos de las puertas, llama a Layo, muerto ya desde hace tiempo, y le recuerda su antigua simiente, por cuyas manos él mismo iba a morir y a dejar a su madre como funesto medio de procreación para sus hijos. Deploraba el lecho donde, desdichada, había engendrado una doble descendencia: un esposo de un esposo y unos hijos de hijos. Y, después de esto, ya no sé cómo murió; pues Edipo, dando gritos, se precipitó y, por él, no nos fue posible contemplar hasta el final el infortunio de aquélla; más bien dirigíamos la mirada hacia él mientras daba vueltas. En efecto, iba y venía hasta nosotros pidiéndonos que le proporcionásemos una espada y que dónde se encontraba la esposa que no era esposa, seno materno en dos ocasiones, para él y para sus hijos. Algún dios se lo mostró, a él que estaba fuera de sí, pues no fue ninguno de los hombres que estábamos cerca. Y gritando de horrible modo, como si alguien le guiara, se lanzó contra las puertas dobles y, combándolas, abate desde los puntos de apoyo los cerrojos y se precipita en la habitación en la que contemplamos a la mujer colgada, suspendida del cuello por retorcidos lazos. Cuando él la ve, el infeliz, lanzando un espantoso alarido, afloja el nudo corredizo que la sostenía. Una vez que estuvo tendida, la infortunada, en tierra, fue terrible de ver lo que siguió: arrancó los dorados broches de su vestido con los
que se adornaba y, alzándolos, se golpeó con ellos las cuencas de los ojos, al tiempo que decía cosas como éstas: que no le verían a él, ni los males que había padecido, ni los horrores que había cometido, sino que estarían en la oscuridad el resto del tiempo para no ver a los que no debía y no conocer a los que deseaba. Haciendo tales imprecaciones una y otra vez –que no una sola-, se iba golpeando los ojos con los broches. Las pupilas ensangrentadas teñían las mejillas y no destilaban gotas chorreantes de sangre, sino que todo se mojaba con una negra lluvia y granizada de sangre. Esto estalló por culpa de los dos, no de uno sólo, pero las desgracias están mezcladas para el hombre y la mujer. Su legendaria felicidad anterior era entonces una felicidad en el verdadero sentido; pero ahora, en el momento presente, es llanto, infortunio, muerte, ignominia y, de todos los pesares que tienen nombre, ninguno falta.
CORIFEO.- ¿Y ahora se encuentra el desdichado en alguna tregua de su mal?
MENSAJERO.- Está gritando que se descorran los cerrojos y que muestren a todos los Cadmeos al homicida, al que de su madre.... profiriendo expresiones impías, impronunciables para mí, como si se fuera a desterrar él mismo de esta tierra y a no permanecer más en el palacio, estando como está sujeto a la maldición que lanzó. Lo cierto es que requiere un soporte y un guía, pues la desgracia es mayor de lo que se puede tolerar. Te lo mostrará también a ti, pues se abren los cerrojos de las puertas. Pronto podrás ver un espectáculo tal, como para mover a compasión, incluso, al que le odiara.
(Se abren las puertas del palacio y aparece Edipo con la cara ensangrentada, andando a tientas.)
CORO. ¡Oh sufrimiento terrible de contemplar para los hambres! ¡Oh el más espantoso de todos cuantos yo me he encontrado! ¿Qué locura te ha acometido, oh infeliz? ¿Qué deidad es la que ha saltado, con salto mayor que los más largos, sobre su desgraciado destino? ¡Ay, ay, desdichado! Pero ni contemplarte puedo, a pesar de que quisiera hacerte muchas preguntas, enterarme de muchas cosas y observarte mucho tiempo. ¡Tal horror me inspiras!
Edipo.- ¡Ah, ah, desgraciado de mí! ¿A qué tierra seré arrastrado, infeliz? ¿Adónde se me irá volando, en un arrebato, mi voz? ¡Ay, destino! ¡Adónde te has marchado?
CORIFEO.- A un desastre terrible que ni puede escucharse ni contemplarse.
ESTROFA 1ª EDIPO.- ¡Oh nube de mi oscuridad, que me aíslas, sobrevenida de indecible manera, inflexible e irremediable! ¡Ay, ay de mí de nuevo! ¡Cómo me penetran, al mismo tiempo, los pinchazos de estos aguijones y el recuerdo de mis males!
CORIFEO.- No tiene nada de extraño que en estos sufrimientos te lamentes y soportes males dobles.
ANTÍSTROFA 1ª EDIPO.- ¡Oh amigo!, tú eres aún mi fiel servidor, pues todavía te encargas de cuidarme en mi ceguera. ¡Uy, uy!, No me pasas inadvertido, sino que, aunque estoy en tinieblas, reconozco, sin embargo, tu voz.
CORIFEO.- ¡Ah, tú que has cometido acciones horribles! ¿Cómo te atreviste a extinguir así tu vista?, ¿qué dios te impulsó?
ESTROFA 2ª EDIPO.- Apolo era, Apolo, amigos, quien cumplió en mí estos tremendos, sí, tremendos, infortunios míos. Pero nadie los hirió con su mano sino yo, desventurado. Pues ¿qué me quedaba por ver a mí, a quien, aunque viera, nada me sería agradable de contemplar?
CORO.- Eso es exactamente como dices.
EDIPO.- ¿Qué es, pues, para mí digno de ver o de amar, o qué saludo es posible ya oír con agrado, amigos? Sacadme fuera del país cuanto antes, sacad, oh amigos, al que es funesto en gran medida, al maldito sobre todas las cosas, al más odiado de los mortales incluso para los dioses.
CORIFEO.- ¡Desdichado por tu clarividencia, así como por tus sufrimientos! ¡Cómo hubiera deseado no haberte conocido nunca!
ANTÍSTROFA 2ª EDIPO.- ¡Así perezca aquel, sea el que sea, que me tomó en los pastos, desatando los crueles grilletes de mis pies, me liberó de la muerte y me salvó, porque no hizo nada de agradecer! Si hubiera muerto entonces, no habría dado lugar a semejante penalidad para mí y los míos.
CORO.- Incluso para mí hubiera sido mejor.
EDIPO.- No hubiera llegado a ser asesino de mi padre, ni me habrían llamado los mortales esposo de la que nací. Ahora, en cambio, estoy desasistido de los dioses, soy hijo de impuros, tengo hijos comunes con aquella de la que yo mismo -¡desdichado!- nací. Y si hay un mal aún mayor que el mal, ése le alcanzó a Edipo.
CORIFEO.- No veo el modo de decir que hayas tomado una buena decisión. Sería preferible que ya no existieras a vivir ciego.
EDIPO.- No intentes decirme que esto no está así hecho de la mejor manera, ni me hagas ya recomendaciones. No sé con qué ojos, si tuviera vista, hubiera podido mirar a mi padre al llegar al Hades, ni tampoco a mi desventurada madre, porque para con ambos he cometido acciones que merecen algo peor que la horca. Pero, además, ¿acaso hubiera sido deseable para mí contemplar el espectáculo que me ofrecen mis hijos, nacidos como nacieron? No por cierto, al menos con mis ojos. Ni la ciudad, ni el recinto amurallado, ni las sagradas imágenes de los dioses, de las que yo, desdichado -que fui quien vivió con más gloria en Tebas-, me privé a mí mismo cuando, en persona, proclamé que todos rechazaran al impío, al que por obra de los dioses resultó impuro y del linaje de Layo. Habiéndose mostrado que yo era semejante mancilla, ¿iba yo a mirar a éstos con ojos francos? De ningún modo. Por el contrario, si hubiera un medio de cerrar la fuente de audición de mis oídos, no hubiera vacilado en obstruir mi infortunado cuerpo para estar ciego y sordo. Que el pensamiento quede apartado de las desgracias es grato. ¡Ah, Citerón! ¿Por qué me acogiste? ¿Por qué no me diste muerte tan pronto como me recibiste, para que nunca hubiera mostrado a los hombres de dónde había nacido? ¡Oh Pólibo y Corinto y antigua casa paterna -sólo de nombre-, cómo me criasteis con apariencia de belleza, pero corrompido de males por dentro! Ahora soy considerado un infame y nacido de infames. ¡Oh tres caminos y oculta cañada, encinar y desfiladero en la encrucijada, que bebisteis, por obra de mis manos, la sangre de mi padre que es la mía! ¿Os acordáis aún de mí? ¡Qué clase de acciones cometí ante vuestra presencia y, después, viniendo aquí, cuáles cometí de nuevo! ¡Oh matrimonio, matrimonio, me engendraste y, habiendo engendrado otra vez, hiciste brotar la misma simiente y diste a conocer a padres, hermanos, hijos, sangre de la misma familia, esposas, mujeres y madres y todos los hechos más abominables que suceden entre los hombres! Pero no se puede hablar de lo que no es noble hacer. Ocultadme sin tardanza, ¡por los dioses!, en algún lugar fuera del país o matadme o arrojadme al mar, donde nunca más me podáis ver. Venid, dignaos tocar a este hombre desgraciado. Obedecedme, no tengáis miedo, ya que mis males ningún mortal, sino yo, puede arrostrarlos.
CORIFEO.- A propósito de lo que pides, aquí se presenta Creonte para tomar iniciativas o decisiones, ya que se ha quedado como único custodio del país en tu lugar.
EDIPO.- ¡Ay de mí! ¿Qué palabras le voy a dirigir? ¿Qué garantía justa de confianza podrá aparecer en mí? Pues de mi enfrentamiento anterior con él, en todo me descubro culpable.
(Entra Creonte.)
CREONTE.- No he venido a burlarme, Edipo, ni a echarte en cara ninguno de los ultrajes de antes. (Dirigiéndose al Coro.) Pero si no sentís respeto ya por la descendencia de los mortales, sentidlo, al menos, por el resplandor del soberano Helios que todo lo nutre y no mostréis así descubierta una mancilla tal, que ni la tierra ni la sagrada lluvia ni la luz acogerán. Antes bien, tan pronto como sea posible, metedle en casa; porque lo más piadoso es que las deshonras familiares sólo las vean y escuchen los que forman la familia.
EDIPO.- ¡Por los dioses!, ya que me has liberado de mi presentimiento al haber llegado con el mejor ánimo junto a mí, que soy el peor de los hombres, óyeme, pues a ti te interesa, que no a mí, lo que voy a decir.
CREONTE.- ¿Y qué necesitas obtener para suplicármelo así?
EDIPO.- Arrójame enseguida de esta tierra, donde no pueda ser abordado por ninguno de los mortales.
CREONTE.- Hubiera hecho esto, sábelo bien, si no deseara, lo primero de todo, aprender del dios qué hay que hacer.
EDIPO.- Pero la respuesta de aquél quedó bien evidente: que yo perezca, el parricida, el impío.
CREONTE.- De este modo fue dicho; pero, sin embargo, en la necesidad en que nos encontramos es más conveniente saber qué debemos hacer.
EDIPO.- ¿Es que vais a pedir información sobre un hombre tan miserable?
CREONTE.- Sí, y tú ahora sí que puedes creer en la divinidad.
EDIPO.- En ti también confío y te hago una petición: dispón tú, personalmente, el enterramiento que gustes de la que está en casa. Pues, con rectitud, cumplirás con los tuyos. En cuanto a mí, que esta ciudad paterna no consienta en tenerme como habitante mientras esté con vida, antes bien, dejadme morar en los montes, en ese Citerón que es llamado mío, el que mi padre y mi madre, en vida, dispusieron que fuera legítima sepultura para mí, para que muera por obra de aquellos que tenían que haberme matado. No obstante, sé tan sólo una cosa, que ni la enfermedad ni ninguna otra causa me destruirán. Porque no me hubiera salvado entonces de morir, a no ser para esta horrible desgracia. Pero que mi destino siga su curso, vaya donde vaya. Por mis hijos varones no te preocupes, Creonte, pues hombres son, de modo que, donde fuera que estén, no tendrán nunca falta de recursos. Pero a mis pobres y desgraciadas hijas, para las que nunca fue dispuesta mi mesa aparte de mí, sino que de cuanto yo gustaba, de todo ello participaban siempre, a éstas cuídamelas. Y, sobre todo, permíteme tocarlas con mis manos y deplorar mis desgracias. ¡Ea, oh Señor! ¡Ea, oh noble en tu linaje! Si las tocara con las manos, me parecería tenerlas a ellas como cuando veía. ¿Qué digo? (Hace ademán de escuchar.) ¿No estoy oyendo llorar a mis dos queridas hijas? ¿No será que Creonte por compasión ha hecho venir lo que me es más querido, mis dos hijas? ¿Tengo razón?
(Entran Antígona e Ismene conducidas por un siervo.)
CREONTE.- La tienes. Yo soy quien lo ha ordenado, porque imaginé la satisfacción que ahora sientes, que desde hace rato te obsesionaba.
EDIPO.- ¡Ojalá seas feliz y que, por esta acción, consigas una divinidad que te proteja mejor que a mí! ¡Oh hijas! ¿Dónde estáis? Venid aquí, acercaos a estas fraternas manos mías que os han proporcionado ver de esta manera los ojos, antes luminosos, del padre que os engendró. Este padre, que se mostró como tal para vosotras sin conocer ni saber dónde había sido engendrado él mismo. Lloro por vosotras dos -pues no puedo miraros-, cuando pienso qué amarga vida os queda y cómo será preciso que paséis vuestra vida ante los hombres. ¿A qué reuniones de ciudadanos llegaréis, a qué fiestas, de donde no volváis a casa bañadas en lágrimas, en lugar de gozar del festejo? Y cuando lleguéis a la edad de las bodas, ¿quién será, quién, oh hijas, el que se expondrá a aceptar semejante oprobio, que resultará una ruina para vosotras dos como, igualmente, lo fue para mis padres? ¿Cuál de los crímenes está ausente? Vuestro padre mató a su padre, fecundó a la madre en la que él mismo había sido engendrado y os tuvo a vosotras de la misma de la que él había nacido. Tales reproches soportaréis. Según eso, ¿quién querrá desposaros? No habrá nadie, oh hijas, sino que seguramente será preciso que os consumáis estériles y sin bodas. ¡Oh hijo de Meneceo!, ya que sólo tú has quedado como padre para éstas -pues nosotros, que las engendramos, hemos sucumbido los dos-, no dejes que las que son de tu familia vaguen mendicantes sin esposos, no las iguales con mis desgracias. Antes bien, apiádate de ellas viéndolas a su edad así, privadas de todo excepto en lo que a ti se refiere. Prométemelo, ¡oh noble amigo!, tocándome con tu mano. Y a vosotras, ¡oh hijas!, si ya tuvierais capacidad de reflexión, os daría muchos consejos. Ahora, suplicad conmigo para que, donde os toque en suerte vivir, tengáis una vida más feliz que la del padre que os dio el ser.
CREONTE.- Basta ya de gemir. Entra en palacio.
EDIPO.- Te obedeceré, aunque no me es agradable.
CREONTE.- Todo está bien en su momento oportuno.
EDIPO.- ¿Sabes bajo qué condiciones me iré?
CREONTE.- Me lo dirás y, al oírlas, me enteraré.
EDIPO.- Que me envíes desterrado del país.
CREONTE.- Me pides un don que incumbe a la divinidad.
EDIPO.- Pero yo he llegado a ser muy odiado por los dioses.
CREONTE.- Pronto, en tal caso, lo alcanzarás.
EDIPO.- ¿Lo aseguras?
CREONTE.- Lo que no pienso, no suelo decirlo en vano.
EDIPO.- Sácame ahora ya de aquí.
CREONTE.- Márchate y suelta a tus hijas.
EDIPO.- En modo alguno me las arrebates.
CREONTE.- No quieras vencer en todo, cuando, incluso aquello en lo que triunfaste, no te ha aprovechado en la vida.
(Entran todos en palacio.)
CORIFEO.- ¡Oh habitantes de mi patria, Tebas, mirad: he aquí a Edipo, el que solucionó los famosos enigmas y fue hombre poderosísimo; aquel al que los ciudadanos miraban con envidia por su destino! ¡En qué cúmulo de terribles desgracias ha venido a parar! De modo que ningún mortal puede considerar a nadie feliz con la mira puesta en el último día, hasta que llegue al término de su vida sin haber sufrido nada doloroso.

Werther


libro completo WERTHER de Johann Wolfgang von Goethe

-1-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther

HE recogido con afán todo lo que he podido encontrar
referente a la historia del desdichado Werther, y aquí os
lo ofrezco, seguro de que me lo agradeceréis. Es imposible
que no tengáis admiración y amor para su genio y carácter,
lágrimas para su triste fin.
Y tú, pobre alma que sufres el mismo tormento ¡ojalá
saques consuelo de sus amarguras, y llegue este librito a
ser tu amigo si, por capricho de la suerte o por tu propia
culpa, no encontraste otro mejor!
-6-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
LIBRO I
4 DE MAYO DE 1771
¡CUÁNTO me alegro de mi viaje! ¡Ay, amigo mío, lo es
el corazón del hombre! ¡Alejarme de ti, a quien tanto quiero;
dejarte, siendo inseparable, y sentirme dichoso! Sé que
me lo perdonas. ¿No parece que el destino me había puesto
en contacto con los demás amigos, con el exclusivo fin
de atormentarme? ¡Pobre Leonor! Y, sin embargo, no es
culpa mía, ¿Podía yo evitar que se desarrollase una pasión
en su desdichado espíritu, mientras me embelesaba con
las gracias hechiceras de su hermana? Así y todo, ¿no
tengo nada que echarme en cara? ¿No he nutrido esa
pasión? Más aún: ¿no me he divertido frecuentemente con
la sencillez e inocencia de su lenguaje, que muchas veces
nos hacía reír, aunque nada tenía de risible? ¿No he?..
¡Oh! ¡Qué es el hombre, y por qué se atreve a quejarse?
Quiero corregirme, amigo mío; quiero corregirme, y te
doy palabra de hacerlo; quiero no volver a preocuparme
con los dolores pasajeros que la suerte nos ofrece sin
cesar; quiero vivir de lo presente, y que lo pasado sea
para mí pasado por completo. Confieso que tienes razón
cuando dices que aquí abajo habría menos amarguras si
los hombres (Dios sabrá por qué los ha hecho como son)
no se dedicasen con tanto ahínco a recordar dolores
antiguos, en vez de soportar con entereza los presentes.
«Di a mi madre que no dejaré de la mano su asunto, y que
le daré noticias de él lo más pronto que pueda. He visto a
mi tía: lejos de encontrar en ella a la perversa mujer que
ahí me hablaron, te aseguro que tiene excesiva viveza y
excelente corazón. Me he hecho eco de las quejas de mi
madre por la parte de herencia que le retiene, me ha
explicado su conducta y los motivos que la justifican;
también me ha dicho bajo qué condiciones está dispuesta
a entregarnos aún más de lo que pedimos. Basta de esto
por hoy, di a mi madre que todo se arreglará. He visto una
vez más, amigo mío, en este negocio insignificante que
-7-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
las equivocaciones de la negligencia causan en el mundo
más daño que la astucia y la maldad; bien es cierto que
éstas abundan menos.
«Por lo demás, aquí me encuentro perfectamente. La
soledad de este paraíso terrenal es un precioso bálsamo
para mi alma, y esta estación juvenil consuela por completo
mi corazón, que con frecuencia se estremece de pena.
Cada árbol, cada planta es un ramillete de flores, y siente
uno deseos de convertirse en abeja, para revolotear en
esta atmósfera embalsamada, sacando de ella el necesario
alimento.
«La ciudad propiamente dicha es desagradable; pero en
sus cercanías brilla la naturaleza con todo su esplendor.
Por eso el difunto conde de M... hizo plantar su jardín en
una de estas colinas, que se cruzan en variado y encantador
panorama, formando los valles más deliciosos. El jardín
es sencillo, y se observa desde la entrada que el plan, más
que engendro de sabio jardinero, es combinación de un
alma sensible, deseosa de gozar de sí misma. Muchas
lágrimas he consagrado ya a la memoria del conde en las
ruinas de un pabelloncito, que era su retiro predilecto y
que también es el mío. En breve seré yo el dueño del
jardín: en sólo dos días me he sabido granjear la buena
voluntad del jardinero y te aseguro que no llegará a
arrepentirse de ello.»
10 DE MAYO
«Reina en mi espíritu una alegría admirable, muy parecida
a las dulces alboradas de la primavera, de que gozo aquí
con delicia. Estoy solo, y me felicito de vivir en este país,
el más a propósito para almas como la mía, soy tan
dichoso, mi querido amigo, me sojuzga de tal modo la
idea de reposar, que no me ocupo de mi arte. Ahora no
sabría dibujar, ni siquiera hacer una línea con el lápiz; y,
sin embargo, jamás he sido mejor pintor Cuando el valle
se vela en torno mío con un encaje de vapores; cuando el
-8-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
sol de mediodía centellea sobre la impenetrable sombra
de mi bosque sin conseguir otra cosa que filtrar entre las
hojas algunos rayos que penetran hasta el fondo del santuario,
cuando recostado sobre la crecida hierba, cerca
de la cascada, mi vista, más próxima a la tierra, descubre
multitud de menudas y diversas plantas; cuando siento
más cerca de mi corazón los rumores de vida de ese
pequeño mundo que palpita en los tallos de las hojas, y
veo las formas innumerables e infinitas de los gusanillos y
de los insectos; cuando siento, en fin, la presencia del
Todopoderoso, que nos ha creado a su imagen, y el soplo
del amor sin limites que nos sostiene y nos mece en el
seno de una eterna alegría; amigo mío, si los primeros
fulgores del alba me acarician, y el cielo y el mundo que
me rodean se reflejan en mi espíritu como la imagen de
una mujer adorada, entonces suspiro y exclamo: «¡Si yo
pudiera expresar todo lo que siento! ¡Si todo lo que dentro
de mí se agita con tanto calor, con tanta exuberancia de
vida, pudiera yo extenderlo sobre el papel, convirtiendo
éste en espejo de mi alma, como mi alma es espejo de
Dios!» Amigo... Pero me abismo y me anonada la
sublimidad de tan magníficas imágenes,».
12 DE MAYO
«No sé si vagan por este país algunos genios burlones, o
si sólo existe dentro de mí la vívida y celestial visión que
da apariencias de paraíso a todo lo que me rodea. Cerca
de la ciudad hay una fuente, donde estoy encantado, como
Melusina con sus hermanas. Siguiendo la rampa de una
pequeña colina se llega a la entrada de una gruta; bajando
después unos veinte escalones se ve brotar entre las rocas
un agua cristalina. El pequeño muro que sirve de cinturón
a la gruta, los corpulentos árboles que le dan sombra, la
frescura del lugar, todo atrae y todo causa una sensación
indefinible.
«Ningún día paso menos de una hora en este sitio, al que
las muchachas de la ciudad acuden por agua: ejercicio
-9-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
inocente y necesario que en otro tiempo desempeñaban
las mismas hijas de los reyes. Sentado aquí, pienso con
frecuencia en las costumbres particulares, veo a los
hombres de antaño hacer sus conocimientos y buscar sus
mujeres en la fuente; sueño con los genios benéficos,
moradores de los arroyos y manantiales. El que no sienta
lo que yo siento no sabe lo que en un día de verano es la
saludable frescura de un riachuelo después de una jornada
penosa.»
13 DE MAYO
«¿Me preguntas si debes enviarme mis logros? ¡Por Dios,
hombre, no me abrumes con ese aumento de equipaje!
No quiero que me guíen, que me exciten, que me espoleen:
aquí me basta mi corazón. Sólo echaba de menos un canto
que me arrullase, y he encontrado en mi Homero más de
lo que buscaba. ¡Cuántas veces templo con sus versos el
hervor de mi sangre! Porque tú no conoces nada más
desigual, ni más variable que mi corazón. Amigo mío:
¿necesitaré decírtelo, a ti que has sufrido más de una vez
viéndome pasar de la tristeza a la alegría más alborotadora,
y de una dulce melancolía a la pasión más violenta? Trato
a este pobre corazón como a un niño enfermo, le concedo
cuanto me pide. No se lo cuentes a nadie, que no faltaría
quien dijese que con ello cometo un crimen.»
15 DE MAYO
«Ya me conoce y me quiere la gente humilde de estos
lugares: sobre todo los niños. Cuando al principio me
acercaba a ella, le dirigía amistosamente tal o cual pregunta,
había quien, recelando que quería divertirme a su costa,
me volvía la espalda sin pizca de urbanidad. No me
desanimaba esto, pero me hacía pensar con insistencia en
una cosa que antes de ahora he observado, y es que los
que ocupan cierta posición social se mantienen siempre
impasibles a cierta distancia de las clases inferiores del
-10-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
pueblo, como si temieran mancharse con su contacto,
habiendo también calaveras y bufones que fingen acercarse
a esta pobre gente, cuando su verdadero objeto es hacerle
sentir con más fuerza el peso de la voluntad.
«Bien sé que no somos iguales ni podemos serlo; pero,
en mi opinión, el que cree preciso vivir alejado de lo que
se llama pueblo para que éste le respete, es tan despreciable
como el mandria que se oculta de sus enemigos por temor
de que le venzan.
«Hace poco estuve en la fuente y encontré en ella a una
criadita, que, habiendo colocado su cántaro al pie de la
escalinata, buscaba con la vista a alguna de sus compañeras
para que le ayudase o colocárselo sobre la cabeza. Bajé,
y fijando en ella mi mirada le dije: «¿Quieres que te ayude,
hija mía?» «¡Oh señor!...», balbució, poniéndose roja
como una amapola. «¡Bah!, fuera escrúpulos...» La ayudé
a salir del apuro, me dio las gracias y se fue.»
17 DE MAYO
«He hecho conocimientos de todos géneros, aunque sin
formar sociedad con nadie. Algún atractivo, que no me
doy cuenta, debo de tener para muchas personas que
espontáneamente se me acercan con deseos de intimar;
por mi parte, siento el separarme de ellas cuando sólo un
breve rato seguimos el mismo camino. Si me preguntas
cómo es la gente de este país, te diré: «Como la de todos.»
La raza humana es igual en todas partes. La inmensa
mayoría emplea casi todo su tiempo en trabajar para vivir,
y le abruma de tal modo la poca libertad de que goza, que
pone de su parte cuanto puede para perderla. ¡Oh destino
de los mortales!
«Por lo demás, la gente es buena. Si algunas veces me
entrego con ella a placeres que aún quedan a los hombres,
como son el charlar alegre, franca y cordialmente en torno
a una mesa bien servida, organizar una expedición al
-11-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
campo, un baile u otra diversión cualquiera, me encuentro
en mi elemento, con tal que no se me ocurra entonces la
idea de que hay en mí otra porción de facultades que
debo ocultar cuidadosamente, por más que se enmohezcan
no ejercitándolas. ¡Ah!, esto desgarra el corazón, pero el
hombre nace para morir sin que le hayan conocido. ¡Ay!
... ¿Por qué no existe ya la amiga de mi juventud? ¿Por
qué la conocí? Me diré a mí mismo: «¡Insensato! Buscas
lo que nadie encuentra en la tierra.» Y, sin embargo, yo lo
he encontrado; yo he poseído aquel corazón, aquella alma
superior, en cuya presencia me figuraba ser más de lo que
soy, porque era cuanto yo podía ser. ¿Qué fuerza de mi
espíritu, Dios mío, estaba entonces paralizada? ¿No podía
yo desplegar ante ella la maravillosa sensibilidad con que
mi corazón abraza el universo? ¿No era nuestro trato una
cadena continua de los más delicados sentimientos, de
los ímpetus más vehementes, cuyos matices, hasta los
más superficiales, brillaban con el esmalte del talento? Y
ahora..., ¡ay! Tenía algunos años más que yo, y ha llegado
antes al sepulcro. Jamás olvidaré su privilegiada razón y
su indulgencia más que humana. Hace algunos días
encontraré a M. V., joven franco y expansivo, y de una
fisonomía que revela felicidad. Ha acabado sus estudios
y, sin presumir de genio, está convencido de que no todos
valen lo que él. Mis observaciones atestiguan que es
laborioso; en resumen, sabe algo. Habiendo averiguado
que dibujo y poseo el griego (dos fenómenos en este país),
cultiva mi amistad alardeando frecuentemente de erudito,
pasa revista desde Bateux hasta Wood, desde Piles hasta
Winkelmann, y me ha asegurado que conoce la primera
parte de la teoría de Sulzer y que tiene un manuscrito de
Heine sobre el estudio del arte antiguo. Yo le dejo hablar.
«También he hecho conocimiento con el juez, hombre
excelente y de un carácter abierto y leal. Dicen que es
delicioso verle rodeado de sus nueve hijos, y todo el
mundo se hace lenguas de la hija mayor. Me ha ofrecido
su casa, y un día de éstos le haré mi primera visita. Por
permiso que le han concedido después de la muerte de su
mujer, vive en una casa de campo, del príncipe, a legua y
-12-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
media de la ciudad. Ésta y la morada que en ella tenía
habían llegado a serle insoportables. Por último también
he encontrado aquí algunos entes en los cuales todo me
parece fastidioso, y más fastidioso que nada, sus
demostraciones de afecto.
«Adiós: esta carta te agradará; es historia desde el principio
hasta el fin.»
22 DE MAYO
«Muchas veces se ha dicho que la vida es un sueño, y no
puedo desechar de mí esta idea. Cuando considero los
estrechos límites en que están encerradas las facultades
intelectuales del hombre; cuando veo que la meta de
nuestros esfuerzos estriba en satisfacer nuestras
necesidades, que éstas sólo tienden a prolongar una
existencia efímera; que toda nuestra tranquilidad sobre
ciertos puntos de nuestras investigaciones no es otra cosa
que una resignación meditabunda, y que nos entretenemos
en bosquejar deslumbradoras perspectivas y figuras
abigarradas en los muros que nos aprisionan; todo esto,
Guillermo, me hace enmudecer. Me reconcentro en mí
mismo y hallo un mundo dentro de mí; pero un mundo
más poblado de presentimientos y de deseos sin formular,
que de realidades y de fuerzas vivas
«Cuantos se dedican a la enseñanza convienen en que los
niños no saben darse cuenta de su voluntad; pero, por
más que para mí sea una verdad inconcusa, no creerán
muchos que los hombres como los niños, caminando a
tientas sobre la tierra, ignorando de dónde vienen y adónde
van, son poco menos que autómatas y, exactamente como
los niños, se dejan gobernar con juguetes, confites y
azotes.
«Te concederé desde luego (porque sé que me lo puedes
objetar) que los más felices son los que no se curan del
pasado ni del porvenir, los que pasean, visten y desnudan
-13-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
su muñeca, y los que, dando cautelosas vueltas alrededor
del armario donde la madre ha encerrado las golosinas,
cuando logran atrapar el manjar apetecido, lo devoran a
dos carrillos y gritan: «¡Más!» Estas criaturas son
envidiables. También lo son las que, encareciendo con
títulos pomposos sus frívolas ocupaciones, o tal vez sus
pasiones, reclaman gratitud al género humano, como si
para su salud y su dicha hubieran llevado a cabo alguna
empresa gigantesca. ¡Feliz el que pueda vivir de este
modo! Sin embargo, el hombre humilde que comprende
adónde va todo a parar; el que observa con cuánta facilidad
convierte cualquiera su huerto en un paraíso, y con cuánto
tesón el infeliz que gime encorvado bajo el fardo de la
miseria prosigue casi exánime su camino, aspirando, como
todos, a ver un minuto más la luz del sol, está tranquilo,
crea un mundo, que saca de sí mismo, y también es feliz,
porque es hombre. Podrá agitarse en una esfera muy limitada;
pero siempre llevará en su corazón la dulce idea de
la libertad y el convencimiento de que saldrá de esta prisión
cuando quiera.»
26 DE MAYO
«Hace mucho tiempo que conoces mi modo de alojarme,
mi costumbre de hacerme una cabaña en cualquier punto
solitario donde me instalo, sin ningún género de
comodidades. Pues bien, aquí he encontrado un rinconcito
que me ha seducido.
«A una legua de la ciudad está la aldea de Wahlhelm (1).
Su situación al pie de una colina es muy agradable, y
cuando, saliendo de la aldea, se sigue la vereda de una
loma, llega a descubrirse de cuatro años de edad, que se
había sentado en el todo el valle de una ojeada.
(1) El lector hará bien en no perder el tiempo buscando los lugares que
se citen, porque ha sido necesario cambiar los verdaderos que se
encontraban en el original. (Nota del autor.)
-14-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«Una viejecita muy servicial y de muy buen humor vende
en un ventorrillo vino, cerveza y café. Lo que más me
encanta son dos tilos que dan sombra con su amplio
ramaje a una plazoleta que hay delante de la iglesia, rodeada
de casas rústicas, de cortijos y de chozas. Conozco pocos
parajes tan ocultos y tranquilos. Hago que desde mi albergue
me lleven a él mi mesita y mi silla. y tomo café y
leo a Homero. La primera vez que la casualidad me
condujo bajo los tilos, era una hermosa siesta y encontré
desierta la plaza: los aldeanos estaban en el campo. Sólo
vi a un muchacho, como de cuatro años de edad, que se
había sentado en el suelo, estrechando contra su pecho a
otro niño de seis meses. Le tenía entre sus piernas,
formando así una especie de asiento. A pesar de la
vivacidad con que sus ojos miraban a todas partes,
permanecía sentado y tranquilo. Este espectáculo me
cautivó. Sentéme yo en un arado que había enfrente y
dibujé con sumo gusto este episodio fraternal. Añadiendo
los setos cercanos, la puerta de una cabaña y algunos
pedazos de ruedas de carretas, todo con el desorden en
que estaba; vi al cabo de una hora que había hecho un
dibujo bien compuesto y lleno de interés, sin haber añadido
nada de mi propia invención. Esto me aferró a mi propósito
de no atenerme en adelante más que a la naturaleza. Sólo
ella posee una riqueza inagotable; sólo ella forma a los
grandes artistas. Mucho puede cacarearse en favor de las
reglas; casi lo mismo que en alabanza de la sociedad civil.
Un hombre formado según las reglas, jamás producirá
nada absurdo y absolutamente malo, así como el que obre
con sujeción a las leyes y a la urbanidad nunca puede ser
un vecino insoportable ni un gran malvado; sin embargo,
y dígase lo que se quiera, toda regla asfixia los verdaderos
sentimientos y destruye la verdadera expresión de la
naturaleza. «No tanto—dirás tú; la regla no hace más que
encerrarnos en justos límites; es una podadera que corta
las ramas inútiles» Amigo mío, permite que te haga una
comparación. Sucede en esto lo que en el amor. Un joven
se enamora de una mujer, pasa todas las horas del día a
-15-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
su lado, le prodiga sus caricias y sus bienes, y así le prueba
sin cesar que ella es para él todo en el mundo. Llega
entonces un vecino, un empleado, que le dice: «Caballerito,
amar es de hombres; pero es preciso amar a lo hombre.
Divide tu tiempo; dedica una parte de él al trabajo, y no
consagres a tu querida más que los ratos de ocio; piensa
en ti, y cuando tengas asegurado lo que necesites, no seré
yo quien te prohiba hacer con lo que te sobre algún regalo
a tu amada; pero no con mucha frecuencia; el día de su
santo por ejemplo, o el aniversario de su nacimiento...»
Si nuestro enamorado le escucha, llegará a ser un hombre
útil, y hasta yo aconsejaré al príncipe que le dé algún
empleo; pero ¡adiós el amor!..., ¡adiós el arte!, si él es
artista. ¡Oh amigos míos! ¿Por qué el torrente del genio
se desborda tan de tarde en tarde? ¿Por qué muy pocas
veces hierven sus olas y hacen que vuestras almas se
estremezcan de asombro? Queridos amigos: porque
pueblan una y otra orilla algunos vecinos pacíficos, que
tienen lindos pabelloncitos, cuadrados de tulipanes y
arriates de hierbajos que serían destruidos, cosa que saben
ellos muy bien, por lo cual conjuran con diques y zanjas
de desagüe el peligro que los amenaza.»
27 DE MAYO
«Ahora caigo en que entregado al éxtasis, a las
comparaciones y la declamación, he dado al olvido referirte
hasta el fin lo que fue de los dos muchachos. Sumergido
en el idealismo artístico de que en desaliñado estilo, te
daba razón mi carta de ayer permanecí dos horas largas
sobre el arado. Una joven, con una cesta al brazo, vino
por la tarde a buscar a los pequeñuelos, y gritó desde
lejos: «Felipe, eres un buen chico.» Me saludó, le devolví
el saludo, me levanté, me acerqué a ella y le pregunté si
era la madre de aquellas criaturas. Me contestó
afirmativamente, y después de haber dado un bollo al
mayor, tomó al otro en sus brazos y le besó con toda la
ternura de una madre. «Había encargado a Felipe que
cuidase de su hermanito—me dijo—, y yo con el mayor
-16-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
de mis hijos he estado en la ciudad a comprar pan blanco,
azúcar y un puchero—todo esto se veía en la cesta, cuya
tapa se había caído—. Quiero dar esta noche una cena a
mi Juan—éste era el nombre del más pequeño—. El mayor
es un aturdido que me rompió ayer el puchero, peleándose
con Felipe por arrebañarlo.» Le pregunté dónde estaba el
mayor, y mientras me contestaba que corriendo en el prado
detrás de un par de patos, apareció dando brincos y
trayendo a Felipe una varita de avellano. Seguí hablando
algunos momentos con esta mujer, y supe que era hija del
maestro de escuela, que su marido estaba en Suiza en
busca de una herencia que le había dejado un primo.
«Querían engañarle—dijo—y no contestaban a sus cartas:
por eso ha ido. ¡Con tal que no le suceda nada malo!
Hasta ahora no he recibido noticias suyas.» Me separé
con pena de esta mujer; di un kreutzer a los niños mayores,
y otro a la madre para el más pequeño, diciéndole que
cuando volviese a la ciudad le comprase en mi nombre
una tortita. Después de esto nos separamos. Te juro, amigo
mío, que cuando no estoy en calma basta para apagar
mis arrebatos la presencia de una criatura como ésta, que
recorre en un abandono feliz el círculo estrecho de su
vida, sin pensar en el mañana, y sin ver en la caída de las
hojas de los árboles otra cosa que la proximidad del
invierno.
«Desde ese día voy frecuentemente a aquel paraje. Los
muchachos se han acostumbrado a verme; yo les doy
azúcar cuando tomo el café, y por la tarde ellos parten
conmigo su pan con manteca y su cuajada. Ningún
domingo dejo de darles un kreutzer, y si no estoy en casa
cuando salen de la iglesia, lo reciben de mi pupilera, a
quien dejo el encargo de hacerlo.
«Son cariñosos; me cuentan toda especie de cuentos y
me divierto, sobre todo, con sus pasiones y la cándida
explosión de sus deseos, cuando se reúnen con otros
chicos de la aldea. Mucho trabajo me ha costado
convencer a la madre que no debe inquietarse con la idea
de que sus hijos puedan, como ella dice, incomodar al
-17-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
señor.»
30 DE MAYO
«Lo que te dije el otro día sobre la pintura es aplicable a
la poesía: basta con conocer lo que es bello y atreverse a
expresarlo. En verdad, no se puede decir más en menos
palabras. He asistido hoy a una escena que, fielmente
referida, sería el mesor idilio del mundo; pero poesía,
escenario, idilio..., ¿qué falta hacen? ¿Es preciso, cuando
debemos interesarnos en una manifestación de la naturaleza,
que se halle artísticamente combinada?
«Si después de este exordio esperas oír algo grande y
sublime, te llevas un gran chasco: es pura y simplemente
una joven aldeana que me ha inspirado esta irresistible
simpatía... Como de costumbre, referiré mal, y, como de
costumbre me encontrarás, según creo exagerado. Culpa
es de Wahlheim, y siempre de Wahlheim el que suceda
así.
«Se había formado una reunión bajo los tilos para tomar
café. Esto no me hacía gracia, e inventé un pretexto para
echarme fuera.
«Salió un joven de una casa inmediata y se puso a
componer el arado donde yo había dibujado poco antes.
Me agradó su aspecto y le dirigí la palabra preguntándole
por su manera de vivir. Pronto nos hicimos amigos, como
siempre sucede con esta clase de gente; en seguida hubo
intimidad entre los dos. Me contó que servía a una viuda
que le trataba a maravilla. Por lo que de esto me dijo y por
los grandes elogios que hizo de ella, conocí al punto que
el pobre diablo estaba enamorado. Decía que no era joven,
que había sufrido mucho con el primer marido y que
temblaba ante la idea de contraer segundas nupcias. Su
relato hacía verse de tal modo hasta qué extremo era a
-18-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
sus ojos bella y encantadora, y con cuánto afán deseaba
que se dignase elegirle para borrar el recuerdo de las faltas
de su primer marido, que yo debería repetírtelo palabra
por palabra, para darte cabal idea de la inclinación
desinteresada, del amor y de la fidelidad de este hombre.
Necesitaría el talento del mejor poeta para pintar, al mismo
tiempo, de una manera expresiva, la animación de sus
gestos, la armonía de su voz y el fuego celestial de sus
miradas. No, no hay palabras que puedan reproducir la
ternura que rebosaba todo su ser y su lenguaje: cuanto yo
te dijera sería pálido. Llamaba particularmente mi atención
verle temeroso de que yo pudiera formar injustos
pensamientos sobre sus relaciones o dudase de la
intachable conducta de la viuda. El placer que experimenté
oyéndole hablar de su figura y de su belleza, que, sin
tener el encanto de la juventud, le atraía irresistiblemente y
le encadenaba, no puedo explicármelo más que con el
corazón. Nunca había visto un deseo apremiante, una
pasión ardiente, unidos a tanta pureza; sí, puedo decirlo;
nunca había imaginado ni soñado que existiese tal pureza.
No hagas burla de mí si te confieso que al recuerdo de
esta inocencia y de este candor me abraso en oculto fuego,
languidezco y me consumo. Ahora deseo encontrar pronto
ocasión de conocerla...; mejor dicho, y pensándolo bien,
deseo evitarlo. Más vale que la vea por los ojos de su
amante: acaso los míos no la verían de la manera que
ahora la veo, ¿y qué gano en privarme de esta hermosa
imagen?»
16 DE JUNIO
«¿Por qué no te escribo? Tú me lo preguntas; ¡tú, que te
cuentas entre nuestros sabios! Debes adivinar que me
encuentro bien y que..., en una palabra, he hecho una
amistad que interesa a mi corazón. Yo he..., yo no sé...
«Difícil me será referirte de por sí cómo he conocido a la
más amable de las criaturas. Soy feliz y estoy contento;
por lo tanto, seré mal historiador.
-19-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«¡Un ángel! ¡Bah! Todos dicen lo mismo de la que aman,
¿no es verdad? Y, sin embargo, yo no podré decirte cuán
perfecta es y por qué es perfecta; en resumen, ha
esclavizado todo mi ser.
« ¡Tanta inocencia con tanto talento! ¡Tanta bondad con
tanta firmeza! ¡Y el reposo del alma en medio de la vida
real, de la vida activa!
«Cuando digo de ella no es más que una palabre ría insulsa,
una helada abstracción, que no puede darte ni remota idea
de lo que es. Otra vez..., no quiero contártelo en seguida.
Si lo dejo, no lo haré nunca, porque (dicho sea para
nosotros), desde que he comenzado esta carta, tres veces
he tenido ya intención de soltar la pluma, hacer ensillar mi
caballo y marcharme. Y, sin embargo, esta mañana me
había jurado a mí mismo no ir; así y todo, a cada momento
me asomo a la ventana para ver la altura a que se encuentra
el sol.
.......................................
«No he podido vencerme: he ido a hacerle una visita. Heme
ya de vuelta, Guillermo, estoy cenando y escribiéndote.
«Si continúo de este modo, no sabrás al fin más que al
principio. Escucha, pues: procuraré sosegarme para
poderte hacer una detallada relación de todo.
«Te dije últimamente que había hecho conocimiento con
el juez S. y que me había invitado a visitarle en su retiro, o
por mejor decir, en su reinezuelo. No me acordaba de
esta visita, y acaso no la hubiera hecho nunca si la
casualidad no me hubiese descubierto el tesoro escondido
en este paraje solitario.
«La gente joven había dispuesto un baile en el campo, al
que debía yo asistir. Tomé por pareja a una señorita bella
y de buen genio, pero de trato indiferente, y convinimos
-20-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
en que yo iría con un coche a buscar a esta señorita y a su
tía, que la acompañaba, para conducirlas al sitio de la
fiesta y convinimos, además, en que al paso recogeríamos
a Carlota S. «Vais a conocer a una joven muy guapa», me
dijo mi pareja, mientras atravesábamos la gran selva y nos
acercábamos a la casa. «¡Cuidado con enamorarse!»,
añadió la tía. «¿Y por qué?» pregunté yo. «Porque ya
está prometida a un joven que vale mucho y que, por
haber perdido a su padre, ha tenido necesidad de hacer
un viaje para arreglar sus asuntos y solicitar un buen
empleo.» Escuché estos detalles con bastante indiferencia.
«Descendía el sol rápidamente hacia las montañas que
limitaban el horizonte, cuando el coche se detuvo en la
puerta del patio de la casa. Hacía un calor sofocante, y
las señoras tenían miedo de que descargase una tempestad,
que parecía formarse entre pardas y oscuras nubecillas
que cercaban el horizonte. Disipé los temores de mis
compañeras, fingiendo tener profundos conocimientos del
tiempo, a pesar de que también yo presentía que se nos
iba a aguar la fiesta.
«Ya había yo bajado del coche, cuando llegó una criada a
la puerta del patio y nos dijo que hiciésemos el favor de
aguardar un momento, que la señorita Carlota no tardaría
en salir. Atravesé el patio y avancé con desenfado hacia la
casa; cuando hube subido la escalera y franqueé la puerta,
contemplaron mis ojos el espectáculo más encantador que
he visto en mi vida. En la primera habitación, seis niños,
desde dos hasta once años de edad saltaban alrededor de
una hermosa joven, de mediana estatura, vestida con una
sencilla túnica blanca, adornada con lazos de color de
rosa en las mangas y en el pecho. Tenía en la mano un
pan moreno, del que a cada uno de los niños cortaba un
pedazo proporcionado a su edad y a su apetito. Les repartía
las rebanadas con la mayor gracia, y ellos, gritando, se lo
agradecían, después de haber tenido un buen rato las
manecitas levantadas, aun antes que el pan estuviese
cortado. Por fin, provistos de su merienda, unos se
alejaron saltando de contento; otro, de carácter menos
-21-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
juguetón, se fueron sosegadamente a la puerta del patio
para ver a los forasteros y el coche que debía llevarse a
Carlota. Esta me dijo: «¿Me perdonaréis que haya causado
la molestia de entrar y haber hecho esperar a esas señoras?
Distraída en vestirme y en tomar las disposiciones que en
la casa exige mi ausencia, me había olvidado de dar su
merienda a los niños, que no quieren recibirla sino de mi
mano.» Contesté con un cumplido insignificante: mi alma
estaba absorta en contemplar su talle, su rostro, su voz,
sus menores movimientos. Apenas pude volver de mi
sorpresa al verla entrar presurosa en otra habitación para
tomar los guantes y el abanico. Los niños, permaneciendo
a cierta distancia, me miraban de reojo; yo me acerqué al
más pequeño, cuya fisonomía era sumamente interesante.
Se retiraba huyendo de mí, cuando Carlota, que salía ya
por la puerta, le dijo: «Luis, da la mano a ese caballero,
que es tu primo.»
«Obedeció el niño sonriendo, y, aunque tenía las narices
llenas de mocos, no pude resistir la tentación de darle
algunos besos.
«¿ Primo?—dije a Carlota, ofreciéndole la mano—. ¿Creéis
que yo merezca la dicha de ser pariente vuestro?» «¡Oh!—
exclamó ella jovialmente—; nuestro parentesco es muy
antiguo, y yo sentiría infinito que fueseis el peor de la
familia.»
«Al salir, encargó a Sofía, niña de once a doce años y la
mayor de las hermanas que quedaban en la casa, que
cuidase bien de los niños y saludase a su padre cuando
volviese de paseo. Recomendó a los pequeños que
obedeciesen a Sofía como si fuese ella misma, lo que
muchos prometieron terminantemente; pero una traviesa
rubilla, que podría tener unos seis años, se apresuró a
decir: «Pero ella no eres tú, Lota, y nosotros queremos
mejor que seas tú.» Los dos hermanos mayores se habían
encaramado en el coche, y, por mi intercesión, Carlota les
permitió acompañarnos hasta la selva, aunque haciéndoles
prometer que se mantendrían firmes y que no se pelearían
-22-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
el uno con el otro.
«Apenas nos habíamos colocado nuestros asientos;
apenas las damas habían cambiado el saludo y las lisonjas
de costumbre sobre los trajes, especialmente sobre los
sombrerillos, y pasado revista a las personas que debían
asistir al baile, cuando Carlota hizo para el coche y mandó
a sus hermanos apearse. Estos quisieron besarle de nuevo
la mano: el mayor lo hizo con toda la ternura de un adolescente;
el más pequeño, con tanta viveza como atolondramiento.
Les encargó una vez más que saludasen a
sus otros hermanos, y continuamos nuestra marcha.
«La tía de mi pareja preguntó a Carlota si había concluido
el libro que últimamente le había prestado. «No—dijo
ella—, no me gusta, y os lo devolveré pronto; tampoco el
anterior me hizo mucha gracia.» Manifesté curiosidad por
saber de qué libros se trataba, y quedé sorprendido al
contestar Carlota que (2). Encontraba en cuanto decía un
talento nada común; cada palabra añadía nuevos encantos,
nuevos fulgores de inteligencia a su rostro, y observé que
se explicaba con tanto más gusto cuanto que veía en mí
una persona que la comprendía.
«Cuando yo era más niña—me dijo—mi lectura favorita
eran las novelas. Dios sabe cuánto placer experimentaba
yo cuando podía sentarme el domingo en algún rinconcillo
para participar con todo mi corazón de la dicha o de la
desgracia de alguna miss Jenni. No quiere esto decir que
este género de literatura haya perdido a mis ojos todos
sus encantos; pero, como ahora son contadas las veces
que puedo leer, cuando lo hago deseo que la obra esté
perfectamente dentro de mi gusto. El autor que prefiero
es aquel en quien hallo el mundo que me rodea, el que
cuenta las cosas como las veo en torno mío, el que con
sus descripciones, me atrae y me interesa tanto como mi
propia vida doméstica, que indudablemente no es un
p(2a)r aMíseo v, epoe orobl isgía udon aa fdueesncatert adre a qduicí huan ipnaesfaajeb lpea rpaa nrao mheír.i»r la
susceptibilidad de algunos autores, a pesar de que realmente éstos deben
hacer poco caso de los juicios de una señorita y de un joven tan
impresionable como Werther. (Nota del autor.)
-23-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«Procuré ocultar la emoción que me causaban estas
palabras, pero no lo conseguí por mucho tiempo, pues
cuando la oí hablar, incidentalmente, del vicario de
Wakefield, de... (3), no pudiendo contenerme, le dije
cuanto se me ocurrió en aquel instante, y sólo después de
un rato, al dirigir Calota la palabra a nuestras compañeras,
caí en la cuenta de que éstas habían permanecido como
dos marmolillos, sin tomar parte en la conversación. La
tía me miró más de una vez con un aire de burla, del que
no hice el menor caso.
«Hablamos entonces del baile. «Si bailar es un defecto—
dijo Carlota—, confieso ingenuamente que no concibo
otro de más atractivos. Cuando alguna cosa me desvela
con exceso y me acerco a mi clavicémbalo, aunque esté
desafinado, me basta con mal tocar una contradanza para
darlo todo al olvido.» «¡Con cuánto embeleso mientras
ella hablaba, fijaba yo mi vista en los ojos negros! ¡Cómo
enardecían mi alma la animación de sus labios y la frescura
risueña de sus mejillas! ¡Cuántas veces, absorto en
los magníficos pensamientos que exponía dejé de prestar
atención a las palabras con que se explicaba! Tú, que me
conoces a fondo puedes formar una idea exacta de todo
esto. En fin, cuando el coche paró delante de la casa del
baile yo eché pie a tierra completamente abstraído. La
hora del crepúsculo, el laberinto de sueños en que vagaba
mi imaginación, todo contribuyó a que apenas hiciese alto
en los torrentes de armonía que llegaban hasta nosotros
desde la sala iluminada.
«El señor Audran y un tal... (¿quién puede retener en la
memoria todos los nombres?), que eran las parejas de la
tía y de Carlota, nos recibieron en la puerta y se
(3) También suprimo aquí los nombres de algunos escritores
contemporáneos alemanes, aunque, si llegan a ver estas cartas, lo sentirán
aquellos a quienes alcanza parte de las alabanzas de Carlota: es
indudable que nadie necesita conocer las preferencias de nuestra joven.
(Nota del autor.)
-24-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
apoderaron de sus damas, yo los seguí con la mía.
«Comenzamos por bailar varias veces el minué. Saqué
una por una todas las señoras y pude observar que las
que valían menos eran las que hacían más dengues antes
de decidirse a ponerse a bailar Carlota y su caballero
comenzaron una contradanza inglesa: puedes figurarte el
placer que experimenté cuando le tocó hacer la figura
conmigo. ¡Es preciso verla bailar! Lo hace con todo su
corazón, con toda su alma; todo su cuerpo está en una
perfecta armonía, y se abandona de tal modo con tanta
naturalidad, que parece que para ella el baile lo resume
todo, que no tiene otra idea ni otro sentimiento y que,
mientras baila, lo demás se desvanece ante sus ojos.
«Le pedí la segunda contradanza y me ofreció la tercera,
asegurándome que tendría mucho gusto en bailar la
alemanda. «Aquí es costumbre—añadió— cada cual baile
la alemanda con su pareja, pero mi caballero valsa mal y
me agradecerá que le releve de esta obligación. Vuestra
compañera tampoco la sabe ni se cuida de ello, y he
observado, durante la danza inglesa, que bailáis a maravilla.
Por lo tanto, si queréis bailar conmigo la alemanda, id a
pedirme a mi caballero mientras yo hablo a vuestra dama.»
Después le di la mano, y se convino en que, mientras
nosotros bailábamos juntos, su caballero acompañaría a
mi pareja.
«Se comenzó, nos entretuvimos un rato en hacer diferentes
pasos y figuras. ¡Qué gracia, qué agilidad en sus
movimientos! Cuando llegamos al vals y las parejas, como
las esferas celestes, empezaron a girar unas alrededor de
otras, hubo un momento de confusión, porque son
contados los que valsan bien. Tuvimos la prudencia de
-25-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
dejar pasar el primer ímpetu de los demás; pero cuando
los menos hábiles se retiraron, nos lanzamos de nuevo y
dejamos bien puesto nuestro pabellón, y seguidos de otra
pareja, que eran Audran y su compañera. Jamás he sido
más ligero; yo era ya un hombre. Tener en mis brazos a la
criatura más amable, volar con ella como una exhalación,
desapareciendo de mi vista todo lo que rodeaba, y...,
Guillermo, te lo diré ingenuamente: me hice el juramento
de que mujer que yo amase, y sobre la cual tuviera algún
derecho, no valsaría jamás con otro que conmigo; Jamás,
aunque me costase la vida. ¿Me comprendes?
«Dimos algunas vueltas por la sala para tomar aliento;
después ella se sentó y le presenté, para que refrescase,
unos limones que yo había separado cuando se hacía el
ponche, los únicos que quedaban. Observé que agradecía
mi atención; pero se hallaba al lado una dama indiscreta, a
quien ella ofrecía pedacitos por pura cortesía, y cada uno
que tomaba era un puñal que me atravesaba el corazón.
En la tercera contradanza inglesa nos tocó ser la segunda
pareja. Cuando concluíamos de hacer la cadena y yo (¡Dios
sabe con cuánta voluptuosidad!) me adhería al brazo de
Carlota, fijo en sus ojos, que brillaban con la cándida
expresión del placer más puro y espontáneo, nos hallamos
delante de una señora que, aunque ya se iba alejando de
lo mas florido de su juventud, me había llamado la atención
por cierto aire de amabilidad que hermoseaba su semblante.
Miró a Carlota sonriendo, hizo como que la amenazaba, y
pronunció al paso dos veces el nombre de Alberto, con
un tonillo misterioso.
«»¿Puedo dije a Carlota—sin cometer una imprudencia
preguntaros quién es Alberto?» Iba a responderme; pero
tuvimos que separarnos para ha cer la gran cadena, y
cuando llegamos a cruzar uno al lado del otro, me pareció
que estaba pensativa.
«»¿Por qué os lo he de ocultar?—me dijo al darme la
mano para hacer una figura—. Alberto es un joven muy
apreciable al cual estoy prometida.»
-26-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«Aunque esto no era nuevo para mí, porque lo había
sabido en el coche, me causó tanta sorpresa como si lo
ignorase, y es que no me había ocupado de tal noticia
con relación a Carlota, que en tan breves instantes llegó a
serme tan querida. En una palabra, me turbé, me
desconcerté y embrollé de tal modo la figura, que, sin la
presencia de ánimo de Carlota y la oportunidad con que
enmendaba mis torpezas, no se hubiera podido continuar
la contradanza. Aún duraba el baile cuando los relámpagos
que desde mucho antes esclarecían el horizonte, y
que yo achacaba sin cesar a ráfagas de calor se hicieron
más intensos, y el ruido del trueno apagaba el de la música.
Tres señoras, seguidas de sus caballeros, abandonaron la
contradanza, se generalizó el desorden y enmudecieron
los instrumentos. Cuando repentino pavor o accidente
imprevisto nos sorprende en medio de los placeres,
producen en nosotros, y es natural, una impresión más
honda que de ordinario ya sea por el contraste que se
destaca vigorosamente, ya porque, una vez abiertos
nuestros sentidos a las emociones, adquieren una
sensibilidad exquisita. A esta causa debo atribuir los gestos
extraños que vi hacer entonces a muchas señoras. La más
prudente corrió a sentarse en un rincón, tapándose los
oídos y volviendo la espalda hacia la ventana; otra se
arrodilló delante de ella y escondió la cabeza en su regazo;
una tercera se metió entre las dos ventanas y abrazaba a
sus hermanitas, vertiendo torrentes de lágrimas. Algunas
querían volverse a sus casas; otras, que estaban más
amilanadas, ni siquiera tenían ánimo para reprimir la audacia
de los astutos jóvenes, que se ocupaban afanosos en robar
de los labios de las bellas afligidas las temidas plegarias
que dirigían al cielo. Algunos hombres habían salido a
fumarse tranquilamente una pipa, y los demás de la reunión
acogieron con júbilo la feliz idea que tuvo la dueña de la
casa de trasladarnos a otra pieza donde las ventanas tenían
postigos y colgaduras. Carlota, apenas entramos en la
nueva habitación, hizo poner las sillas en corro y propuso
un juego. Vi que varios caballeros, enderezándose como
para indicar que estaban prontos, se relamían de gusto,
-27-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
soñando ya en las sentencias de las prendas. «Jugamos a
contar —dijo ella—. Pestadme atención. Yo iré pasando
por toda la rueda, siempre de derecha a izquierda y
vosotros al mismo tiempo contaréis desde uno hasta mil,
diciendo a mi paso cada cual el número que le toque.
Debe contarse muy de prisa, y el que titubee o se
equivoque recibirá un bofetón.» Nada más divertido.
Carlota, con el brazo extendido, echó a andar dentro del
corro. «¡Uno!», dijo el primero. «¡Dos!», el segundo.
«¡Tres!», el que estaba al lado, y así sucesivamente. Ella
fue poco a poco acelerando sus pasos, aquello ya no era
andar: volaba. Uno se equivocaba. ¡Plaf!, bofetón; el que
le sigue lanza una carcajada. ¡Plaf!, nuevo bofetón y Carlota
corriendo cada vez más. A mí me alcanzaron dos sopapos,
y con inefable placer creí haber notado que me los aplicaba
más fuerte que a los otros. El juego concluyó en medio
de una risa y una algazara general antes que la cuenta
hubiese llegado al número mil. Las personas que tenían
más intimidad formaron conversación aparte; la tempestad
había cesado, y yo seguí a Carlota, que se volvió a la
sala. En el camino me dijo: «Los bofetones han hecho
que se olviden de la tempestad y de todo.» Nada pude
contestarle. «Yo era—prosiguió—una de las más
miedosas; pero aparentando valor para animar a los demás,
llegué a tenerlo de veras.» Nos acercamos a la ventana; se
oían truenos lejanos y el ruido apacible de una abundante
lluvia que caía sobre los campos. Una atmósfera tibia nos
acaricia con oleadas de los más suaves perfumes.
«¡Carlota había apoyado los codos en el marco de la
ventana y miraba hacia la campiña, luego levantó los ojos
al cielo; después los fijó en mí y vi que los tenía cuajados
de lágrimas; por fin, puso su mano sobre la mía y exclamó:
«¡Oh Klopstock!» (4).
«Abismado en un torrente de emociones que esta sola
palabra despertó en mi espíritu, recordé al instante la oda
sublime que ocupaba a la sazón el pensamiento de Carlota.
No pude resistir: me incliné sobre su mano, se la llené de
(b4e)s Foesd eyri cdoe G loáttglireibm Kalso pdsteo kp plaoectear s, ayjó nv qoulev niearcoión e nm 1i7s2 4o yjos a
murió en 1803. (Nota del traductor.)
-28-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
encontrarse con los suyos. ¡Oh insigne poeta! Esta sola
mirada, que debías haber visto, basta para tu apoteosis.
¡Ojalá no vuelva yo a oír pronunciar tu nombre tan frecuentemente
pronunciado!»
19 DE JUNIO
«¿En qué punto de mi relato quedé el otro día? No lo
recuerdo. y sólo puedo decirte que eran las dos de la
madrugada cuando me acosté, y que, si en vez de
escribirte, hubiera podido hablarte, alcaso te hubiera hecho
pasar toda la noche en claro.
«Nada te he dicho aún de lo que sucedió a nuestro regreso
del baile, ni hoy tengo disponible el tiempo que necesitaría
para hacerlo.
«El día amaneció deslumbrador. Algunas gotas de agua
caían de las hojas de los árboles, y la campiña hacía gala
de vivificante humedad. Nuestras compañeras de viaje
comenzaron a dar cabezadas y Carlota me dijo que, si yo
quería hacer otro tanto, no lo dejase por ella.
«Mientras vea esos ojos abiertos—le contesté, fijando en
ella mi mirada—no hay peligro de que yo me duerma.»
«Uno y otro hemos llegado despiertos a su casa. La criada
le abrió la puerta sin hacer ruido, y habiéndole preguntado
Carlota por su madre y hermanitos, aseguró que todos
seguían bien y durmiendo a pierna suelta. Despedíme de
ella, pidiéndole permiso para volver a verla el mismo día.
Me lo concedió, fui, desde entonces bien pueden el sol,
la luna y las estrellas recorrer sosegadamente sus órbitas,
sin que yo sepa si es de día o de noche, porque todo el
universo ha desaparecido ante mis ojos.»
21 DE JUNIO
-29-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
Paso unos días tan felices como los que Dios reserva a
sus elegidos, y sucédeme lo que me suceda, no podré
decir que no he saboreado los placeres más puros de la
vida. Me he establecido enteramente en mi retiro de
Wahlheim que ya conoces, allí no me separa más que
media legua de distancia de la casa de Carlota; allí estoy
siempre contento, y gozo cuanto el hombre puede gozar
en la tierra.
«Cuando elegí a Wahlheim por límite de mis excursiones,
¿cómo hubiera yo podido figurarme que estuviese tan
cerca del cielo? ¡Cuántas veces, prolongando mis largos
paseos, he visto más allá del río, ora desde la cima de la
montaña, ora desde lo hondo del valle, esa casa de campo
que hoy es el centro de todos mis deseos!
«He hecho, mi querido Guillermo, mil reflexiones sobre
el afán con que el hombre trata de extenderse fuera de sí
mismo, de hacer nuevos descubrimientos y de correr sin
objetivo fijo; después he meditado sobre la oculta
inclinación que le nace buscarse límites y seguir el camino
trillado, sin cuidarse de lo que hay a derecha o izquierda.
Cuando yo vine aquí y contemplé desde la colina este
hermoso valle, me atrajo hacia él un encanto inconcebible...
Allá abajo, el bosquecillo... ¡Ah, si tú pudieras descansar
a su sombra! Allá arriba, la cumbre de la montaña. ¡Ah, si
tú pudieras contemplar desde ella este soberbio paisaje!
Y estas cordilleras de colinas, y estos valles solitarios...
¡Oh, quién pudiera perderse en su seno!... Yo iba y venía
sin encontrar jamás lo que buscaba. Con lo que está
distante de nosotros sucede lo que con el porvenir. Un
horizonte inmenso y oscuro se extiende delante de nuestro
espíritu; en él, a la par que nuestras miradas, se sumergen
nuestros sentimientos, y, ¡ay!, ardemos en deseos de
entregarle por completo nuestro ser, soñando saborear en
toda su plenitud las delicias de una sensación grande,
sublime, sin igual. Pero cuando hemos corrido para llegar,
cuando el allí se ha convertido en aquí, vemos que todo
es como era antes; permanecemos en nuestra miseria,
-30-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
encerrados en el mismo círculo, y el alma suspira por la
ventura que acaba de escapársele una y otra vez.
«Por eso el hombre más inquieto y vagabundo vuelve al
fin los ojos hacia su patria, y halla en su lugar, en los
brazos de su esposa, en medio de sus hijos, entregado a
los cuidados que se impone para el bien de tan queridos
seres, la dicha que en vano ha buscado por toda la tierra.
«Cuando al despuntar el día me pongo en camino para ir
a mi nido de Wahlheim, y en el jardín de la casa donde me
hospedo cojo yo mismo los guisantes, y me siento para
quitarles las vainas al mismo tiempo que leo a Homero;
cuando tomo un puchero en la cocina, corto la manteca,
pongo mis legumbres al fuego y me coloco cerca para
menearlas de vez en cuando, entonces comprendo
perfectamente que los orgullosos amantes de Penélope
puedan matar, descuartizar y asar por sí mismos los bueyes
y los cerdos. No hay nada que me llene de ideas más
pacíficas y verdaderas que estos rasgos de costumbres
patriarcales, y, gracias al cielo, puedo emplearlos, sin que
sea afectación, en mi método de vida.
«¡Cuán feliz me considero con que mi corazón sea capaz
de sentir el inocente y sencillo regocijo del hombre que
sirve en su mesa la col que él mismo ha cultivado, y que,
además del placer de comerla, tiene otro mayor recordando
en aquel instante los hermosos días que ha pasado
cultivándola, la alegre mañana en que la plantó, las serenas
tardes en que la regó, y el gozo con que la veía medrar de
día en día.»
29 DE JUNIO
«El médico de la ciudad estuvo anteayer en casa del Juez
y me halló, entre los hermanos de Carlota, echado en el
suelo, donde unos gateaban sobre mí, otros me pellizcaban
y yo les hacía cosquillas, formando todos juntos un ruido
espantoso. El doctor, sabio maniquí que mientras se
-31-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
arregla los puños y una chorrera que vale por dos, juzgó
mi faena indigna de un hombre de seso; lo conocí en su
semblante. Sin turbarme ni mucho menos, le dejé mascullar
estupendos discursos, ocupándome, entre tanto, en
levantar los castillejos de naipes de los niños que éstos
habían echado por tierra; él se apresuró a decir en la ciudad
que los hijos del juez estaban muy mal criados, y que
Werther acaba de echarlos a perder.
«Sí, querido Guillermo, no hay nada en el mundo que
interese a mi corazón tanto como los niños. Cuando los
observo y descubro en estos diablillos los gérmenes de
todas las virtudes, de todas las facultades que algún día
les serán necesarias; cuando veo en su terquedad la
constancia y la entereza futuras en su travieso desenfado
el buen humor y la indiferencia con que más adelante
sortearán los peligros de la vida..., todo esto tan puro tan
entero...., entonces repito siempre, las admirables palabras
del gran maestro de los hombres: «¡Si no os hacéis
semejantes a uno de ellos!» Y, sin embargo, amigo mío,
nosotros tratamos como a esclavos a estas criaturas, que
son nuestros iguales, y que debíamos tomar por modelos.
No les concedemos voluntad propia; pero ¿la tenemos
nosotros? ¿Cuál es, pues, nuestra prerrogativa? ¿Acaso
consiste en la mayor edad e inteligencia? ¡Oh Dios eterno!
Desde tu cielo ves niños viejos, niños jóvenes, y nada
más. Hace mucho tiempo que tu Hijo nos hizo saber cuáles
son los que Tú prefieres. Pero los hombres creen en Él y
no le escuchan—ésta es también una añeja costumbre—y
hacen a sus hijos como ellos son y...
«Adiós, Guillermo: no quiero desatinar más sobre esta
materia.»
1 DE JULIO
«Mi corazón, que sufre más que el que se consume en el
lecho del dolor, comprende lo útil que debe de ser Carlota
para un enfermo. Ésta va a pasar ahora algunos días en la
-32-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
ciudad, cuidando a una excelente señora, que, al decir de
los médicos, está cerca de su fin, y desea llegar al amargo
trance en brazos de mi amiga. La semana pasada hicimos
una visita al cura de ***, aldehuela situada en la montaña,
a una legua de aquí, Carlota llevaba consigo a la mayor de
sus hermanas, cuando entramos en el patio de la casa, al
que daban sombra dos grandes nogales; el buen anciano
estaba sentado en un escaño, delante de la puerta. Pareció
reanimarse a la vista de Carlota; olvidó su nudoso bastón,
y se arriesgó a salir a recibirla. Carlota corrió hacia él le
obligó a sentarse, haciéndolo ella a su lado: le dio mil
recuerdos de parte de su padre y besó al hijo del cura,
que es un mequetrefe muy mimado y muy sucio. Si tú la
hubieses visto cómo entretenía al pobre viejo, cómo alzaba
la voz para hacerla penetrar en sus oídos casi embotados;
cómo le hablaba de jóvenes robustos que habían muerto
de repente, y de la excelencia de las aguas de Carlsbad,
aprobando la intención que tenía el cura de ir a tomarlas
el verano del año siguiente; cómo le manifestaba que tenía
mejor semblante y un aire más animado que la última vez
que se habían visto... Mientras tanto, yo ofrecí mis
respetos a la mujer del sacerdote. Este se había puesto
más contento que unas pascuas, y no pudiendo yo resistir
el deseo de alabar los hermosos nogales que nos daban
agradabilísima sombra, emprendió, no sin algún trabajo,
la tarea de contarnos su historia.
«»No sabemos—dijo—quién ha plantado el más viejo;
unos dicen que fue tal cura, otros, que tal otro. El más
joven tendrá cincuenta años cuando llegue octubre: es de
la edad de mi mujer. Su padre, que me precedió en este
curato, lo plantó una mañana, y ella vino al mundo la noche
del mismo día. No podré deciros cuánto quería él este
árbol; pero os diré que no lo quiero yo menos. Siendo un
pobre estudiante, vine aquí por primera vez hace veintisiete
años; la que hoy es mi mujer estaba haciendo media debajo
del nogal, sentada sobre una viga.»
«Habiéndole preguntado Carlota por su hija, dijo que había
ido con el señor Schmidt al llano a ver a los trabajadores;
-33-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
luego continuó su discurso, refiriéndonos cómo le habían
tomado cariño en aquella casa, cómo llegó a ser vicario
de su antecesor y cómo, por último, lo había reemplazado.
Apenas dio punto a su relato, cuando vimos llegar por el
jardín a su hija, acompañada del señor Schmidt. Saludó a
Carlota con la mayor cordialidad, y debo confesar que
me fue muy simpática. Es una morenita vivaracha y esbelta,
capaz de hacer pasar a cualquiera en el campo una
deliciosa temporada. Su novio (pues el señor Schmidt se
presentó desde luego como tal) es un joven de buen
aspecto, pero taciturno; en vano le incitó varias veces
Carlota a que tomase parte en nuestra conversación. Lo
que más me enfadó fue que creí notar en su tono que
aquella tenacidad con que se oponía a comunicarse, no
era hija de la falta de talento, sino del capricho y el mal
humor. Por desgracia, tuve bien pronto ocasión para
convencerme de ello; pues mientras Federica paseaba y
charlaba con mi amiga, e incidentalmente conmigo, la cara
del señor Schmidt, que era de suyo algo morena tomó un
tinte sombrío, tan pronunciado, que Carlota se vio en el
caso de llamarme la atención y hacerme comprender que
no debía mostrarme tan galante con aquella joven. No
hay nada que me disguste tanto como ver a los hombres
martirizarse unos a otros, sobre todo cuando en la flor de
la edad, pudiendo abrirse fácilmente los corazones a todos
los deleites del contento, pierden por tonterías aquellos
días hermosos, sin percatarse hasta muy tarde de que
semejante prodigalidad no tiene reparación posible. Esta
idea me atormentaba, y cuando al anochecer volvimos al
presbiterio y nos sentamos a una mesa, donde nos sirvieron
lacticinios, aprovechando la circunstancia de estar
hablando sobre los placeres y penas de la vida, troné con
todas mis fuerzas contra el mal humor.
«Los hombres—dije—nos quejamos con frecuencia de
que son muchos más los días malos que los buenos, y
me parece que casi nunca nos quejamos con razón. Si
nuestro corazón estuviera siempre dispuesto para gozar
de los bienes que Dios nos dispensa cada día, tendríamos
bastante fuerza para soportar los males cuando se
-34-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
presentan.»
«»El buen o mal humor no obedece a nuestra voluntad—
exclamó la mujer del cura—. ¡Cuántas cosas hay que
dependen del cuerpo! ... Todo nos fastidia cuando no
estamos bien.»
«Manifesté que pensaba lo mismo, y añadí:
«»Consideremos ese fastidio como una enfermedad, y
veamos si hay manera de curarla.»
«»Eso es hablar razonablemente—dijo Carlota—y por mi
parte, creo que podemos hacer mucho: hablo por
experiencia. Cuando alguna cosa me mortifica y comienzo
a ponerme triste, corro a mi jardín, me paseo tarareando
algunas contradanzas, y se acabó la pena.»
«»Eso quería yo decir—repuse al instante—. Sucede con
el mal humor lo que con la pereza. Hay una especie de
pereza a la cual propende nuestro cuerpo, lo que no impide
que trabajemos con ardor y encontremos un verdadero
placer en la actividad, si conseguimos una vez hacernos
superiores a esa propensión».
«Federica estaba muy contenta: su novio me replicó que
no siempre es el hombre dueño de sí mismo, y sobre
todo, que no hay remedio conocido para manejar los
sentimientos.
«»Aquí se trata—respondí—de una sensación desagradable,
que ninguno querría experimentar, y mal
podemos conocer la extensión de nuestras fuerzas si no
las ponemos a prueba. Todo el que está enfermo consulta
con los médicos, y nunca rechaza el tratamiento más
penoso ni las medicinas más amargas, si cree recobrar la
salud que desea.»
«Adivirtiendo que el buen anciano aplicaba el oído para
participar en la conversación, levanté la voz, y le dirigí
(5) Hoy tenemos sobre este tema un excelente sermón de Lavater,
que forma parte de los que ha basado en el libro de Jonás. (Nota del
autor.)
-35-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
estas palabras:
«»Se predica contra muchos vicios; pero no sé que nadie
haya predicado contra el mal humor.» (5).
«»Esto toca a los párrocos de las ciudades—dijo el padre
de Federica—; los aldeanos no tienen ni noticia de tal
achaque. Sin embargo, no vendría mal alguna que otra
vez un sermoncito: a lo mejor, seria una lección para el
juez y para nuestras mujeres.»
«Todos nos reímos de este final; él mismo hizo lo propio,
y tanto que rompió a toser, con lo cual quedó interrumpida
la conversación por algunos minutos. Después tomó la
palabra el señor Schmidt, y me dijo:
«»Habéis dado el nombre de vicio al mal humor, y me
parece que eso es exagerar.»
«»De ningún modo—repliqué—, ¿cómo he de calificar
una cosa que daña a nuestro prójimo y a nosotros mismos?
¿No basta con que no podamos hacernos felices los unos
a los otros? ¿Es también preciso que acabáremos al placer
que cada uno puede procurarse aún a sí propio? Citadme
un atrabiliario que sepa disimular su mal humor y
soportarlo sólo para no turbar la alegría de los que le
rodean. ¿no es más bien un despecho oculto, hijo de nuestra
pequeñez, un descontento de nosotros mismos loca
vanidad? Vemos gente feliz que no nos debe su felicidad,
y esto nos es insoportable.»
«Carlota me miró, riéndose de la vehemencia conque yo
hablaba y una lágrima que sorprendí en los ojos de
Federica me animó a continuar:
-36-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«»¡Mal hayan—dije—aquellos que utilizan el imperio que
tienen sobre un corazón, para arrancarle las alegrías
inocentes que brotan en él! Todos los dones, todos los
agasajos posibles, no bastan para pagar un instante de
placer espontáneo que suele convertir en amargura la
envidiosa suspicacia de nuestro verdugo.»
«Mi corazón estaba lleno de pasión en este momento, mil
recuerdos acudieron a mi alma, y el llanto se agolpó en
mis ojos.
«Continué: «¿Por qué no hemos de decirnos cada día:
todo lo que puedes hacer por tus amigos es respetar sus
placeres y aumentarlos tomando parte en ellos? ¿Puedes
acaso ofrecerles una gota de bálsamo consolador, cuando
sus almas se hallan atormentadas por una pasión que aflige,
despedazadas por el dolor?... ¡Y cuando la última, la más
espantosa enfermedad sorprenda a quien hayas atormentado
en sus horas de dicha cuando en el lecho, en el
más triste abatimiento levante al cielo sus apagados ojos,
y el sudor de la muerte se apodere de su frente lívida, y
tú, de pie junto a la cama como un condenado, veas que
nada puedes con todo tu poder y sientas filtrarse la
angustia hasta el fondo de tu alma, pensando que lo darías
todo por depositar en el seno del moribundo un átomo de
alivio, una chispa de valor!...»
«Estas palabras me hicieron recordar de una ma nera
vigorosa un suceso parecido que yo había presenciado.
Me alejé del grupo, llevándome el pañuelo a los ojos, y
sólo volví en mí cuando la voz de Carlota me gritó:
«¡Vámonos!»
«¡Cómo me ha regañado durante el camino, por dedicar a
todo un entusiasmo vehemente! ... Dice que esto me matará
si no consigo dominarme. ¡Oh, no, ángel mío! Yo quiero
vivir para ti.»
-37-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
6 DE JULIO
«Carlota está siempre al lado de su moribunda amiga, y
siempre es la misma; siempre esta criatura afable y
benéfica, cuya mirada, dondequiera que se fija, dulcifica
el dolor y hace felices a las personas. Ayer tarde fue a
pasearse con Mariana y la pequeña Amelia. Yo lo sabía,
me reuní con ellas y caminamos juntos. Después de haber
andado como una legua y media, volvimos hacia la ciudad,
y llegamos a la fuente, que ya me gustaba mucho y que
ahora me gusta mil veces más.
«Sentóse Carlota sobre el pequeño muro, los demás
estábamos de pie delante de ella. Miré alrededor, y me
acordé del tiempo en que mi corazón estaba solitario.
«¡Fuente querida!—me dije a mí mismo—; ¡cuánto tiempo
hace que no he gozado de tu frescura, y cuántas veces,
pasando de prisa junto a ti ni siquiera te he mirado!» Bajé
los ojos y vi que subía la pequeña Amelia con un vaso de
agua, cuidando de no verterlo.
«Miré a Carlota y comprendí todo lo que ella es para mí.
En esto, llegó Amelia con su vaso; Mariana quiso
quitárselo.
«¡No!—exclamó la niña con la más dulce expresión—,
¡No! Lota, tú has de beber antes que nadie.»
«La verdad, la bondad con que aquella muñeca pronunció
estas palabras, me arrebataron hasta el punto de que, para
expresar mis sentimientos, no supe hacer otra cosa que
tomarla en mis brazos y besarla con tanta efusión, que
empezó a gritar y a llorar.
«»Eso no está bien hecho,» me dijo Carlota.
«Quedéme confuso.
«»Ven, Amelia—prosiguió, cogiéndola de la mano y
haciéndole bajar los escalones—. Lávate en seguida en
-38-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
esa agua fresca, y no te sucederá nada.» Fijé mi atención
en la niña, que afanosa se frotaba las mejillas con sus
manos mojadas, convencida de que la fuente milagrosa la
limpiaría de toda mancha, quitándole la afrenta de haber
sido tocada por una barba impura. Carlota le decía:
«¡Basta ya!» Y ella continuaba frotándose con nuevo brío,
como si mientras más lo hiciese, fuera mejor. Guillermo,
te aseguro que no he asistido a ninguna ceremonia con
más respeto... Y cuando Carlota subió, de buena gana
me hubiera prosternado a sus pies, como ante los de un
profeta redentor de los pecados de un pueblo. No pude
resistirme al deseo de contar por la noche lo sucedido,
con toda la alegría de mi corazón, a uno que yo creía
sensible, porque tiene agudeza. ¡Cómo me equivocaba!
Censuró la conducta de Carlota, dijo que no se debía
hacer creer nada a los niños; que estos abusos eran origen
de errores y supersticiones sin número, que hay necesidad
de evitar desde muy temprano... Entonces recordé que
ocho días antes había hecho este charlatán bautizar a un
niño, por lo cual, oyéndole como el que oye llover, seguí
siendo fiel con todo mi corazón a esta verdad: preciso
obrar con los niños como obra con nosotros el Señor,
que nunca nos hace más felices que cuando nos deja
embriagarnos con una ilusión agradable.»
8 DE JULIO
«¡Qué niños somos! ¡Con qué vehemencia suspiramos
por una mirada! Habíamos ido a pie a Wahlheim, las
señoras salieron en coche, y durante nuestro paseo creí
ver en los ojos negros de Carlota... Soy un loco:
perdóname. Sería preciso que vieras estos ojos. Abreviaré,
porque el sueño cierra los míos.
«Las señoras subieron en el coche, y al lado es tábamos
el joven W., Selstadt, Audran y yo. Charlaban por la
portezuela con estos jóvenes aturdidos que son, por cierto,
locos y superficiales. Yo buscaba los ojos de Carlota.
¡Ay!, sus miradas vagaban ya a un lado, ya a otro, sin
-39-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
dirigirse a mí, que sólo de ella me ocupaba. Mi corazón le
dijo adiós mil veces; pero ella no me veía. Pasó el coche,
y una lágrima humedeció mis párpados. Lo seguí con la
vista. Carlota sacó la cabeza por la portezuela y se volvió
a mirar.... ¡Ah!..., ¿era a mí? Amigo mío, floto en esta
incertidumbre; esto me consuela. Acaso volvió para verme;
acaso... Buenas noches. ¡Oh, qué niño soy!»
10 DE JULIO
«Quisiera que vieses la cara estúpida que pongo cuando
la gente habla de Carlota, y, sobre todo cuando me
preguntan si me gusta. ¡Gustarme! Odio de muerte esta
palabra. ¿Qué hombre habrá a quien no le guste, a quien
no le robe el pensamiento, todo el corazón?... ¡Gustar! El
otro día me preguntaron si Ossian me gustaba.»
11 DE JULIO
«La señora M.... está muy mala. Ruego a Dios por su
vida, porque sufro viendo que Carlota sufre. No la veo
sino alguna vez en casa de una de sus amigas donde hoy
me ha contado una historia singular. El señor M... es un
viejo avaro, perverso y repugnante, que ha tenido
atormentada y muy sujeta a su mujer toda la vida; ella, sin
embargo, ha sabido sacar fruto de su situación. Habiéndola
desahuciado el médico hace algunos días, mandó a llamar
a su marido, y, en presencia de Carlota, le habló en estos
términos: «Debo confesarte una cosa que, después de mi
muerte, podría ser motivo de inquietud y pesares. Hasta
hoy he gobernado la casa con todo el orden y economía
posible; pero debo pedirte perdón porque te he engañado
durante treinta años. Desde nuestro casamiento fijaste una
cantidad muy pequeña para los gastos de comida y demás
de la casa. Cuando ésta ha prosperado, y nuestros
negocios han levantado el vuelo, no he podido lograr que
aumentes la suma destinada para cada semana; tú sabes
-40-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
que en el tiempo de nuestros mayores gastos me obligabas
a atender a todo con un florín diario. He obedecido sin
replicar, y cada semana he tomado del cofre del dinero lo
indispensable para cubrir mis atenciones, segura de que
jamás se sospecharía que una mujer robase a su marido.
Nada he malgastado, y sin hacer esta confesión hubiera
entrado tranquila en la eternidad; pero sé que la que me
suceda en el gobierno de la casa no podrá manejarse con
lo poco que tú das, y no quiero que llegues a echarle en
cara que tu mujer se contentaba con ello.
«He hablado con Carlota sobre la increíble ceguera que
hace que un hombre no sospeche manejo alguno en una
mujer que con siete florines cubre de domingo a domingo
todos los gastos cuando se ve que éstos pasan del doble.
Sin embargo, conozco gente que hubiera recibido en su
casa, sin asombrarse, la inagotable cántara de aceite del
profeta.»
13 DE JULIO
«No, no me engaño: leo en sus ojos negros el verdadero
interés que le inspiran mi persona y mi suerte. Conozco, y
en esto debo creer en mi corazón, que ella... ¡Oh! ¿Podré
y me atreveré a expresar en estas palabras la dicha que
siento? Conozco que me ama.
«¡Soy amado!... ¡Si vieras cómo me ofreció ahora; si
vieras..., te lo diré, porque tú sabrás comprenderme: si
vieras lo mucho más que valgo a mis propios ojos desde
que soy dueño de su amor! Somos realmente el uno del
otro por sentimiento o sólo por vanidad? No conozco
hombre alguno capaz de robarme el corazón de Carlota,
y, a pesar de ello cuando ésta habla de su futuro esposo,
con todo el calor, con todo el amor posible, me hallo
como el desgraciado a quien despojan de todos sus títulos
y honores, y le obligan a entregar su espada.»
-41-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
16 DE JULIO
«¡Ah qué sensación tan grata inunda todas mis venas
cuando por casualidad mis dedos tocan los suyos, o
nuestros pies se tropiezan debajo de la mesa! Los aparto
como de un fuego, y una fuerza secreta me acerca de
nuevo a pesar mío. El vértigo se apodera de todos mis
sentidos, y su inocencia su alma cándida, no le permiten
siquiera imaginar cuánto me hacen sufrir esta
insignificantes familiaridades. Si pone su mano sobre la
mía cuando hablamos, y si en el calor de la conversación
se aproxima tanto a mí que su divino aliento se confunde
con el mío, creo morir herido por el rayo, Guillermo y
este cielo, esta confianza, si llego a atreverme... Tú me
entiendes. No, mi corazón no está tan corrompido. Es
débil, demasiado débil... Pero, en esto, ¿no hay
corrupción?
«Carlota es sagrada para mí. Todos los deseos se
desvanecen en su presencia. Nunca sé lo que experimento
cuando estoy a su lado: creo que mi alma se dilata por
todos mis nervios.
«Hay una sonata que ella ejecuta en el clavicémbalo con
la expresión de un ángel: ¡tiene tal sencillez y tal encanto!
Es su música favorita y le basta tocar su primera nota
para alejar mi zozobra cuidados y aflicciones.
«No me parece inverosímil nada de lo que se cuenta sobre
la antigua magia de la música ¡Cómo me esclaviza este
canto sencillo! ¡Y cómo sabe ella ejecutarlo en aquellos
instantes en que yo sepultaría contento una bala en mi
cabeza! Entonces, disipándose la turbación y las tinieblas
de mi alma, respiro con más libertad.»
18 DE JULIO
«Guillermo, sin el amor, ¿qué sería el mundo para nuestro
corazón? Lo que una linterna mágica sin luz. Apenas se
-42-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
introduce la lamparilla, cuando las imágenes más variadas
aparecen en el lienzo diáfano. Y aunque el amor no sea
otra cosa que fantasmas pasajeros, esto basta para labrar
nuestra dicha cuando, deteniéndonos a contemplarlos
como niños alegres, nos extasiamos con tan maravillosas
ilusiones. Hoy no he podido ir a casa de Carlota; una
visita inevitable lo ha impedido.
«¿Qué hacer? He enviado a mi criado, sin más objeto que
el de tener cerca de mi a alguno que la haya visto hoy.
¡Con cuánta impaciencia le he esperado! ¡Con qué alegría
he vuelto a verle! Le hubiera besado, a no ser el colmo de
la locura.
«Cuentan que la piedra de Bolonia, cuando se pone al sol
absorbe los rayos y puede luego alumbrar parte de la
noche: en este caso se hallaba mi criado para mí. La idea
de que los ojos de Carlota se habían fijado en su cara, en
sus mejillas, en los botones de su casaca y en el cuello de
su abrigo, hacía todo esto tan sagrado y tan precioso
para mí, que en aquel momento no hubiera yo dado a mi
sirviente por mil escudos. Su presencia me llenaba de
gozo. ¡Dios te libre de reírte! Guillermo, ¿se puede llamar
ilusiones a lo que nos hace felices?»
19 DE JULIO
«¡La veré!, exclamo con júbilo por la mañana cuando, al
despertarme lleno de alegría, dirijo mis miradas hacia el
naciente sol; ¡la veré!, y no tengo otro deseo en todo el
día. Lo demás desaparece ante esta esperanza.»
20 DE JULIO
«Vuestra idea de que me vaya con el embajador de... no
es aún la mía. No me gusta depender de nadie, y, además,
sabemos que ese hombre es áspero en su trato. Dices
que mi madre se alegrará de verme ocupado. Deja que me
-43-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
ría. ¿No tengo ya bastante que hacer? Y, en el fondo, ¿no
es lo mismo que yo cuente guisantes que lentejas? Todas
las cosas de este mundo vienen a parar en bagatelas, y el
que por complacer a los demás, contra su gusto y sin
necesidad, se fatiga corriendo tras la fortuna, los honores
u otra cosa cualquiera, es siempre un loco.»
24 DE JULIO
«Dado el interés que manifiestas en que no descuide el
dibujo, casi preferiría callarme a decirte que desde hace
mucho tiempo apenas me he ocupado de tal cosa.
«Jamás he sido tan feliz; jamás me ha impresionado la
naturaleza tan profundamente: hasta una piedrecilla, un tallo
de hierba..., y, sin embargo, no sé cómo expresarme. ¡Mi
imaginación está tan débil! Todo vaga y oscila ante mí de
tal modo, que ni siquiera puedo captar un contorno. A
pesar de ello, me figuro que, si tuviese barro o cera,
modelaría perfectamente cuanto concibo. Si esto dura,
me entretendré con barro común, aunque no haga más
que bolitas.
«Tres veces he comenzado el retrato de Carlota, y las tres
me ha salido mal. Esto me es tanto más sensible cuanto
que hace poco tiempo tenía yo gran facilidad para sacar
el parecido. Últimamente he hecho su retrato de perfil;
preciso será que me contente con él.»
25 DE JULIO
«Si, Carlota, yo cuidaré de todo y lo arreglaré todo; sólo
os pido que me deis más encargos y con más frecuencia.
También tengo que haceros una súplica: no uséis la
salvadera cuando me escribáis. He besado con efusión la
-44-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
carta de hoy, y todavía rechina la arenilla entre mis
dientes.»
26 DE JULIO
«Más de una vez me he propuesto no verla tan a menudo,
pero ¿quién podría cumplirlo? Todos los días me vence
la tentación, y todos también me digo a mí mismo
solemnemente: «Mañana no iré»; pero, cuando mañana
se vuelve hoy, hallo un nuevo y poderoso motivo que me
conduce a su casa antes de haberme dado cuenta de ello.
Ya porque me ha preguntado por la noche si nos veremos
al día siguiente, y sería una grosería no ir; ya porque me
ha hecho algún encargo y quiero yo mismo decirle el
resultado; ya porque, estando la mañana deliciosa, me
voy a Wahlheim, desde donde sólo falta media legua para
llegar a su casa, y su atmósfera me atrae..., ¡zas!, me planto
allí de un brinco. Sabía mi abuela un cuento de una montaña
de imán: los bajeles que se acercaban demasiado perdían
de pronto todo el herraje; los clavos volaban hacia la
montaña, y los pobres marineros perecían entre las tablas,
que se iban sumergiendo unas tras otras.»
30 DE JULIO
«Alberto ha llegado y yo me marcharé. Aunque él fuese el
mejor y más noble de los hombres, y yo me reconociera
inferior bajo todos conceptos, me sería insoportable que
a mi vista poseyese tantas perfecciones. ¡Poseer! ... Basta,
Guillermo; el novio está aquí. Es joven bueno y honrado
a quien nadie puede dejar de querer. Felizmente, yo no he
presenciado la llegada: me hubiera desgarrado el corazón.
Es tan generoso, que ni una sola vez se ha atrevido aún a
abrazar a Carlota en mi presencia. ¡Dios se lo pague! La
respeta tanto, que debo quererle. Se muestra muy
afectuoso conmigo, y supongo que esto es más obra de
Carlota que efecto de su propia inclinación; las mujeres
son muy mañosas en este punto y están en lo firme; cuando
-45-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
pueden hacer que dos adoradores vivan en buena in
teligencia, lo que sucede pocas veces lo hacen, y el
provecho, indudablemente, es para ellas.
«Sin embargo, no puedo rehusar mi estimación a Alberto.
Su exterior tranquilo forma marcadísimo contraste con
mi carácter turbulento, que en vano desearía ocultar. Tiene
una sensibilidad exquisita y no desconoce el tesoro que
posee con Carlota. Parece poco dado al mal humor, que,
como sabes es el vicio que más detesto.
«Me juzga hombre de talento, y mi amistad con Carlota,
unida al vivo interés que pone en todas sus cosas, da más
valor a su triunfo y la quiere cada vez más. No me meteré
en averiguar si suele atormentarla a solas con tal o cual
chispazo de celos; pero confieso que si yo estuviese en
su lugar, no dejaría de sentirlos
«Sea lo que quiera, la alegría que yo experimentaba al
lado de Carlota se ha desvanecido. ¿Diré que esto es locura
o ceguera? Pero ¿qué importa el nombre? La cosa no
puede ser más clara. No sé hoy nada que no supiera antes
de la llegada de Alberto; no ignoraba que no debía formar
ninguna pretensión respecto a Carlota y tampoco la había
formado..., quiero decir que únicamente sentía lo que es
inevitable sentir al contemplar tantos hechizos, y así y
todo, no sé qué me pasa al ver que el otro llega y se alza
con la dama.
«Estoy que bramo, y mandaré a paseo a todo el que diga
que debo resignarme, y que esto no podía suceder de
otro modo... ¡Vayan al diablo los razonadores! Vago por
los bosques, y cuando llego a casa de Carlota y veo a
Alberto sentado junto a ella entre el follaje del jardinillo, y
tengo precisión de detenerme, me vuelvo loco de atar y
hago mil necedades. «En nombre del cielo—me ha dicho
hoy Carlota—, os ruego que no repitáis la escena de
anoche: estáis espantoso cuando os ponéis tan contento.»
Te diré, para entre nosotros, que acecho todos los instantes
en que él interviene; de un salto me meto entonces en su
-46-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
casa, y me vuelvo loco de alegría siempre que ella está
sola.»
8 DE AGOSTO
«Te ruego, querido Guillermo, que te persuadas de que
no pensaba en ti cuando calificaba de insoportables a los
que recomiendan resignación, siempre que sucede lo que
es lógico que suceda. Verdaderamente, no se me ocurría
entonces que tú fueses del mismo parecer. Tienes razón
en el fondo; pero escucha una palabra, amigo mío. En el
mundo se sale pocas veces de un apuro con un dilema.
Los sentimientos y las acciones tienen tantos matices como
gradaciones hay entre una nariz aguileña y otra chata.
«No creo que te enojes si, admitiendo tu argumento en
todas sus partes, procuro salvarme entre dos supuestos.
«O tienes alguna esperanza respecto a Carlota—me
dices— o no tienes ninguna. En el primer caso, trata de
realizarla, esfuérzate para ver cumplidos tus deseos; en el
segundo caso, ármate de valor y haz por librarte de una
pasión funesta que te aniquilará.» Amigo mío, esto está
muy bien.... y se dice pronto.
«¿Puedes exigir al desdichado cuya vida se extingue poco
a poco por irresistible influjo de una enfermedad lenta,
puedes exigir, digo, que en un instante ponga fin a sus
dolores con una puñalada? El mal que debilita sus fuerzas,
¿no le quita al mismo tiempo el valor necesario para librarse
de él? Es verdad que puedes contestarme con una comparación
análoga. ¿Habrá quien no prefiera cortarse un
brazo a arriesgarse a perder la vida por indecisión y
cobardía? No lo sé; y como no hemos de entablar una
lucha de comparaciones, hago punto. Sí. Guillermo, tengo
algunas veces momentos de un valor súbito y vehemente,
y cuando esto sucede, me bastaría saber adónde he de
ir..., para irme sin vacilar.
«Por la tarde. Me he encontrado hoy con mi diario entre
las manos, del que apenas me ocupo hace tiempo, y noto
-47-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
con estupefacción el modo que he tenido de avanzar a
sabiendas paso a paso, en este asunto, conduciéndome
como un muchacho, a pesar de haber visto siempre con
claridad mi situación. Hoy mismo la veo tan clara como la
luz, y, sin embargo, no hay un solo síntoma de alivio.»
10 DE AGOSTO
«Si yo no fuese uno loco, podría pasarme la vida más
feliz y sosegada. Pocas veces se reúnen para alegrar un
corazón circunstancias tan favorables como las que me
rodean. Esto afirma mi creencia de que nuestra felicidad
depende de nosotros mismos. Formar parte de esta amable
familia ser querido de los padres como un hijo, de los
niños como un padre, y de Carlota... y de este excelente
Alberto que no turba mi dicha con celos ni mal humor,
que me profesa verdadera amistad y que ve en mí a la
persona que más estima en el mundo después de Carlota...
Guillermo, es un placer oírnos cuando vamos de paseo y
hablamos de ella; nunca se ha imaginado nada tan dichoso
como nuestra situación, y, sin embargo, las lágrimas
algunas veces humedecen mis ojos.
«Cuando me habla de la virtuosa madre de Carlota, y me
refiere que poco antes de morir dejó al cuidado de ella la
casa y los niños, y al de él a Carlota; que desde entonces
la joven ha revelado dotes inusitadas; que se ha vuelto
una verdadera madre para la dirección de los asuntos
domésticos, que todos los momentos de su vida están
esmaltados por la ternura y el trabajo, sin que jamás hayan
sufrido alteración su buen humor y su alegría... Yo camino
junto a él, cogiendo las flores que encuentro al paso, con
las cuales hago un bonito ramillete y lo arrojo al cercano
río, siguiéndolo con la mirada mientras se aleja sobre las
ondas mansamente. No sé si te he dicho que Alberto
permanecerá en esta ciudad, y que espera de la corte,
donde es muy querido, un buen empleo. Conozco pocas
personas que le igualen en el orden y el apego a los
negocios.»
-48-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
12 DE AGOSTO
«Alberto es indudablemente, el mejor de los hombres que
cobija el cielo. Ayer me pasó con él un lance peregrino.
Había ido a su casa a despedirme, porque se me antojó
dar un paseo a caballo por las montañas, desde donde te
escribo ahora. Yendo y viniendo por su cuarto, vi sus
pistolas. «Préstamelas para el viaje», le dije. «Con mucho
gusto—respondió—, si quieres tomarte el trabajo de
cargarlas, aquí sólo están como un mueble de adorno.»
Tomé una; él continuó: «Desde el chasco que me ha
ocurrido por mi exceso de precaución, no quiero cuentas
con esas armas». Tuve curiosidad de saber esta historia,
y él dijo: «Habiendo ido a pasar tres meses en el campo
con un amigo, llevé un par de pistolas; estaban
descargadas, yo dormía tranquilo. Una tarde lluviosa, en
que no tenía nada que hacer, se me ocurrió la idea, no sé
por qué, de que podían sorprendernos, hacer falta las
pistolas, y... tú sabes lo que son apreciaciones. Di mis
armas al criado para que las limpiase y las cargara. Jugando
éste con las criadas, quiso asustarlas, y al tirar del gatillo,
la chimenea, Dios sabe cómo, dio fuego, y despidiendo
la baqueta que estaba en el cañón, hirió en un dedo a una
pobre muchacha. Sobre consolarla tuve que pagar la cura,
y desde entonces dejo siempre las pistolas vacías. ¿De
qué sirve la previsión, querido amigo? El peligro no se
deja ver por completo. Sin embargo...» Ya sabes cuánto
quiero a este hombre; me encocoran sus sin embargo.
¿Qué regla general no tiene excepciones? Este Alberto es
tan meticuloso, que, cuando cree haber dicho una cosa
atrevida absoluta, casi un axioma no cesa de limitar,
modificar, quitar y poner hasta que desaparece cuanto ha
dicho. No fue en esta ocasión infiel a su sistema; yo acabé
por no escucharle, meciéndome en un mar de sueños,
con súbito movimiento, apoyé el cañón de una pistola
sobre mi frente, más arriba del ojo derecho. «Aparta eso—
dijo Alberto, echando mano a la pistola—. ¿Qué quieres
hacer?» «No está cargada», contesté. «¿Y qué importa?
-49-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
¿Qué quieres hacer? —repitió con impaciencia—. No
comprendo que haya quien pueda levantarse la tapa de
los sesos. Sólo pensarlo me horroriza.» «¡Oh hombres!—
exclamé— no sabréis hablar de nada sin decir: esto es
una locura, eso es razonable, tal cosa es buena, tal otra es
mala! ¿Qué significan todos estos juicios? Para emitirlos,
¿habéis profundizado los resortes secretos de una acción?
¿ Sabéis distinguir con seguridad las causas que la
producen y que lógicamente debían producirla? Si tal
ocurriese, no juzgaríais con tanta ligereza.» «Tú me
concederás—dijo Alberto—que ciertas acciones serán
siempre crímenes sea el que quiera el motivo que las
produzca.» «Concedido—respondí yo, encogiéndome de
hombros— Sin embargo, advierte, amigo mío que ni eso
es verdad en absoluto. Indudablemente, el robo es un
crimen; pero si un hombre está a punto de morir de hambre,
y con él su familia, y ese hombre por salvarla, se atreve a
robar, merece compasión o merece castigo? ¿Quién se
atrevería a tirar la primera piedra contra el marido que en
el arrebato de una cólera justa mata a su infiel esposa y al
infame seductor? ¿Quién quede acusar a la sensible
doncella que en un momento de voluptuoso delirio se
abandona a las irresistibles delicias del amor? Hasta
nuestras leyes, que son pedantes e insensibles, se dejan
conmover y detienen la espada de la justicia.» «Eso es
distinto—respondió Alberto—, el que sigue los impulsos
de una pasión pierde la facultad de reflexionar, y se le
mira como a un ebrio o un demente.» «¡Oh hombres de
juicio!—exclamé sonriéndome—. ¡Pasión! ¡Embriaguez!
¡Demencia! ¡Todo esto es letra muerta para vosotros,
impasibles moralistas! Condenáis al borracho y detestáis
al loco con la frialdad del que sacrifica, y dais a Dios,
como el fariseo, porque no sois ni locos ni borrachos.
Más de una vez he estado ebrio, más de una vez me han
puesto mis pasiones al borde de la locura, y no lo siento,
porque he aprendido que siempre se ha dado el nombre
de beodo o insensato a todos los hombres extraordinarios
que han hecho algo grande, algo que parecía imposible.
Hasta en la vida privada es insoportable ver que de quien
piensa dar cima a cualquier acción noble generosa,
-50-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
inesperada, se dice con frecuencia: «¡Está borracho! ¡Está
loco!» ¡Vergüenza para vosotros los que sois sobrios,
vergüenza para vosotros los que sois sabios!»
«»¡Siempre extravagante!—dijo Alberto—. Todo lo
exageras, y esta vez llevas la humorada hasta el extremo
de comparar con grandes acciones el suicidio, que es de
lo que se trata, y que sólo debe mirarse como una debilidad
del hombre; porque, indudablemente es más fácil morir
que soportar sin tregua una vida llena de amarguras.»
«Estuve a punto de cortar la conversación: no hay nada
que me ponga más fuera de mí que razonar con quien
sólo responde trivialidades, cuando yo hablo con todo
mi corazón. Sin embargo, me contuve porque no era la
primera vez que le oía decir vulgaridades y que me sacaba
de mis casillas. Le repliqué con alguna viveza: «¿A eso
llamas debilidad? Te suplico que no te dejes seducir por
las apariencias. ¿Te atreverías a llamar débil a un pueblo
que gime bajo el insoportable yugo de un tirano, si al fin
estalla y rompe sus cadenas? Un hombre que al ver con
espanto arder su casa, siente que se multiplican sus
fuerzas, y carga fácilmente con un peso que sin la excitación
apenas podría levantar del suelo, un hombre que, furioso
de verse insultado, acomete a sus contrarios y los vence:
a estos dos hombres, ¿se los puede llamar débiles?
Créeme, amigo mío: si los esfuerzos son la medida de la
fuerza, ¿ por qué un esfuerzo supremo ha de ser otra
cosa?»
«Alberto me miró, y dijo: «No te enojes; pero esos
ejemplos que citas no tienen aquí verdadera aplicación.»
«Puede ser—le contesté—; no es la primera vez que
califican mi lógica de palabrería. Veamos si podemos
representarnos de otro modo lo que debe experimentar el
hombre que se resuelve a deshacerse del peso, tan ligero
para otros, de la vida, porque no raciocinaremos bien
sobre ello mientras nos andemos por las ramas. La
naturaleza —proseguí—tiene sus límites; puede soportar,
hasta cierto punto, la alegría, la pena, el dolor; si pasa
-51-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
más allá, sucumbe. No se trata, pues, de saber si un
hombre es débil o fuerte, sino de si puede soportar la
extensión de su desgracia, sea moral, sea física; y me
parece tan ridículo decir que un hombre que se suicida es
cobarde como absurdo sería dar el mismo nombre al que
muere de una fiebre maligna.» «¡Paradoja! ¡Rara
paradoja!» dijo Alberto. «No tanto como crees—
respondí—. Convendrás conmigo en que llamamos
enfermedad mortal a la que ataca a la naturaleza de tal
modo, que sus fuerzas destruidas en parte, paralizadas,
se incapacitan para reponerse y restablecer por una
evolución favorable el curso ordinario de la vida... Pues
bien querido amigo: apliquemos esto al espíritu. Mira al
hombre en su limitada esfera, y verás cómo le aturden
ciertas impresiones, cómo le esclavizan ciertas ideas, hasta
que arrebatándole una pasión todo su juicio y toda su
fuerza de voluntad, le arrastra a su perdición. En vano un
hombre razonable y de sangre fría se compadecerá de la
situación del infeliz; en vano le exhortará; es semejante al
hombre sano que está junto al lecho de un enfermo, sin
poderle dar la más pequeña parte de sus fuerzas.» Estas
ideas parecieron a Alberto poco concretas. Le hice
recordar a una joven que había encontrado ahogada hacía
poco tiempo, y le conté su historia.
«Era una criatura bondadosa, encerrada desde su infancia
en el estrecho círculo de las ocupaciones domésticas, de
un trabajo siempre igual, que no conocía otros placeres
que los de ir algunas veces a pasearse los domingos por
los contornos de la ciudad con sus compañeras,
engalanada con la ropa que poco a poco había podido
adquirir, o bailar una sola vez en las grandes fiestas, y
charlar algunas horas con una vecina, con toda la
vehemencia del más sincero interés, sobre un chisme o
una disputa. El ardor de su juventud le hace experimentar
deseos desconocidos, que aumentan con las lisonjas de
los hombres; sus antiguos placeres llegan paso a paso a
serle insípidos; al cabo encuentra a un hombre hacia el
cual le empuja con incontrastable fuerza un sentimiento
nuevo para ella, y fija en él todas sus esperanzas; se olvida
-52-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
del mundo entero, nada oye nada ve, nada ama sino a él,
sólo a él; no suspira más que por él, sólo por él. No está
corrompida por los frívolos placeres de una inconstante
vanidad, y su deseo va derecho a su objeto: quiere ser de
él; quiere, en una unión eterna, encontrar toda la dicha
que le falta, gozar de todas las alegrías juntas al lado del
que adora. Promesas repetidas ponen el sello a todas sus
esperanzas; atrevidas caricias aumentan sus deseos y
sojuzgan su alma por entero; flota en un sentimiento vago,
en una idea anticipada de todas las alegrías; ha llegado al
colmo de la exaltación. En fin, tiende los brazos apara
abrazar todos sus deseos... y su amante la abandona.
Mírala delante de un abismo, inmóvil, demente: una noche
profunda le rodea; no hay horizonte, no hay consuelo, no
hay esperanza: la abandona el que era su vida. No ve el
inmenso mundo que tiene delante ni los numerosos amigos
que podrían hacerle olvidar lo que ha perdido; se siente
aislada, abandonada de todo el universo, y ciega,
acongojada por el horrible martirio de su corazón, para
huir de sus angustias se entrega a la muerte, que todo lo
devora. Alberto, ésta es la historia de muchos. ¡Ah!....
¿no es éste el mismo caso de una enfermedad? La
naturaleza no encuentra ningún medio para salir del
laberinto de fuerzas revueltas y contrarias que la agitan, y
entonces es preciso morir. Infeliz del que lo sepa y diga:
«¡Insensata!, si hubiera esperado, si hubiera dejado obrar
al tiempo, la desesperación, trocada en calma, hubiera
encontrado otro hombre que la consolase.» Esto es lo
mismo que decir: «¡Loca! ¡Morir de una fiebre! Si hubiera
esperado a recobrar sus fuerzas, a que se purificasen los
malos humores, a que cediera el arrebato de su sangre,
todo se hubiera arreglado y todavía viviría.»
«No Juzgando Alberto muy exacta esta comparación, hizo
nuevas observaciones; entre otras cosas, que yo no había
hablado más que de una joven inocente, y que no debe
juzgarse del mismo modo a un hombre de talento, cuya
inteligencia menos limitada le permite ver el anverso y el
reverso de las cosas. «Amigo mío—exclamé—, el hombre
siempre es hombre, y el talento que tengan este o el otro
-53-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
sirve de poco, o más bien de nada, cuando al fermentar
una pasión, la naturaleza se arroja a los límites de sus
fuerzas. Más aún...Pero ya volveremos a hablar de esto»,
añadí tomando mi sombrero.
«Mi corazón estaba a punto de estallar, y nos separamos
sin haber llegado a entendernos. Es verdad que en este
mundo pocas veces sucede lo contrario.»
15 DE AGOSTO
«Es muy cierto que sólo el amor hace que el hombre
necesite a sus semejantes. Conozco que contraría a Carlota
perderme, y los niños no piensan en otra cosa sino en que
siempre volveré al siguiente día. Hoy he ido a su casa
para afinar el clavicémbalo, lo cual no he conseguido,
porque los pequeños me perseguían para que les contase
un cuento, y Carlota misma se empeñó en que debía darles
gusto. Les he repartido el pan de la merienda, que ahora
reciben de mis manos tan contentos como de las de Carlota,
y les he referido la historia de la princesa servida por
encantamiento. Te aseguro que con esto aprendo mucho,
y me asombra la impresión que el relato les produce.
Como algunas veces me veo obligado a inventar algún
incidente que no recuerdo al repetir el cuento, en seguida
me dicen que antes pasaba de distinto modo, por lo cual
me dedico ahora a referir siempre lo mismo, sin variante
de ningún género. De esto he deducido que el autor que al
hacer una segunda edición de una obra la modifica, daña
necesariamente a su libro aunque gane desde el punto de
vista literario. Recibimos con docilidad toda primera
impresión, porque el hombre está hecho de tal modo, que
llega a persuadirse de que son verdad las cosas más
absurdas, pero desde luego se graban en él tan
profundamente, que infeliz del que pretenda destruirlas o
borrarlas.»
18 DE AGOSTO
-54-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«¿Es preciso que lo que constituye la felicidad del hombre
sea también la fuente de su miseria? Este sentimiento, que
llena y rejuvenece mi corazón ante la vivaz naturaleza, que
vierte sobre mi seno torrentes de deliciosas dulzuras y
convierte en un paraíso el mundo que me rodea, ha llegado
a ser para mí un insoportable verdugo, un espíritu que me
atormenta y que me persigue por todas partes. Cuando
contemplaba otras veces desde las crestas de las rocas,
más allá del río, hasta las lejanas colinas, el fértil valle, y
que todo germinaba con lozanía en torno mío, cuando
veía esas montañas bordadas, desde la falda hasta la cima,
de espesos y corpulentos árboles, estos valles salpicados
de risueña floresta en todos sus contornos: el arroyo apacible
que se deslizaba adormecido con el murmullo de los
cañaverales, reflejando las matizadas nubes que la brisa
suave de la tarde mecía en el cielo; cuando escuchaba a
los pájaros animando con sus gorjeos la enramada,
mientras copiosísimos enjambres de insectillos jugueteaban
alegremente en los últimos rayos de sol, a cuyo destello el
escarabajo oculto antes debajo de la hierba abandonaba,
zumbando su prisión; cuando el ruido y la vida llamaban
mi atención hacia la tierra, y el musgo que arranca su
alimento a la dura roca, y las retamas que crecen en la
pendiente de la árida colina arenosa, me descubría la
íntima, ardiente y santa vida de la naturaleza, ¡con qué
jubilo abrazaba todos estos objetos mi encendido corazón!
Yo estaba como un dios en este mar de riquezas, en este
inmenso universo, cuyas formas sublimes parecían
moverse, animando toda mi creación en el fondo de mi
alma. Me rodeaban enormes montañas; tenía delante de
mí profundos abismos, donde se precipitaban torrentes
tempestuosos, los ríos se deslizaban bajo mis pies; oía
algo como un rugido en los bosques y los montes
agitándose y confundiéndose todas estas fuerzas
misteriosas en las profundidades de la tierra, mientras sobre
ésta y bajo el cielo revoloteaban las razas infinitas de los
seres que lo pueblan todo de mil diversas formas, mientras
los hombres se juzgan reyes de este vasto universo,
agazapándose juntos en el nido de sus reducidas moradas.
-55-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
¡Pobre loco, que todo te parece mezquino, porque tú eres
muy pequeño! Desde la inaccesible montaña y el desierto
que ningún pie ha pisado aún, hasta la última orilla de los
océanos desconocidos, lo anima todo tu espíritu del eterno
creador, gozándose en estos átomos de polvo que viven
y le comprenden. ¡Ay cuántas veces deseaba entonces,
con las alas de la garza que pasaba sobre mi cabeza,
trasladarme a las costas de ese inmenso mar para beber
en la espumosa copa de lo infinito dulcísimas delicias y
sentir, aunque sólo fuera por un momento, en el espacio
estrecho de mi seno una gota de la felicidad del ser que
todo lo engendra en él y por él! Hermano mío, el recuerdo
de tales horas basta para fortalecerme. Más aún: los
esfuerzos que hago para recordar estos sentimientos
inefables, para poder expresarlos, elevan mi alma sobre
ella misma, y me obligan a sentir doblemente lo angustioso
de mi estado actual.
«Parece que se ha levantado un velo delante de mi alma, y
el inmenso espectáculo de la vida no es a mis ojos otra
cosa que el abismo de la tumba, eternamente abierto.
¿Podrás decir «esto existe» cuando todo pasa, cuando
todo se precipita con la rapidez del rayo, sin conservar
casi nunca todas sus fuerzas, y se ve, ¡ay!, encadenado,
tragado por el torrente y despedazado contra las rocas?
No hay momento que no te consuma, que no consuman
los tuyos; no hay un momento en que no seas, en que no
debas ser destructor: tu paseo más inocente cuesta la vida
a millares de pobres insectos; uno solo de tus pasos
destruye los laboriosos edificios de las hormigas y
sumerge todo un pequeño mundo en un sepulcro.
«¡Ah!, no son las grandes y poco frecuentes catástrofes
del mundo, no son esas inundaciones, esos temblores de
tierra, que se tragan a vuestras ciudades, lo que me
conmueve, lo que me roe el corazón es la fuerza
devoradora que se oculta en toda la naturaleza, y que no
ha producido nada que no destruya cuanto le rodea y no
se destruya a sí mismo.
-56-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«De este modo avanzo yo con angustia por mi inseguro
camino, rodeado del cielo, de la tierra, y de sus fuerzas
activas: no veo más que un monstruo ocupado eternamente
en mascar y tragar.»
21 DE AGOSTO
«Al sacudir por las montañas el yugo de una pesadilla, es
en vano que extienda los brazos hacia ella, en vano que la
busque por la noche en mi lecho, cuando un sueño feliz y
sencillo me hace creer que estoy en el campo, sentado a
su lado, estrechando su mano y llenándola de besos. ¡Ah!,
cuando todavía embriagado por el sueño busco esa mano
y me despierto, un torrente de lágrimas brota de mi corazón
oprimido y lloro sin consuelo en las tinieblas de lo
porvenir.»
22 DE AGOSTO
«Es cosa fatal, Guillermo. Mi actividad se consume en
una inquieta indolencia; no puedo estar ocioso, y, sin
embargo, no puedo hacer nada. Mi imaginación y mi
sensibilidad no se conmueven ante la naturaleza, los libros
me causan tedio. Cuando el hombre no se encuentra a sí
mismo, no encuentra nada. Te juro que muchas veces me
alegraría de ser un jornalero para tener, al menos, al despertarme
por la mañana, la perspectiva de un día ocupado,
un móvil, una esperanza. Envidio con frecuencia a Alberto
cuando le veo enterrado en papeles hasta los ojos, y creo
que sería feliz hallándome en su lugar. Más de una vez he
estado a punto de escribirte y de escribir al ministro
solicitando ese destino en la embajada que, según me
aseguras, me concederían al instante. Así lo creo. Hace
tiempo que me estima el ministro, y antes de ahora me ha
instado mucho para que acepte un empleo. Suele
preocuparme esto durante una hora; pero cuando lo
reflexiono y recuerdo la fábula del caballo que, cansado
de su libertad, se deja poner la silla y la brida para estar
poco después rendido de fatiga.... no sé lo que debo hacer.
-57-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
Por otra parte, querido Guillermo, este deseo de cambiar
de estado que me subyuga, ¿no será acaso una oculta
insoportable impaciencia que me perseguirá por todas
partes?»
28 DE AGOSTO
«Es indudable que, si mi mal tuviera cura, esta gente lo
curaría. Hoy es mi cumpleaños, y muy de mañana he
recibido un paquetito de Alberto. Lo primero que ha herido
mis ojos al abrirlo ha sido uno de los dos lazos de color
de rosa que llevaba Carlota la primera vez que la vi, lazo
que después le había pedido varias veces; lo segundo,
dos tomitos en dozavo, las obras de Homero, de Wetstein
edición que tanto he deseado para no ir a mis paseos
cargado con la Ernesti. Ya ves cómo previenen mis deseos;
cómo buscan medios para darme estas pequeñas pruebas
de amistad, mil veces más preciosas que esos presentes
magníficos conque nos humilla la vanidad del que nos
obsequia. Beso el lazo infinitas veces al día, y en cada
aspiración saboreo el recuerdo de las felicidades con que
me embriagaron esos pocos días felices que han pasado
para siempre. Guillermo, es lo que debe ser, y no me
quejo: las flores de la tierra sólo son vanas apariencias.
¡Cuántas se marchitan sin dejar ni el más leve rastro! ¡Qué
pocas fructifican y qué pocos de estos frutos llegan a la
madurez! Y, sin embargo..., ¡oh hermano mío!...,
¿podemos no hacer caso de los frutos maduros,
despreciarlos y dejar que se pudran sin gozar de ellos?
«Adiós. El verano es magnífico. Trepo algunas veces a
los árboles del jardín de Carlota, y con una pértiga larga
cojo las peras de las ramas más altas. Carlota está debajo
del árbol y recoge los frutos que yo echo a sus pies.»
30 DE AGOSTO
«Desgraciado, ¿no está loco? ¿No te engañas a ti mismo?
-58-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
¿Adónde te conducirá esta pasión indómita y sin objeto?
No pienso más en ella; ya no cabe en mi imaginación otra
figura que la suya, y todo lo que me rodea no lo veo sino
con relación a ella.
«Esto me procura algunas horas de felicidad que deben
concluir tan pronto como sea preciso que nos separemos.
¡Ah, Guillermo, adónde me arrastra con frecuencia mi
corazón! Siempre que paso dos o tres horas a su lado,
absorto en la contemplación de su hermosura, de sus
movimientos, de su celestial lenguaje, todos mis sentidos
se excitan insensiblemente, una sombra se extiende ante
mi vista, y mis oídos se embotan, siento que oprime mi
corazón una mano homicida; mi corazón, con sus latidos
precipitados, busca consuelo a mis sentidos oprimidos y
no hace más que aumentar el desorden...
«Guillermo, muchas veces no sé si estoy en el mundo y si
la tristeza me agobia o si Carlota no me concede el triste
consuelo de aliviar mi martirio, dejándome bañar su mano
con mi llanto. Necesito salir, necesito huir, y corro a
ocultarme muy lejos en los campos. Entonces gozo
trepando por una montaña escarpada, abriéndome paso
entre un bosque impenetrable, entre las breñas que me
hieren y los zarzales que me despedazan. Entonces me
encuentro un poco mejor, ¡un poco!, y cuando, extenuado
de sed y de cansancio, sucumbo y me detengo en el
camino; cuando en la profunda noche, brillando sobre mi
cabeza la luna llena, me siento en el bosque solitario sobre
un tronco torcido, para dar algún descanso a mis pies
desgarrados, o me entrego a un sueño tranquilo durante la
claridad crepuscular..., ¡oh Guillermo!, el silencio albergue
de una celda, un sayal y el cicilio son los únicos consuelos
a que aspira mi alma. Adiós. No veo para esta cuita otro
fin que el sepulcro.»
3 DE SEPTIEMBRE
«Mi marcha es precisa, Guillermo: te agradezco que hayas
-59-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
fijado mi resolución vacilante. Quince días hace que
acaricio la idea de dejarla. Mi marcha es precisa. Está de
nuevo en la ciudad, en casa de una amiga, y Alberto...,
y... Mi marcha es precisa.»
10 DE SEPTIEMBRE
«¡Qué noche, Guillermo, qué noche tan horrible he
pasado! Ahora tengo valor para todo. No volveré a verla.
¡Oh!, que no pueda ir volando a arrojarme en tus brazos;
que no pueda, amigo mío, expresarte con el mayor
transporte y derramando un raudal de llanto los
sentimientos que oprimen mi corazón! Heme aquí, delante
de mi pupitre, casi sin aliento, procurando sosegarme y
aguardando a que amanezca, porque los caballos estarán
ensillados al despuntar el sol.
«¡Ah! Carlota duerme descuidada sin sospechar que no
volverá a verme. He tenido bastante valor para separarme
de ella sin descubrir mi secreto durante una conversación
de dos horas. ¡Y qué conversación, Dios mío!
«Alberto me había ofrecido que iría al jardín con Carlota
después de cenar. Yo estaba en la explanada, bajo los
corpulentos castaños, viendo por última vez el sol que se
oculta más allá del risueño valle, y el río que se desliza
mansamente. ¡Había estado tantas veces con ella en aquel
paraje! ¡Había contemplado tantas veces el mismo
magnífico espectáculo! Y ahora . . . Empecé a ir y venir
por aquella alameda, para mí tan querida, donde un
atractivo secreto y simpático me había retenido
frecuentemente antes de conocer a Carlota. ¡Con qué
placer, al alborear nuestra amistad, nos dimos mutuamente
cuenta de la preferencia que nos inspiraba este sitio, que
es, sin duda, uno de los más seductores que conozco
entre las creaciones del arte!
«A través de los castaños se descubre una vasta
perspectiva. . . ¡Ah! Recuerdo que te he hablado bastante
-60-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
en mis cartas de estos altos muros de haya y de esta
alameda en que insensiblemente va desapareciendo la luz
cuanto más próximo está un bosquecillo donde termina y
donde todo se confunde en una plazoleta que parece
impregnada de todas las melancolías de la soledad. Aún
me dura la indefinible sensación que experimenté cuando
entré en ella por primera vez. En el instante en que el sol
se hallaba en lo más alto de su carrera; ya entonces tuve
un vago presentimiento de que aquel alto paraje sería para
mí teatro de infinito dolor y grandes alegrías.
«Hacía media hora que estaba entregado a los dulces y
crueles pensamientos de la despedida y de volvernos a
ver, cuando los vi subir por la explanada. Corrí hacia
ellos, cogí con el mayor entusiasmo la mano de Carlota y
se la besé. Llegábamos a lo más alto cuando apareció la
luna por detrás de los zarzales que cubrían la colina.
Hablamos de cosas distintas y nos aproximamos a la
sombría plazoleta. Carlota entró y se sentó, Alberto se
puso a uno de sus lados, y yo, al otro, pero mi inquietud
no me permitía permanecer mucho tiempo sentado. Me
levanté me coloqué delante de ella; di algunos pasos y
volví a sentarme. Yo sentía algo parecido a la agonía.
Carlota nos hizo observar el bello efecto de la luna, que
por encima de las hayas alumbraba toda la explanada. El
cuadro era soberbio y tanto más sublime para nosotros
cuanto que nos rodeaba una profunda oscuridad. Después
de un breve rato en que todos guardamos silencio, Carlota
tomó la palabra: «Nunca—dijo—, nunca me paseo a la
claridad de la luna sin acordarme de mis queridos amigos
difuntos, sin sentirme conmovida por la idea de la muerte
y de lo porvenir. ¡Nada muere! —añadió con un acento,
que revelaba la sensación más viva—: pero Werther
¿volveremos a encontrarnos? ¿Nos reconoceremos? ¿Qué
pensáis de esto? ¿Qué decís?»
«»Carlota—exclamé, presentándole mi mano y con los
ojos cuajados de lágrimas—, ¡sí, volveremos a vernos!
En esta vida y en la otra volveremos a vernos.»
-61-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«No pude decir más, Guillermo. ¿Era preciso que ella me
hiciese esta pregunta cuando toda mi alma se ocupaba de
tan cruel separación?
«»Y nuestros queridos muertos—continuó Carlota—,
¿saben algo de nosotros? ¿Tienen idea de que los traemos
a la memoria con indecible cariño en nuestros momentos
de felicidad? ¡Oh! La imagen de mi padre vaga siempre
en torno mío, cuando estoy por la noche sentada
tranquilamente en medio de sus hijos, de mis hijos, que se
agrupan en mi derredor como se agrupan al suyo. Sí,
entonces dirijo al cielo mis ojos, bañados por una lágrima
de deseo, anhelando que vea cómo cumplo la palabra
que en su lecho de muerte le di de ser la madre de sus
hijos—exclamó llena de emoción—. Perdóname, madre
querida, si no soy para ellos lo que tú fuiste. ¡Ah!, yo
hago cuanto puedo: están vestidos y alimentados y, sobre
todo, se los cuida y se los quiere. Si pudieras ver nuestra
unión, ¡oh alma queridísima!, elevarías las más vivas
acciones de gracias a ese Dios a quien pedías con las
más amargas lágrimas, con las últimas que brotaron de
tus ojos, que hiciera felices a tus hijos.»
«Esto decía Carlota. ¡Oh Guillermo, quién pudiera repetir
lo que decía! ¿Cómo la letra, fría e insensible, podría
reproducir sus palabras, que eran flores celestiales de su
alma? Alberto la interrumpió, diciendo con dureza:
«Carlota, eso te afecta demasiado. Comprendo que esas
ideas te son queridísimas, pero te ruego...»
«»Alberto—dijo Carlota—, ya sé que no has olvidado
aquellas noches en que nos sentábamos alrededor del
velador, cuando papá estaba fuera y habíamos hecho
acostarse a los niños. Tú tenías casi siempre un buen
libro, y casi nunca leías en él. La conversación de aquella
criatura sublime, ¿no era preferible a todo? ¡Qué mujer!
Amable, bella, siempre alegre y siempre trabajadora... ¡Dios
sabe las veces que, arrodillada sobre mi lecho y
derramando lágrimas, le he pedido que me haga semejante
a mi madre! «
-62-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
«»Carlota—exclamé, arrojándome a sus plantas y
estrechando su mano, que bañaba con mi llanto—; Carlota,
siempre os acompañen la bendición de Dios y el espíritu
de vuestra madre.
«»¡Si la hubierais conocido!—dijo, apretándome la
mano—. Era digna de que la conocierais.» Creí que me
anonadaba: nunca se había pronunciado en mi elogio una
frase más grande, más gloriosa. Carlota prosiguió: « ¡Y
esa mujer ha muerto en la flor de su edad, cuando su
último hijo no había cumplido seis meses! Su enfermedad
no fue larga: estaba resignada y tranquila; su única pena
era tener que abandonar a sus hijos, sobre todo al más
pequeñito. Cuando entraba en la agonía me dijo: «¡Tráemelos!
» Yo los llevé, los menores no comprendían su
desgracia; los mayorcitos estaban profundamente
afectados. Cuando rodearon su lecho, levantó las manos
al cielo y rogó por ellos; luego, uno después de otro, los
besó; después, les dio el último adiós, y me dijo: «Tú
serás su madre.» Por toda respuesta estreché su mano.
«Mucho me prometes, hija mía —me dijo—.
Frecuentemente he visto en tus lágrimas de reconocimiento
que comprendes lo que hay en las miradas y el corazón
de una madre. Ten lo uno y lo otro para tus hermanos, y
para tu padre, la fidelidad y la obediencia de la esposa.
Serás su consuelo.» Pidió que entrase mi padre, que había
salido para ocultarnos el inmenso dolor que le abrumaba;
tenía el corazón despedazado. Tú Alberto, estabas en la
alcoba; oyó ella que alguno paseaba, preguntó quién era,
y dijo que te acercases. Nos miró a los dos fijamente, y
su mirada tranquila revelaba la idea de que juntos habíamos
de ser felices.» Alberto se arrojó en sus brazos,
exclamando: «¡Lo somos! ¡Lo seremos!» El flemático
Alberto estaba fuera de sí: yo no me conocía a mí mismo.
«»Werther—prosiguió Carlota—, ¿y esta mujer debía
morir? ¡Oh Dios! Cuando algunas veces pienso cómo
nos dejamos robar lo que más queremos en el mundo. Y
nadie lo siente con tanta fuerza como los niños; los míos,
mucho después se quejaban de que los hombres negros
se habían llevado a mamá.»
-63-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
LIBRO II
22 DE SEPTIEMBRE DE 1771
“LLEGAMOS ayer. El embajador está indispuesto y
guardará cama algunos días, si, al menos, fuera un hombre
de buen trato, todo marcharía bien. Lo veo, lo veo, la
suerte me ha reservado rudas pruebas; pero, ¡ánimo! Un
carácter ligero lo soporta todo. ¡Un carácter ligero! Risa
me da al ver que esta frase se ha escapado de mi pluma.
¡Ah! si yo fuera algo más superficial, sería el hombre más
feliz de la tierra. Pero, ¡quía! Otros, pobres de fuerza y de
talento, se pavonean delante de mí con aire de suficiencia,
y yo me aburro con mi superioridad y mis conocimientos.
Tú, Señor, que me has dado estos bienes, ¿por qué no
me negaste la mitad de ellos concediéndome, en cambio,
la confianza y satisfacción de mí mismo?
“¡Paciencia, paciencia!, esto cambiará. Sí, amigo mío,
confieso que tienes razón: desde que paso todos los días
mezclado con la multitud y veo lo que son los demás y
cómo proceden estoy mucho más contento de ser como
soy. Indudablemente, puesto que nos han hecho así y
todo lo comparamos con nosotros mismos, y a nosotros
mismos con todo, el bien o el mal está en el objeto que
nos sirven para el paralelo, y, por tanto, nada me parece
más pernicioso que la soledad.
“Nuestra imaginación, propensa por su naturaleza a
exaltarse, alimentada por las fantásticas imágenes de la
poesía, se forja una serie de seres, entre los cuales
ocupamos el último lugar, y todo nos parece más grande
fuera de nosotros, y todas las personas, más perfectas
que la nuestra.
Sin duda, esto es natural; a cada paso vemos que nos
faltan muchas cosas, y precisamente lo que nos falta nos
parece que otro lo posee; le atribuimos todo cuanto
nosotros tenemos, y le encontramos, además, cierto
atractivo ideal. Así, pues, este hombre es perfectamente
feliz, tal como nosotros le soñamos.
-64-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“Al contrario, cuando con toda nuestra debilidad y
nuestros esfuerzos proseguimos nuestro trabajo sin
distraernos, vemos con frecuencia que, caminando
reposadamente y costeando, avanzamos más que otros a
fuerza de vela y remo... Y, sin embargo, siempre está
contento de sí mismo el que marcha al lado de los demás
o logra adelantarse.”
26 DE SEPTIEMBRE DE 1771
“A decir verdad, comienzo a estar aquí bastante bien. Lo
mejor de todo es que no me falte trabajo y que esta gente
y estas fisonomías de todas clases, nuevas para mí, me
entretienen de un modo agradable. He hecho conocimiento
con el conde de C., a quien estimo más cada día. Persona
de superior inteligencia, revela un alma formada por
la amistad y la ternura. Se ha encariñado conmigo con
motivo de un asunto cuyo arreglo me encargaron. Desde
las primeras frases observó que nos entendíamos y que
podía hablarme de diferente modo que a los demás. No
encuentro palabras para alabar la franqueza con que me
honra, ni hay nada en el mundo que produzca una alegría
tan grande y tan verdadera como el hallazgo de un alma
privilegiada que nos abre sus puertas.”
24 DE DICIEMBRE DE 1771
“El embajador me hace pasar muy malos ratos cosa que
ya tenía yo prevista. Es el tonto más insoportable de la
tierra; caminando paso a paso y siendo meticuloso como
una solterona, nunca está satisfecho de sí mismo, ni hay
medio de contentarle. Me gusta trabajar de prisa y no
retocar lo que escribo: él es capaz de devolverme una
minuta diciéndome: “Está bien, pero repasadla; siempre
se encuentra alguna expresión mejor, alguna palabra más
propia.” Cuando esto pasa, me daría a todos los
demonios. No ha de faltar una conjunción; es enemigo
mortal de las inversiones gramaticales que a veces se me
-65-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
escapan; no comprende más periodo que el que escribe
con la cadencia del ritmo tradicional. Es un suplicio tener
que entenderse con semejante hombre.
“Lo único que me consuela es la amistad con el conde de
C. Hace algunos días me manifestó con la mayor franqueza
que le fastidian soberanamente la lentitud y nimiedad
característica de mi embajador. “Esta gente es una polilla
para sí misma y para los demás—me decía—; pero hay
que sufrirla, como sufre cualquier viajero el estorbo de
una montaña. Si ésta no existiera, el camino, indudablemente,
sería más fácil y más corto; pero la montaña existe y
hay que pasarla.”
“El viejo conoce bien la preferencia que sobre él me da el
conde; esto le quema, y aprovecha las ocasiones que se
presentan para hablar mal de él en presencia mía. Como
es natural, yo le contradigo, y ya tenemos altercado. Ayer,
por ejemplo, me cogió por su cuenta, y me sacó por
completo de mis casillas. “El conde—decía—conoce
bastante bien las cosas del mundo, tiene facilidad para el
trabajo y escribe bien; pero, como la mayor parte de Los
hombres de ingenio, carece de conocimientos profundos.”
Después hizo una mueca que podría traducirse por “¿Te
alcanza a ti este dardo?”, pero no me produjo ningún
efecto. Desprecio a quien piensa y se conduce de este
modo, y le respondí con bastante viveza, que el conde
merece el mayor respeto, tanto por su carácter como por
su instrucción. “No conozco a nadie—añadí—que haya
logrado desarrollar mejor talento y aplicarlo a multitud de
objetos, conservando, sin embargo, toda la actividad
necesaria para la vida común” Hablar así a este imbécil
era hablarle en griego, y me despedí de él para evitar que
me revolviese más la bilis diciendo majaderías. Y toda la
culpa es de los que me habéis amarrado a este yugo,
contándome maravillas de la actividad. ¡Actividad! Remaría
voluntariamente diez años más en la galera donde ahora
estoy sujeto, si el que no tiene otra ocupación que la de
plantar patatas y el que va a vender sus granos a la ciudad
no hiciera más que yo. ¿Y la miseria brillante que veo, el
-66-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
fastidio que reina entre esta gente tosca, esta manía de
clases en la cual estriba el que acechen y espíen la ocasión
de elevarse unos sobre otros, fútiles y menguadas pasiones
que se presentan al desnudo? Aquí, por ejemplo, hay una
mujer que no habla a nadie de otra cosa que de su nobleza
y de sus fincas; de modo que los forasteros dirán para
sus adentros: “Esta es una sandía a quien un poco de
nobleza y cuatro terrones le han vuelto el juicio.” Pero no
es esto lo peor: la susodicha es simplemente hija de un
escribano de estas cercanías. No puedo comprender a la
especie humana, cuyas pretensiones orgullosas suelen estar
destituidas de todo fundamento. Es verdad, mi querido
Guillermo, que cada día me convenzo más de lo estúpido
que es querer juzgar a los demás. ¡Tengo tanto que hacer
conmigo mismo y con mi corazón, que es tan turbulento!
¡Ah! Dejaría de buen grado seguir a todos su camino, si
ellos quisieran también dejarme andar por el mío.
“Lo que más me irrita son las miserables distinciones
sociales. Sé, cómo cualquiera, cuán necesaria es la
diferencia de clases y conozco sus ventajas, de las que
yo mismo me aprovecho; pero no quisiera que viniesen a
estorbarme el paso, precisamente cuando podría gozar
aún alguna pequeña alegría, alguna apariencia de felicidad.
He hecho conocimientos últimamente en el paseo con la
señorita B., criatura amable, que, en medio del mundo
infatuado en que vive, conserva bastante naturalidad.
Nuestra conversación nos fue grata a los dos, y cuando
nos separamos le pedí permiso para visitarla. Me lo
concedió con tanta franqueza, que apenas pude aguardar
la hora conveniente para ir a verla. No es de aquí, y vive
con una tía suya. La fisonomía de la vieja me desagradó;
yo me mostraba deferente con ella, le dirigía casi siempre
la palabra, y en menos de media hora adiviné lo que la
sobrina me ha confesado después; esto es, que su querida
tía carece, a su edad, de todo: de fortuna y de talento. No
tiene más recursos que una larga lista de abuelos, en la
que se atrinchera como detrás de un muro, ni más
diversiones que la de mirar con altanería a la plebe que
pasa por debajo de su balcón. Debe de haber sido hermosa
-67-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
en su juventud y ha pasado su vida en bagatelas: ha sido
por sus caprichos el tormento de algunos jóvenes infelices,
y después, en su edad madura, aceptó humildemente el
yugo de un oficial ya anciano que, por un mediano pasar,
sufrió con ella la edad de bronce y murió; pero ahora ella
se ve sola en la edad de hierro, y nadie la miraría si su
sobrina fuese menos amable.”
8 DE ENER0 DE 1772
“¡Qué pobres hombres son los que dedican toda su alma
a los cumplimientos y cuya única ambición es ocupar la
silla más visible de la mesa! Se entregan con tanto ahínco
a estas tonterías que no tienen tiempo para pensar en los
asuntos verdaderamente importantes. Una de tantas
sandeces me aguó, la semana última, toda una fiesta.
“¡Necios!, no ven que el lugar no significa nada y que el
que ocupa el primer puesto hace muy pocas veces el primer
papel. ¡Cuántos reyes gobernados por sus ministros!
¿Cuántos ministros por sus secretarios! ¿Y quién es el
primero? Yo creo que aquel cuyo ingenio domina al de
los demás, de que por su carácter y destreza convierte las
fuerzas y las pasiones ajenas en instrumentos de sus
deseos.”
20 DE ENERO
“Necesito escribiros, mi querida Carlota, aquí en un rincón
de una pobre posada de aldea donde me he refugiado
huyendo de una tempestad. Desde que me encuentro en
este triste albergue de D., entre personas extrañas,
completamente extrañas a mi corazón, ni un instante, ni
uno siquiera, he dejado de sentir la imperiosa necesidad
de escribiros. Vuestro ha sido mi primer pensamiento en
esta cabaña, en esta soledad, en esta prisión, en tanto que
la nieve y el granizo golpean contra mi ventana. Desde
que entré aquí, ¡oh Carlota!, vuestra imagen y vuestro
-68-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
recuerdo, este recuerdo tan vivo y tan santo, se han
apoderado de mí y he creído, ¡Dios mío!, sentir todas las
alegrías de nuestra primera entrevista.
“¡Si pudierais verme querida Carlota, en medio del torrente
de distracciones que me asedian! Todas mis sensaciones
se enervan y se embotan. Ni un solo momento de regocijo
para mi corazón, ni el más insignificante solaz para mi
alma. Nada, nada: estoy aquí como si asistiera a una
función de sombras chinescas. Veo pasar y repasar delante
de mí hombrezuelos y caballitos y me pregunto muchas
veces si no es esto una ilusión óptica. Yo formo parte de
los personajes y desempeño también mi papel: mejor dicho,
se me obliga desempeñarlo, se me hace maniobrar como
a un autómata. Si cojo la mano del que tengo más cerca,
retrocedo con espanto, creyendo que es de madera.
“Por la noche hago proyecto de ir a ver la alborada del
siguiente día: amanece y me quedo en la cama. De día
acaricio la idea de ver después la luna, y cuando llega la
noche, me olvido de ello en mi alcoba. Apenas me explico
por qué me levanto y por qué me acuesto.
“El resorte que daba movimiento a mi vida, se ha roto; el
encanto que me tenía despierto en las tinieblas de la noche
y me desvelaba por las mañanas se ha desvanecido.
“Sólo una criatura he encontrado aquí digna del nombre
de mujer: la señorita B. Se parece a mi querida Carlota, si
es que alguien puede parecerse a vos. “¡Y qué—diréis—
, ¿ahora venís con galanterías?” Sí, no es esto del todo
falso: desde hace algún tiempo soy muy lisonjero... porque
no puedo ser otra cosa. Me doy aires de ingenioso, y
dicen las damas que nadie podrá hacer un elogio con más
delicadeza que yo. Añadid: ni mentir, porque lo uno va
siempre unido a lo otro. Os estaba hablando de la señorita
B. En el fuego de sus ojos azules se adivina desde luego
la energía de su alma. Su posición la mortifica, porque no
basta a satisfacer ninguno de los deseos de su corazón.
Aspira a alejarse del torbellino social, y soñamos horas
-69-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
enteras con una felicidad pura, en medio del campo. ¡Ah,
cuántas veces, Carlota, la he obligado a que os admire!
¿Obligado? No, su admiración es espontánea. ¡Tiene tanto
gusto en oír hablar de Carlota! ¡La quiere tanto! ¡Oh si yo
estuviese sentado a vuestros pies en aquel gabinetito
seductor y tranquilo, con los niños retozando a nuestro
derredor! cuando os molestase el ruido que hicieran, yo
los agruparía y obligaría a guardar silencio, refiriéndoles
algún cuento pavoroso. El sol declina majestuosamente
detrás de las colinas cubiertas de deslumbradora nieve; la
tempestad ha pasado, y yo... es preciso que me vuelva a
mi jaula. ¡Adiós! ¿Está Alberto a vuestro lado? ¿Qué digo?
Dios me perdone esta pregunta.”
8 DE FEBRERO
“Hace una semana que el tiempo no puede ser peor, y me
alegro de ello, porque desde que estoy aquí no he logrado
ver un día bueno sin que algún cócora me lo estropee o
me lo robe. Al menos, cuando llueve de firme, cuando
nieva, cuando hiela o deshiela, me digo a mí mismo: “Mejor
estoy en casa, que fuera.” Pero si amanece con sol, si
todo pronostica un buen día, nunca dejo de exclamar:
“He aquí un favor del cielo, que podemos usurparnos
unos a otros.” No hay nada que los hombres no se quiten
sin escrúpulos: salud, reputación, alegría, reposo. Por
supuesto, casi siempre con la sonrisa en la boca, y, según
ellos dicen, con las mejores intenciones. Algunas veces
quisiera suplicarles que no se desgarrasen tan
despiadadamente las entrañas.”
17 DE FEBRERO
“Sospecho que no podré continuar mucho tiempo al lado
del embajador.
“Este hombre es completamente insoportable. Tiene una
manera tan ridícula de trabajar, que no puedo menos de
altercar con él y de obrar con frecuencia a mi capricho y a
-70-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
mi modo, cosa que, como es natural, jamás le deja
contento. Últimamente se ha quejado a la corte, y el
ministro me ha reprendido; con mucha blandura, por cierto,
pero ello es que me ha reprendido, y ya tenía propósito
de presentar mi dimisión, cuando ha llegado a mis manos
una carta particular que me envía... (6), la carta que me ha
hecho arrodillarme para adorar su espíritu noble, sabio y
elevado. ¡Cómo elogia el espontáneo y juvenil ardor de
mis exaltadas ideas de actividad, de influir en los demás y
de energía en los negocios; buscando, sin destruir esas
ideas, el medio de moderarlas y conducirlas al punto en
que pueden encontrar su verdadero desarrollo y producir
su efecto! Ya me tienes animado por ocho días y
reconciliado conmigo mismo. ¡Qué hermosa es la paz del
alma, y qué triste, amigo mío, que semejante joya tenga
tanto de frágil como de bello y singular!”
20 DE FEBRERO
“Dios os bendiga, amigos míos, y os dé todos los días
felices que a mí me niega. Alberto te agradezco que me
hayas engañado. Aguardaba la noticia del día de vuestra
boda, porque ese día tenía resuelto descolgar
solemnemente de la pared el retrato de Carlota, y enterrarlo
entre mis papeles. ¡Ya estáis casados y todavía tengo aquí
su retrato! Aquí permanecerá. ¿Por qué no? Sé que
también estoy con vosotros: sé que, sin perjuicio tuyo,
tengo un lugar en el corazón de Carlota. Sí; ocupo en él el
segundo puesto, y quiero y debo conservarlo. ¡Oh ! Me
volvería loco si ella pudiese olvidar... Alberto, dentro de
esta idea se encierra el infierno, adiós. Adiós, Carlota;
adiós ángel del cielo.”
(6) Por consideración a tan respetables personas, no incluimos en el
relato esta carta y otra de que se habla más adelante. El más profundo
reconocimiento del público no excusaría, en nuestra opinión, la audacia
de publicarlas. (Nota del autor.)
-71-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
15 DE MARZO
“He sufrido una mortificación que me echará de aquí:
estoy furioso. Lo dicho: esto es un hecho, y vosotros
tenéis la culpa de todo; vosotros, que me habéis
soliviantado, atormentado, obligado a tomar un destino
que yo no quería. Nos hemos lucido. Y con el fin de que
no me digas que lo echo todo a perder con mis ideas
exageradas, voy, mi querido amigo, a exponerte lo
sucedido, con la sencillez y exactitud de un cronista.
“El conde de C. me aprecia y me distingue, ya lo sabes,
porque te lo he dicho cien veces. Ayer comí en su casa.
Justamente era uno de los días en por las tardes tiene
tertulia, a la que concurren las damas y caballeros más
distinguidos. Yo no había pensado semejante cosa, y jamás
pude figurarme que nosotros, los menos encopetados,
sobrábamos allí. Adelante. Comí, y después de comer
estuve paseándome y charlando con el conde en el gran
salón. Llegó el coronel B. que terció en nuestras plática, y
por fin, insensiblemente sonó la hora de la tertulia. ¡Bien
sabe Dios que no pensaba en ello! Entró la nobilísima
señora de S. con su marido y la pava de su hija, que tiene
el pecho como una tabla y un talle que no es talle. Pasaron
por delante de mí con el aire desdeñoso que los
caracteriza. No inspirándome la gente de este linaje otra
cosa que una antipatía profunda, resolví retirarme, y
aguardaba sólo a que el conde se viese libre de su fastidiosa
palabrería, cuando entró la señorita B. Como siempre que
la veo se impresiona un poco mi corazón, me quedé, y fui
a colocarme detrás de su asiento. Llegué a observar que
me hablaba con menos franqueza que la acostumbrada y
con algún embarazo. Esto me sorprendió. “Es ella como
todas estas gentes?”, me pregunté a mí mismo. Estaba
picado y quería retirarme; sin embargo, me quedaba,
-72-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
esperando con alguna frase que me dirigiera llegaría a convencerme
de que mi pregunta era injusta. Entre tanto, el
salón se llenó. El barón F., que llevaba encima todo un
guardarropa del tiempo en que se coronó a Francisco 1
(7); el consejero áulico R., que se anuncia haciéndose
llamar su excelencia con su mujer, que es sorda, etcétera.
No debo pasar por alto a J., el desaliñado, que tapa los
agujeros de su traje gótico con retales del día. Estas y
otras personas fueron entrando, mientras yo hablaba con
algunas conocidas mías, que me parecieron muy lacónicas.
Pensando y ocupándome exclusivamente de B., no advertí
que las señoras cuchicheaban en un extremo del salón, y
que algo extraordinario sucedía entre los caballeros; no
advertí que la señora de S. hablaba aparte con el conde
(Todo esto me lo ha dicho después la señorita B.) Por
último, el conde se acercó a mí, y me llevó al hueco de
una ventana. “Ya conocéis—me dijo—nuestras
costumbres extravagantes. He observado que la tertulia
en masa está descontenta de veros aquí, y aunque yo no
querría por todo el mundo...” “Dispensadme, señor —
exclamé, interrumpiéndole—. Debía haber caído en ello,
lo sé, y sé también que me perdonaréis esta irreflexión—
dije al mismo tiempo que le hacía una reverencia—. Yo ya
había pensado retirarme, y no sé que espíritu me lo ha
detenido.”
“El conde me apretó la mano de un modo que daba a
entender cuanto podía decir. Me escurrí pausadamente y,
fuera ya de la augusta asamblea, subí a mi birlocho y fui a
M., para ver desde la colina la puesta del sol, leyendo el
magnífico canto en que refiere Homero cómo Ulises fue
hospedado por uno que guardaba puercos. Hasta aquí
todo iba bien.
“Ya de noche, volví a mi posada para cenar. Sólo encontré
algunas personas que jugaban a los dados en el comedor,
en un ángulo de la mesa, para lo cual habitan levantado un
poco los manteles. Entró el apreciable A. y dejó su sombrero,
mirándome al mismo tiempo; se vino hacia mí y
me dijo en voz baja:
-73-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
(7) Emperador de Alemania en 1745. (Nota del traductor.)
“¿Conque has tenido un disgusto?” “¿Yo?” “El conde te
ha echado de su tertulia.” “¡Cargue el diablo con ella! Me
salí para respirar un aire más puro.” “Me alegro de que
no des importancia a lo que no la tiene; solamente siento
que la cosa se haya hecho pública.” Esto dio margen a
que se desertase en mí el enojo. Conforme iba llegando la
gente para sentarse a la mesa, me miraban, y yo decía
para mi sayo: “Te miran por lo de la reunión.” Y esto me
quemaba la sangre.
“Y como ahora, donde quiera que me presentó, oigo decir
que los que me envidian baten palmas, que me citan como
un ejemplo de lo que sucede a los presuntuosos que se
creen autorizados para prescindir de todas las
consideraciones porque están dotados de algún ingenio,
y oigo, además, otras majaderías semejantes, de buena
gana me clavaría un cuchillo en el corazón. Digan lo que
digan de los caracteres despreocupados, yo querría saber
quien es el que puede sufrir que tanto bellaco murmure
de él de este modo. Sólo cuando carece de fundamento
la murmuración es fácil depreciar a los murmuradores.”
16 DE MARZO
“Todo conspira contra mí. Hoy he encontrado en el paseo
a la señorita B. Me he visto obligado a acercarme y, apenas
nos hemos alejado un poco de los demás, le he dado mil
quejas por lo que anteayer me ocurrió con ella. “¡Oh
Werther!—me dijo con la mayor ternura—. ¿Cómo
interpretáis tan mal aquella turbación mía, vos que me
conocéis tan bien? ¡Cuánto he sufrido por vos, desde el
instante en que os vi en el salón! Todo lo adiviné; cien
veces estuve a punto de decíroslo. Sabía que las señoras
de S. y de T. se alejarían con sus maridos antes que
permanecer en vuestra compañía; sabia que el conde no
se atrevería romper con ellos..., ¡y ahora vos me pedís
-74-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
cuenta!” “¡Cómo señorita!”, dije, ocultando mi turbación
y sintiendo que algo como agua hirviendo corría por mis
venas, a la par que recordaba todo lo que me había dicho
A. al entrar en casa. “¡Cuánto me ha costado ya todo
esto!”, exclamó aquella hermosa criatura con los ojos
llenos de lágrimas. Dejé de ser dueño de mí mismo, y
faltó poco para que me arrojase a sus pies. “Explicaos”,
le dije. Sus lágrimas rodaron; yo estaba fuera de mí. Se
enjugó el llanto sin cuidarse de ocultármelo.
“”Mi tía—prosiguió—, a quien ya conocéis, se hallaba
presente. ¡Contenta se puso de veros a mi lado! Werther,
ayer tarde y esta mañana he tenido que sufrir un sermón
por ser amiga vuestra, y me he visto obligada a oír que os
insultaban, que os humillaban, sin poder defenderos y sin
atreverme a defenderos más que a medias.”
“Cada palabra que profería era una espada que atravesaba
mi corazón. Sin comprender el bien que me hubiera hecho
ocultándome todas estas cosas continuó refiriendo lo que
aún dirían de mí, y quiénes se gozarían en el triunfo,
celebrándolo y haciendo saber que se ha castigado mi
orgullo y mi desprecio hacia los demás, cosas que hace
tiempo vienen echándome en cara.
“¡Y oír todo esto de su boca, Guillermo; oírselo a ella,
cuyo afecto para mí es verdadero y profundo! Quedé
anonadado, y todavía fermenta la cólera en mi pecho.
Quisiera qué alguno de ellos tuviera el valor de pronunciar
una sola palabra delante de mí, para atravesarle de parte a
parte con mi espada. Me sosegaría si viese correr la
sangre. ¡Ah! más de cien veces he cogido un cuchillo
para acabar con la asfixia que me ahoga. Se habla de una
noble raza de caballos que, cuando están enardecidos y
cansados con exceso, se abren por instinto una vena para
respirar con más libertad. Muchas veces me encuentro en
este caso; querría abrirme una vena que me proporcionase
la libertad eterna.”
24 DE MARZO
-75-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“He pedido mi cesantía con esperanzas de obtenerla y sé
que me perdonarás el que lo haya hecho sin consultarte.
Necesito salir de aquí, y sé todo lo que pudieras decirme
para evitarlo; así, pues, di a mi madre lo que ocurre, de
modo que no ponga el grito en el cielo. Es preciso que
lleve con paciencia el que no la satisfaga quien ni a sí
mismo logro satisfacerse.
“No dudo que esto le causará mucha pena. ¡Ver que su
hijo se detiene de pronto en la brillante carrera que le
llevaba en línea recta a los puestos de consejero y
embajador! ¡Ver que se desvía del camino!... Haz todas
las objeciones que se te ocurran y cuantas combinaciones
conduzcan a demostrar en qué casos podía y debía
continuar aquí; he decidido irme, y me voy. Para que sepas
adónde te diré que mi compañía es muy grata al príncipe
de..., y que, cuando ha tenido noticia de mi determinación,
me ha pedido que le acompañe a sus estados para pasar
con él la primavera. Me ha prometido que tendré libertad
absoluta; y como estamos de acuerdo casi en todo, voy a
correr el albur y marcharme con él.”
POST SCRIPTUM, 19 DE ABRIL
“Te agradezco tus cartas. No las he contestado porque
para enviarte ésta esperaba a recibir el cese de la corte,
temía que mi madre influyera con el ministro y diese al
traste con mis planes; pero ya está todo arreglado puesto
que ha sido aceptada mi dimisión. No te diré la repugnancia
con que han accedido a mis deseos ni lo que me escribe
el ministro, porque aumentarían vuestras lamentaciones.
El príncipe heredero me ha dado una gratificación,
veinticuatro ducados, diciéndome palabras que me han
enternecido hasta el punto de hacerme llorar. No necesito,
pues, el dinero que últimamente había pedido a mi madre.”
5 DE MAYO
-76-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“Salgo mañana, y como sólo dista seis millas del camino
el lugar donde nací, quiero volver a verlo y recordar los
antiguos días de mi infancia, que pasaron como un sueño.
“Quiero entrar por la misma puerta por donde salí con mi
madre cuando, después de quedarse viuda, abandonó esta
querida y sosegada aldea para encerrarse en esa horrible
ciudad. Adiós, Guillermo; ya tendrás noticias de mi viaje.”
9 DE MAYO
“He visitado el pueblo donde nací, con toda la devoción
de un peregrino, impresionándome una porción de
sentimientos inesperados. Hice detener el coche cerca del
gran tilo que hay a un cuarto de legua de la población, a la
parte sur; me apeé y mandé al cochero que fuese delante,
con objeto de seguir yo a pie y saborear todos los
recuerdos con toda viveza y plenitud de la novedad. Me
detuve bajo el tilo que en mi infancia había sido objeto y
término de mis paseos. ¡Qué diferencia! Entonces con
una dichosa ignorancia me lanzaba impetuosamente hacia
ese mundo desconocido en que esperaba hallar para mi
corazón todo el alimento, todas las venturas que debían
colmar y satisfacer la efervescencia de mis deseos. Ahora
vuelvo ya de ese vasto mundo, y ¡oh amigo mío, cuántas
esperanzas perdidas, cuántos planes destruidos! Aquí
están delante de mí las montañas que mil veces contemplé
como el único muro que se oponía a mis deseos. Entonces
podía quedarme en estos sitios horas enteras, pensando
en escalar esas alturas, llevando mi pensamiento al fondo
de los valles y de las alamedas que divisaba entre las tintas
suaves del crepúsculo; y cuando llegaba el momento de
volver a mi casa, yo abandonaba este paraje querido con
indecible pena. Al acercarme al pueblo, he saludado todos
los viejos pabellones de los jardines. Los nuevos me desagradan,
como todos los cambios que he observado. Pasé
la puerta que da entrada a la población, y entonces sí que
me encontré dentro de mis recuerdos. Amigo mío, no
quiero detenerme en detalles, la relación sería tan pesada
-77-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
como grande ha sido el placer que he experimentado.
Pensaba alojarme en la plaza, precisamente al lado de
nuestra antigua casa. Observé al paso que la escuela,
donde una buena vieja nos reunía cuando niños, se había
convertido en una abacería. Me acordé de la inquietud,
de los temores, los apuros y las aflicciones que yo había
sufrido en aquella especie de agujero. No daba un paso
que no me obligara a entusiasmarme. No encuentra un
peregrino en tierra santa tantos lugares consagrados por
religiosos recuerdos, y dudo que su alma experimente tan
puras emociones. Bajé por la orilla del río adelante hasta
una alquería adonde iba yo en otro tiempo muy a menudo:
es un paraje reducido, donde los muchachos nos
divertíamos en tirar piedras a la superficie del agua para
ver quién las hacia singlar mejor. Recordé vivamente que
me detenía algunas veces a ver correr el agua, formándome
las ideas más maravillosas de su curso; recordé las
caprichosas pinturas que me hacía de los países adonde
aquella corriente debía ir a parar; recordé que pronto
encontraba mi imaginación los límites de esos países, y
que, sin embargo, yo iba más lejos, y acababa por
perderme en la contemplación de un paisaje lejano y
vagoroso. Amigo mío, de este modo con esta felicidad,
vivieron los venerables padres del género humano; tan
infantiles fueron sus impresiones y su poesía. Cuando
Ulises habla de la mar inmensa y de la tierra, su lenguaje
es verdadero, humano, intimo, sorprendente y misterioso.
¿De qué me sirve poder repetir con todos los colegas que
la Tierra es redonda? ¡La Tierra! Sólo necesita el hombre
algunas palabras para tener ocupación toda su vida, y
menos todavía para volver a esta tierra de donde salió.
“Estoy ahora en la casa de campo del príncipe. Se vive
muy bien con este hombre: es la verdad y la sencillez
personificada, pero está rodeado de gente singular que
no acabo de comprender. Sin tener el aspecto de unos
bribones, les falta el talento de los hombres de bien.
Algunas veces me parecen muy respetables, y, sin embargo,
no llego a fiarme de ellos. Me molesta que el
príncipe hable con frecuencia de cosas que ha oído decir
-78-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
o que ha leído, copiando siempre servilmente lo que lee y
lo oye. Añade a esto, que tiene en más mi talento que mi
corazón, este corazón, única cosa de que estoy orgulloso,
única fuente de toda fuerza, de toda felicidad y de
todo infortunio. ¡Ah! Lo que yo sé, cualquiera lo puede
saber; pero mi corazón lo tengo yo sólo.”
25 DE MAYO
“Tenía un proyecto del que pensaba hablarte cuando se
hubiera realizado; ahora veo que no resultará nada, y voy
a darte cuenta de mi secreto: quería entrar en el ejército.
Mucho tiempo he acariciado esta idea, causa la más
poderosa de cuantas me movieron a seguir al príncipe,
que es general de las fuerzas de ... Paseando juntos le he
descubierto mi designio; pero me ha disuadido, y sólo
hubiera dejado de ceder a sus razones si fuera en mí una
verdadera vocación lo que no pasa de simple capricho.”
11 DE JUNIO
“Di lo que quieras; pero necesito irme de aquí, donde no
hago otra cosa que fastidiarme. El príncipe no puede ser
para mi mejor dé lo que es; sin embargo, no estoy contento
a su lado, y consiste en que en el fondo no hay nada
semejante entre los dos. Es un hombre de talento, pero de
talento vulgar. Su conversación no me causa mayor placer
que uno obra bien escrita. Permaneceré aún ocho días
aquí: cuando hayan pasado volveré a vagabundear. Lo
mejor que he hecho desde que vine, ha sido dedicare al
dibujo. El príncipe no es extraño al arte y aún lo sería
menos si no estuviese forrado de fastidiosas fórmulas
científicas y de una huera terminología. Más de una vez,
arrastrándome mi loca imaginación por los caminos del
arte y de la naturaleza, me muerdo los labios al ver que,
convencido de que pone una pica en Flandes, me
interrumpe a tontas y a locas para encajar en la
conversación algún término técnico.”
16 DE JULIO
-79-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“Sí; yo no soy otra cosa que un viajero, un peregrino en
el mundo. ¿Y tú? ¿Eres algo más?”
18 DE JULIO
“¿Adónde quiero ir? Te lo diré en confianza. Tengo
precisión de permanecer aquí otros quince días. Después,
me he dicho a mí mismo que deseo visitar las minas de...;
pero, en el fondo, no hay nada de esto: lo que quiero
únicamente es aproximarme a Carlota. Esto es todo. Me
río de mi corazón, y hago todo lo que me manda.”
29 DE JULIO
“¡Bien! ¡Muy bien! Todo marcha a maravilla. ¡Yo! ¡Su
marido! ¡Oh Dios! si tú, que me has dado la vida, me
hubieses reservado semejante felicidad, mi existencia
hubiera sido una adoración continua. No quiero quejarme
contra ti; perdóname estas lágrimas, perdona mis inútiles
deseos. ¡Ella, mi mujer! ¿Si hubiera estrechado entre mis
brazos a la criatura más amable que hay bajo el cielo!
Guillermo, cuando Alberto abraza su talle esbelto, tiemblo
de pies a cabeza.
“¿Me atreveré a decirlo? ¿Y por qué no? Carlota hubiera
sido conmigo más feliz que con él. No; no es éste el hombre
que puede satisfacer todos los deseos de este ángel. Cierta
falta de sensibilidad, cierta falta de... (traduce esto como
te parezca). Yo veo que sus almas no simpatizan; lo veo
cuando, leyendo uno de nuestros libros favoritos, laten al
unísono el corazón de Carlota y el mío, y lo veo en otras
mil ocasiones en que revelamos los sentimientos que nos
producen las acciones ajenas. ¡Oh Guillermo! ¿Es verdad
que él la ama con toda su alma..., y que, así y todo, no
merece el amor de ella?
“Un importuno ha venido a interrumpirme. Mis lágrimas
se han secado, mi melancolía ha desaparecido. Adiós,
-80-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
querido amigo.”
4 DE AGOSTO
“No soy el único que se queja. Todos los hombres ven
burladas sus esperanzas y son engañados en lo que
desean. Acabo de visitar a la buena mujer de los tilos: el
mayor de los muchachos ha corrido a mi encuentro. Sus
gritos de alegría han anunciado mi llegada a la madre, que
está muy abatida. Sus primeras palabras han sido: “¡Ay,
mi buen señor! Mi Juan ha muerto. “Juan era el menor de
los niños. Yo guardé silencio. “Mi marido—añadió— ha
vuelto de Suiza con las manos en la cabeza a no ser por
algunas buenas almas, se hubiera visto obligado a venir
pidiendo limosna.” No se me ocurrió decirle nada; pero
hice un regalillo a su hijo. Ella me rogó que aceptase unas
manzanas, las tomé y me alejé de aquel sitio de tan triste
memoria.”
21 DE AGOSTO
“He cambiado por completo en un abrir y cerrar de ojos.
Aunque todavía algunas veces se ilumina mi vida con la
claridad de una luz suave, no es, ¡ay!, más que por un
solo instante. Cuando me entrego a mis ensueños, no
consigo desechar este pensamiento. “Pues qué, si Alberto
muriese, ¿no podrías tú ser..., no podría ser ella...?” Y
así continúo corriendo tras esta vaga sombra, hasta que
me conduce al borde del abismo, donde me detengo con
espanto.
“¡Qué diferente me parece todo, cuando salgo de la ciudad
por el camino que recorrí en coche el día que, para llevarla
al baile, fui por Carlota la primera vez! Todo ha cambiado,
todo ha desaparecido. Ni una señal en la naturaleza, ni un
latido en mi corazón que recuerde aquel día. Soy como la
-81-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
sombra de un príncipe opulento que volviese al palacio
edificado y decorado con todo lujo y magnificencia por
él en otra época, para encontrar arruinadas las espléndidas
maravillas que legó a un hijo queridísimo.”
3 DE SEPTIEMBRE
“Hay ocasiones en que no comprendo cómo puede amar
a otro hombre, cómo se atreve a amar a otro hombre,
cuando yo la amo con un amor tan perfecto, tan profundo,
tan inmenso; cuando no conozco más que a ella, ni veo
más que a ella, ni pienso más que en ella.”
4 DE SEPTIEMBRE
“Sí, así es. Al mismo tiempo que la naturaleza anuncia la
proximidad del otoño, siento el otoño dentro de mí y en
torno mío. Mis hojas amarillean, y las de los árboles
vecinos se han caído ya. ¿He vuelto a hablarte de un joven
aldeano que conocí cuando vino por primera vez a estos
parajes? He pedido en Wahlheim noticias suyas, y me han
dicho que, habiéndole echado de la casa donde servía,
nadie ha vuelto a saber de él. Ayer le encontré, por
casualidad, camino de otra aldea; le dirigí la palabra, y me
ha contado su historia, que me ha impresionado mucho
como comprenderás fácilmente cuando a mi vez te la
refiera. Pero ¿a qué conducen estos pormenores? ¿No
debía yo guardar para mí lo que me aflige y me angustia?
¿Por qué he de afligirte también? ¿Por qué he de darte sin
cesar ocasión para que te quejes y me riñas? ¡Bah!, acaso
no es mía la culpa, sino de mi estrella.
“Este hombre respondió a mis primeras preguntas con
sombría tristeza, en la que me pareció ver alguna confusión;
pero en breve, como si cayera en la cuenta de con quién
hablaba, y me reconociese, me confesó con franqueza
sus faltas y deploró su desdicha. ¡Que no pueda yo, amigo
mío, recordar una por una sus palabras! Confesaba,
refería (experimentando, al hacer memoria de ello, una
-82-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
especie de alegría y de placer) que su amor hacia su ama
fue aumentando cada vez más hasta el punto de no saber
lo que hacía ni, hablándote en su lenguaje, dónde tenía la
cabeza. No podía beber, comer ni dormir; esto le
martirizaba, y hacía lo que no debía hacer y olvidaba lo
que le habían mandado, parecía que tenía los demonios
en el cuerpo, y por último, un día que ella estaba en una
habitación de un piso alto, lo supo él y la siguió, o más
bien se sintió arrastrado en pos de ella. Rogó inútilmente
y pretendió hacer uso de la fuerza. Ignoraba cómo pudo
llegar a tal extremo y ponía a Dios por testigo de que
siempre había pensado en ella con toda pureza y de que
su más vehemente deseo había sido casarse para pasar la
vida a su lado. Después de platicar un rato de este modo,
titubeó, como aquel a quien aún le falta algo que decir y
que no se atreve a continuar. Al cabo me confesó tímidamente
que ella le solía tolerar ciertas confianzas y le había
concedido algunos ligeros favores. Cortó dos o tres veces
el relato para repetirme que no decía esto “por
despreciarla”; que la quería tanto como antes; que jamás
había hablado con nadie de estas cosas, y que sólo me
las refería para que me convenciese de que él no era un
malvado ni un insensato. Y ahora, amigo mío, vuelvo a
mi eterno estribillo: ¡si yo pudiera pintarte a este muchacho
tal como estaba, tal como todavía le ven mis ojos; si yo
pudiera decirte perfectamente todo para que
comprendieses cómo me interesa, cómo debo interesarme
por él! Basta; conoces lo que me pasa, me conoces y
sabes demasiado bien cuánto me interesan todos los
desdichados, y, sobre todos, este de que te hablo.
“Leo lo escrito, y observo que se me olvidaba referirte el
fin de la historia, que se adivina fácilmente. La viuda se
defendió, llegó su hermano, que hacía mucho tiempo
odiaba al criado y deseaba echarle de la casa, por temor
de que un nuevo matrimonio de la hermana privase a sus
hijos de una herencia que esperaban fundadamente, puesto
que aquélla no tenía sucesión directa; este hermano plantó
al criado en la calle, y armó tan completo escándalo sobre
lo ocurrido, que aunque la viuda hubiera deseado recibir
-83-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
de nuevo al muchacho, no se hubiera atrevido a ello. Dicen
que también ahora está que trina el hermano con otro criado
que tiene la consabida, respecto al cual aseguran que se
casará con ella, cosa que el antiguo está firmemente
resuelto a no sufrir mientras aliente.
“No he exagerado ni embellecido esta historia; hasta puedo
decir que la he contado débil, debilísimamente, y que ha
perdido mucho de su sencillez, porque la he encerrado en
el molde de nuestro lenguaje usual y circunspecto.
“Esta pasión, que encarna tanto amor y tanta fidelidad,
no es una ficción poética; vive, centellea con toda su pureza
en estos hombres que apellidamos incultos y groseros
nosotros, gente civilizada hasta el punto de no ser ya nada.
“Lee esta historia con recogimiento, te lo suplico. Yo,
escribiéndote hoy estas cosas estoy sosegado, ya lo ves:
ni me precipito ni me embrollo, como acostumbro. Lee,
querido Guillermo, y piensa quien que ésta es, además, la
historia de tu amigo. Sí, esto es lo que me ha sucedido,
esto es lo que me sucederá a mí, que no tengo la mitad
del valor y la resolución de este pobre diablo, con el cual
apenas me atrevo a compararme.”
5 DE SEPTIEMBRE
“Carlota escribió una nota a su marido, que estaba en el
campo, donde le retenían los negocios. La esquela
comenzaba así: “Querido, queridísimo amigo: vuelve lo
más pronto que puedas; te espero impaciente... “Uno que
llegó trajo la noticia de que algunas ocupaciones
impedirían a Alberto regresar tan pronto. La carta quedó
sin concluir sobre la mesa, y por la noche vino a dar en
mis manos. La leí y sonreí: Carlota me preguntó la causa.
“La imaginación es una cosa divina—exclamé—, por un
momento me había figurado que este escrito era para mí.
“No contestó nada; creo que le disgustó mi ocurrencia.
Yo guardé silencio.”
-84-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
6 DE SEPTIEMBRE
“Mucho me ha costado resolverme a dejar el frac azul
que llevaba cuando bailé con Carlota por primera vez;
pero ya estaba inservible.
“Me he encargado otro idéntico, con cuello y vuelos
iguales, y una chupa y unos calzones amarillos como los
que tenía. Bien conozco que no es lo mismo llevar uno
que otro; sin embargo..., ¿quién sabe? Me figuro que,
con el tiempo, le tocará al nuevo su turno, y será el
preferido.”
12 DE SEPTIEMBRE
“Habiendo ido Carlota a ver a Alberto, ha estado ausente
algunos días. Hoy, al entrar en su habitación, salió a mi
encuentro y le besé la mano con indecible júbilo.
“Sobre un espejo había un canario que voló a sus
hombros. Cogiéndole entre sus dedos, me dijo: “Es un
nuevo amigo que destino a mis niños. Es muy bonito;
miradle. Cuando le doy pan, divierte ver cómo agita las
alas y picotea. También me besa; vedlo: “acercó su boca
al pajarillo, y éste se plegó tan amorosamente contra sus
dulces labios, como si comprendiese la felicidad que
gozaba.
“”Quiero que también os dé un beso”, dijo ella, acercando
el pájaro a mi boca. Este trasladó su piquito desde los
labios de Carlota a los míos, y sus picotazos eran como
un soplo de celestial felicidad.
“”Sus besos—dijo—no son completamente desinteresados;
busca comida, y cuando no la encuentra en las
caricias que le hacen, se retira descontento” “También
come en mi boca.”, exclamó Carlota, presentándole
algunas migajas de pan en sus labios entreabiertos, sobre
los cuales sonreían con voluptuosidad el placer y el éxtasis
de un amor correspondiente.
-85-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“Volví la cabeza. Ella no debía hacer lo que hacía, ella no
debía inflamar mi imaginación con estos transportes
candorosos de alegría purísima, ni despertar mi corazón
del sueño en que le arrulla la indiferencia que siento por la
vida. ¿Y por qué no? Es que se fía de mí, es que sabe de
qué modo la amo.”
15 DE SEPTIEMBRE
“En verdad, Guillermo, que hay para darse al diablo cuando
se ven personas tan desprovistas de razón y de
sentimientos, que desconocen cuanto tiene valor en este
mundo. Tú recordarás aquellos nogales del presbiterio, a
cuya sombra me sentaba yo con Carlota. ¡Cuánto me
alegraba el corazón la vista de tan magníficos árboles y
cómo embellecían el patio! ¡Cuánta frescura había en su
sombra y cuánta majestad en su follaje! Eran recuerdos
vivos de los respectivos párrocos que, en un tiempo ya
remoto, los habían plantado. El maestro de escuela nos
ha citado muchas veces el nombre de uno de éstos, llevaba
el mismo de su abuelo, y parece que era una persona
dignísima. Por eso, cuando me sentaba debajo de aquellos
nogales, en este recuerdo había algo querido y sagrado
para mí. Ayer deplorábamos que los hayan cortado: el
maestro de escuela lloraba. ¡Cortado! Tengo tal indignación
que sería capaz de matar al miserable que les dio el primer
hachazo.
“Si yo fuera dueño de dos árboles semejantes, me bastaría
ver a uno secarse de viejo para desesperarme. Juzga por
esto lo que me afecta el sacrilegio cometido. ¿De qué
sirve la conciencia a los hombres? Todo el pueblo
murmura, y la mujer del cura actual comprenderá la herida
que ha abierto en los instintos de los buenos aldeanos,
cuando recoja la manteca, los huevos y los demás tributos
voluntarios. Porque ella, la esposa del nuevo párroco (el
que yo conocí ha muerto también) es la autora; ella, criatura
flacucha y enclenque, que hace muy bien en no interesarse
-86-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
por nadie en el mundo, porque nadie comete la sandez de
interesarse por ella, marisabidilla que se atreve a disertar
sobre los cánones de la iglesia y a trabajar para la reforma
crítico-moral del cristianismo, encogiéndose de hombros
ante las ideas de Lavater, mujer, en fin, cuya salud raquítica
no resiste la más inocente diversión. Sólo un bicho así
hubiera sido capaz de cortar los nogales. ¿Comprendes
que las hojas que se caían, sobre ensuciar el patio de esta
señora, lo llenasen de humedad? Además, las ramas
quitaban la luz, y cuando maduraban las nueces los
chiquillos se entretenían en derribarlas a pedradas, lo cual
alborotaba los nervios de la pobrecita, robándole el sosiego
en sus profundas meditaciones, cuando acaso comparaba
y pesaba juntos a Kennikot, Semler y Michaelis. Al
avistarme con la gente de la aldea, después de tan
importante descubrimiento, pregunté, sobre todo a los
viejos, por qué lo habían consentido.
“”¿Y qué creéis—me respondieron—, cuando el alcalde
manda una cosa, ¿quién ha de oponerse?” Hay, sin embargo,
en este asunto un lado cómico. El alcalde y el cura
(porque éste pensaba sacar algún provecho del disparate
cometido por su mujer, que con frecuencia le quema la
sangre) el alcalde y el cura, digo, pensaban repartirse el
fruto de los árboles cortados; pero el administrador de
rentas lo supo y dio con el plan en tierra, haciendo valer
antiguos derechos sobre el patio del presbiterio donde
habían estado los nogales, que fueron vendidos en pública
subasta. En resumen, ya no hay nogales... ¡Oh, si yo fuera
príncipe, ya les diría a la mujer del cura, al alcalde y al
administrador...! ¡Príncipe! ... ¡Ah!, si yo fuera príncipe
¿qué me importarían los árboles de mi país?”
10 DE OCTUBRE
“Me basta ver sus ojos negros para ser feliz. Lo que me
apena es que Alberto no parece tan dichoso como él
esperaba y como él mismo creía. ¡Ah! si yo... No me
gusta emplear reticencias; pero no puedo expresarme de
otro modo..., y me parece que me explico con bastante
-87-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
claridad.”
12 DE OCTUBRE
“Ossián ha desbancado a Homero en mi espíritu. ¡A qué
mundo nos transportan los sublimes cantos de aquel
poeta! ¡Vagar por los matorrales, aspirar el aire de fuego
que columpia en las nubes las sombras del firmamento a
los pálidos rayos de la luna, oír quejarse en la montaña la
voz de trueno del torrente de la selva, y los gemidos de
las plantas medio abrasadas por el viento, confundiéndose
quejas y gemidos con los suspiros de la joven que
agoniza al pie de cuatro piedras cubiertas de musgo, bajo
las cuales reposa el héroe glorioso que fue su amante!
¡Oh!, cuando en aquel desierto contemplo al bardo
encanecido por los años, que busca las huellas de sus
padres y sólo encuentra sus sepulcros, mientras,
sollozando, vuelve la vista hacia la estrella de la tarde,
medio escondida entre el oleaje de una mar tempestuosa;
cuando veo que renace el pasado en el alma del héroe,
que como en los tiempos en que la misma estrella irradiaba
sobre los bravos guerreros exploradores, o la luna ayudaba
con su propia claridad al regreso de sus naves victoriosas,
cuando leo en su frente un profundo dolor, y le veo solo
en el mundo caminando trémulo hacia la tumba,
saboreando una suprema y dolorosa alegría en la aparición
de los fantasmas inmóviles de sus padres; cuando le oigo
gritar, fijos los ojos en la tierra seca y en la hierba doblada
por el viento: “El viajero vendrá; vendrá el que me ha
conocido en mi esplendor, y preguntará dónde está el
bardo, preguntará qué ha sido del hijo de Finga! Y su pie
hollará mi tumba mientras su voz llamará en vano! ...
Entonces, amigo mío, quisiera, como leal escudero, sacar
la espada, y con ella librar a mi príncipe de las angustias
de una vida que es una muerte lenta, hiriéndome después
a mí mismo para enviar mi alma en pos de la del héroe
libertado.”
19 DE OCTUBRE
-88-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“¡Ay de mí! Este vacío, este horrible vacío que siente mi
alma... Muchas veces me digo: “Si pudiera un momento,
uno solo estrecharla contra mi corazón, todo este vacío
se llenaría.”
26 DE OCTUBRE
“Sí, amigo mío, cada día estoy más convencido de que
la vida de una criatura vale bien poco. Ayer estuvo a ver a
Carlota una amiga suya. Entré en una pieza inmediata y
cogí un libro para distraerme; pero no tenía la cabeza
bastante despejada para fijarme en la lectura. Oí que
hablaban en voz baja. Charlaron de cosas indiferentes, de
las novedades que ocurrían en el pueblo, de que tal persona
se había casado y tal otra se hallaba enferma, muy
enferma. “Tiene una tos seca—dijo la amiga—, las mejillas
hundidas, la cara más larga. No daría yo un ochavo por
su vida.” “M. N.—dijo Carlota— está también bastante
echado a perder.” “Es verdad—repitió la otra—; tiene el
cuerpo hinchado de una manera que asusta.”
“Así platicaban tranquilamente, mientras yo me
transportaba con la imaginación al lado de estos
desdichados y veía con cuánta ansiedad sentían escapárseles
la vida, y cómo se asían a la más débil
esperanza. Después de todo, Guillermo, estas jóvenes
hablaban del asunto como habla todo el mundo cuando
se trata de la muerte de un extraño. Yo paseando mi vista
en torno mío, viendo echados acá y allá los vestidos de
Carlota, y los papeles de Alberto sobre estos muebles
que han llagado a serme familiares hasta el punto de notar
la menor alteración, me decía a mí mismo: “Puede
asegurarse que en esta casa eres todo para todos; tus
amigos te honran, tú contribuyes a su alegría, y parece
que no podríais vivir los unos sin los otros. No obstante,
si tú te alejases de su lado, sentirían... ¿cuánto tiempo
sentirían el vacío que tu pérdida dejaría en sus existencias?
¡Ah!, el hombre es tan versátil por naturaleza, que, aun
donde tenga seguridad de ser apreciado en algo, aun allí
donde pueda dejar un recuerdo profundo de su existencia
-89-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
o de su paso en la memoria y en el alma de los que le son
queridos, aun allí debe extinguirse y desaparecer; y esto,
¡ay!, demasiado pronto.”
27 DE OCTUBRE
“Es cosa de arañarse y romperse la cabeza considerar lo
poco que valemos unos para otros. ¡Ay de mí! Nadie me
dará el amor, la alegría, el goce de las felicidades que no
siento dentro de mí. Y aunque no tuviera el alma llena de
la más dulces sensaciones, no sabría hacer dichoso a quien
en la suya careciese de todo.”
27 DE OCTUBRE POR LA NOCHE
“¡Siento tantas cosas..., y mi pasión por ella lo devora
todo! ¡Tantas cosas! . . . ¡Y sin ella todo se reduce a
nada!”
30 DE OCTUBRE
“Más de cien veces he estado a punto de arrojarme a su
cuello. Sólo Dios sabe cuánto me cuesta mirar y remirar
tantos encantos, sin atreverme a extender mis manos hacia
ella. Apoderarse de lo que se ofrece a nuestra vista y nos
embelesa, ¿no es un instinto propio de la humanidad? ¿No
se esfuerza el niño por coger cuanto le gusta? Y yo..?”
3 DE NOVIEMBRE
“Sólo Dios sabe cuántas veces me he dormido con el
deseo y la esperanza de no despertar jamás. Y al día
siguiente abro los ojos, vuelvo a ver la luz del sol y siento
de nuevo el peso de mi existencia.
“¡Ah! ¿Por qué no soy uno de esos maniquíes que se
amoldan a todo, a todo, menos a sí mismos? Entonces,
al menos, el insoportable fondo de mi desolación no
pesaría sobre mí más que a medias. Por desgracia,
comprendo que la culpa es únicamente mía. ¡La culpa!
-90-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
No. Bastante es ya que lleve en mí la fuente de todos los
dolores, como hace poco llevaba el manantial de todos
mis placeres. ¿No soy siempre aquel hombre que otras
veces se deleitaba con los más puros goces de una
exquisita sensibilidad que a cada paso creía descubrir un
paraíso, y cuyo corazón abierto a un amor sin límites, era
capaz de abrazar el mundo entero? Este corazón está ahora
muerto, cerrado a todas las sensaciones; mis ojos están
secos, y mis acerbos dolores, que no tienen desahogo,
llenan de prematuras arrugas mi frente. ¡Cuánto sufro! He
perdido ese don del cielo, que por sí solo embellece mi
vida, esa fuerza vivificante que hacía crear mundos a mi
dolor. Cuando desde mi ventana contemplo el horizonte
y tras la cumbre de las colinas el sol disipa las brumas
matinales y desliza sus primeros rayos hasta el fondo de
los valles, mientras el sosegado río corre mansamente hacia
mí, serpenteando entre los viejos troncos de los sauces
desnudos; este admirable cuadro, ahora inanimado y frío
como una estampa de color, este espléndido espectáculo
que otras veces ha hecho desbordarse mi corazón, no
derrama ahora en él ni una sola gota de entusiasmo o de
contento. Allí está el hombre, inmóvil, árido, frente a su
Dios, siendo un pozo vacío, una cisterna cuyas piedras
se han roto con la sequía. Muchas veces me he arrodillado
para pedir lágrimas al Señor, como el labrador implora la
lluvia cuando ve sobre su cabeza un cielo cobrizo y a sus
pies la tierra muriéndose de sed. Pero, ¡ay!, Dios no concede
la lluvia ni el sol a nuestros ruegos importunos. ¿Por
qué aquel tiempo, cuyo recuerdo me mata, era para mí
tan dichoso? Porque entonces yo esperaba, confiado en
que el cielo no me olvidaría, y recogía las delicias con
que me embriagaba un corazón lleno de reconocimiento.”
8 DE NOVIEMBRE
“Carlota ha censurado mis excesos... ¡pero con qué tierno
interés! ¡Mis excesos! Porque después de apurar un vaso
de vino, sigo algunas veces bebiendo hasta consumir una
botella.
-91-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“”No volváis a hacer eso—me dijo—; pensad en Carlota.”
“”¡Pensar!—exclamé. ¿Qué necesidad tenéis de
recordármelo, puesto que, piense o no piense, siempre
estáis presente en mi alma? Hoy me senté en el mismo
sitio donde en otro tiempo os bajasteis del coche.”
“Cambió la conversación para impedirme que hablase del
asunto.
“Amigo mío, aquí me tienes en un estado tal, que esta
mujer hace de mí cuanto quiere.”
15 DE NOVIEMBRE
“Te doy las gracias, Guillermo, por el tierno interés que
me manifiestas y por los buenos consejos que me das;
pero te ruego que no te alarmes, que me dejes arrostrar la
crisis. A pesar de mi abatimiento, me siento aún con
bastantes fuerzas para llegar hasta el fin. Respeto la religión,
bien lo sabes: para el que desmaya es un apoyo; para el
que se siente devorado por la sed es un bálsamo vivificante.
Pero ¿puede ni debe dar a todos la salud? ¿A cuántos ha
dejado de dársela, y a cuántos no se la dará jamás,
conózcanla o no la conozcan? Y a mí, ¿me salvará? ¿El
mismo hijo de Dios no ha dicho que sólo estarán con él
los que su padre le dé? ¿Y si su padre quiere reservarme
para sí, como presiente mi corazón . . .?
“No interpretes mal mis palabras ni veas, en lo que es una
idea sencilla, la menor intención de mofarse, te lo suplico.
Te hablo con el corazón en la mano. A no ser así, preferiría
callarme, porque no me gusta perder el tiempo diciendo
palabras vanas sobre materias de que los demás entienden
tan poco como yo. ¿Qué otra misión puede tener el hombre
más que la de llenar todo el camino con sus dolores,
y apurar su cáliz hasta las heces? Y puesto que este cáliz
fue amargo al mismo Dios del cielo cuando lo acercó a
sus labios de hombre, ¿por qué he de fingir yo una fuerza
-92-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
sobrehumana haciendo creer que lo encuentro dulce y
agradable? ¿Por qué no he de confesar mi angustia en
este momento en que mi ser tiembla y fluctúa entre la vida
y la muerte, en que el pasado se proyecta como un
relámpago en el sombrío abismo del porvenir, en que todo
lo que me rodea se desploma y en que el mundo parece
acabarse conmigo? ¿No reconoces la voz de la criatura
extenuada, desfallecida, que se hunde sin remedio, y a
pesar de su inútil lucha, gritando con amargura: “¡Dios
mío, Dios mio! ¿Por qué me has abandonado? ¿Y ha de
darme vergüenza esta exclamación. y he de temer que
llegue el momento en que se escape de mi boca, cuando
se escapó de la vida de aquel que, hijo de los cielos, se ha
envuelto en ellos como un sudario?”
21 DE NOVIEMBRE
“Carlota no ve ni conoce que prepara por sí misma un
veneno mortal para los dos, y yo llevo con voluptuosidad
la copa fatal que ella me presenta. ¿Qué significa el aire de
bondad con que frecuentemente me mira?
¡Frecuentemente! No, algunas veces. ; Por qué muestra
complacencia al notar el efecto que su vista me produce a
despecho mío? ¿Qué causa reconoce la compasión que
revela en sus ojos?
“Ayer, cuando me retiraba, me dio la mano diciéndome:
“Buenas noches, querido Werther.” ¡Querido Werther! Es
la primera vez que me ha llamado así, y hasta en lo más
hondo de mi alma he sentido una dicha inefable. Más de
cien veces he repetido estas palabras, y por la noche, al
acostarme, hablando conmigo mismo, exclamé, sin darme
cuenta de ello: “¡Buenas noches, querido Werther!” No
he podido menos de reírme de semejante puerilidad.”
22 DE NOVIEMBRE
“Al dirigir mis ruegos a Dios, no puedo decir:
“¡Conservádmela!” Y, sin embargo, hay momentos en que
creo que me pertenece. Tampoco puedo decir:
-93-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“¡Dádmela!”, porque pertenece a otro. Así es como me
agito sin cesar sobre mi lecho de dolores. Basta; no sé
adónde iría a parar si continuase.”
24 DE NOVIEMBRE
“No ignora Carlota lo que sufro. Su mirada ha penetrado
hoy hasta lo más profundo de mi corazón. La encontré
sola: yo no despegaba mis labios, y ella me miraba
fijamente. Absorto ante aquella mirada sublime, llena de
afectuoso interés y dula compasión, no veía en aquel
momento su seductora belleza ni la aureola de inteligencia
que ilumina su frente. ¿Por qué no me arrojé a sus pies o
la estreché en mis brazos cubriéndola de besos? Se puso
al piano: a sus armoniosos acordes unió su dulce y
melodiosa voz. No he visto nunca más adorables sus
labios; parecía que se entreabrían lánguidamente para
aspirar los dulces sonidos del instrumento, y exhalarlos
de nuevo, suavizados por su hálito. ¡Ah, si yo pudiera
hacer que compartieses conmigo lo que entonces sentí!
Incliné la cabeza, desfallecido, y me juré no atreverme
jamás a imprimir un beso en aquella boca..., en aquella
boca donde revoloteaban los celestiales serafines. Y, sin
embargo, yo quiero... No; hay una barrera inaccesible que
la separa de mi alma. ¡Destruir esta pureza! .... Y luego, el
castigo siguiendo al pecado... ¡Un pecado!...
26 DE NOVIEMBRE
“Suelo decirme a mí mismo: Tu destino no tiene igual:
comparados contigo, los demás hombres son felices;
porque jamás mortal alguno se vio atormentado como tú.
“Entonces leo a cualquier poeta antiguo y me parece que
es el libro mi propio corazón. ¡Qué! ¿Aún me queda tanto
que sufrir? ¿Y antes que yo ha habido hombres tan
desgraciados?”
30 DE NOVIEMBRE
“Nunca, nunca podrá tranquilizarse mi espíritu. Por
-94-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
dondequiera que voy encuentro algo que me pone fuera
de mí. Hoy mismo..., ¡Oh destino!, ¡oh pobre
humanidad...! Me había ido a pasear a la orilla del río, a la
hora de comer, porque no tenía ningún apetito. No había
nadie. El oeste frío y húmedo soplaba de la montaña;
algunas nubes grises rodeaban el valle. A larga distancia
distinguí un hombre mal vestido que andaba encorvado
entre las rocas, como si buscase algo. Me acerqué a él, y
al ruido de mis pasos se volvió. Tenía una fisonomía
interesante, con cierta expresión de tristeza que revelaba
un corazón honrado. Sus negros cabellos le caían en bucles
sobre la frente, y los de atrás descendían hasta la espalda,
formando una apretada trenza. Como su traje indicaba
que era un hombre del pueblo, creí que no se disgustaría
porque me ocupase de él, y le pregunté qué hacía.
“Dando un profundo suspiro, me contestó: “Busco flores
y no las encuentro.” “Lo creo—repuse sonriendo—; ahora
no es tiempo de flores.” “Hay muchas—añadió,
acercándose a mí—. En mi jardín tengo rosas y dos
especies de madreselvas... Una me la regaló mi padre;
ésta crece con la rapidez que los hierbajos, y, sin embargo,
hace dos días que busco una y no la encuentro.
También aquí hay flores en todo tiempo: las hay amarillas,
azules, rojas... y hay centenares que son unas florecillas
muy lindas. Pues en vano las busco, no encuentro una
siquiera.”
“Yo notaba en sus palabras y en su aire un no sé qué
zahareño y feroz, y mañosamente le pregunté para qué
quería las flores. Una sonrisa extraña y convulsiva contrajo
su semblante. “Si me prometéis no hacerme traición—
dijo, poniéndose un dedo sobre la boca—, os diré que he
ofrecido un ramo a mi novia.” “Bien, muy bien”, repliqué.
“¡Oh!, ella tiene muchas cosas buenas...; es rica.” “Y,
aun así, hace caso de vuestro ramo.” “Tiene diamantes...
y una corona...” “Pues ¿quién es? ¿Cómo se llama?” Sin
responder a esta pregunta, añadió: “Si el gobierno quisiera
pagarme, yo sería otro hombre. Sí; hubo un tiempo en
que yo estaba bien; pero hoy.... todo ha concluido. Ya no
-95-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
soy nada...” Sus ojos, preñados de lágrimas, se fijaron en
el cielo con viva expresión. “¿Eras feliz entonces?”, le
pregunté. “¡Ah ojalá lo fuera ahora lo mismo! Sí; contento,
alegre, dichoso, vivía en un verdadero paraíso.” “¡Enrique!”,
exclamó en aquel instante una anciana que se
aproximaba a nosotros, ¿dónde te metes? Ando
buscándote por todas partes. Vamos, ven a comer.” “¿Es
hijo vuestro?”, le pregunté adelantándome hacia ella. “Sí,
señor, es mi pobre hijo. Dios me ha dado una cruz bastante
pesada.” “¿Hace mucho tiempo que está así?” “A Dios
gracias, hace ya seis meses que ha recobrado la
tranquilidad. Pero antes durante un año, ha estado furioso
y fue preciso encerrarle en una casa de salud. Ahora no
hace mal a nadie; pero siempre está soñando con reyes y
emperadores . ¡Era tan bueno y tan cariñoso! Me ayudaba
a vivir con el producto de su trabajo, porque tenía una
letra preciosa... De repente dio en estar caviloso; cayó
enfermo con una fiebre devoradora, y ahora... ya veis el
estado en que se encuentra. Si el señor quiere que le
cuente...” Interrumpí este flujo de palabras para preguntarle
a qué época se refería su hijo, cuando decía que había
sido muy dichoso. “¡Ah, señor! El pobre alude al tiempo
en que estaba completamente loco: al que pasó en el hospital,
cuando no tenía conciencia de sí mismo. No cesa
de recordar aquellos días...” Estas palabras me hirieron
como un rayo. Puse una moneda de plata en las manos de
la anciana y me alejé casi corriendo.
“Entonces eras feliz—pensaba yo, caminando rápidamente
hacia el pueblo. ¡Entonces vivías alegre en un verdadero
paraíso! Pero, señor, ¿estará escrito en el destino del
hombre que sólo puede ser feliz antes de tener razón o
después de haberla perdido? ¡Pobre insensato! Envidio
tu locura, envidio el laberinto mental en que te pierdes. Tú
sales lleno de esperanza a coger flores para tu reina en
medio del invierno, y te desesperas porque no les
encuentras, y no comprendes la causa de que no las
encuentres... Pero yo..., yo salgo sin esperanza, sin objeto,
y vuelvo a entrar en mi casa como salgo. Tú sueñas en lo
que serías si el gobierno te pagase ¡feliz criatura que sólo
-96-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
en un obstáculo material hallas tu desgracia, que no sabes
que en el extravío de tu cerebro, en el desorden de tu
espíritu estriba tu daño, del que todos los reyes de la
tierra no podrían librarte! ¿Puede morir desesperado el
que se ríe de los enfermos que, en su opinión, agravan
sus enfermedades y aceleran su fin yendo lejos a buscar
la salud en aguas minerales maravillosas? ¿Puede morir
desesperado el que insulta a la pobre criatura, cuya alma
oprimida hace voto de visitar el santo sepulcro, para
librarse de sus remordimientos y calmar sus escrúpulos y
cuitas? Cada paso que dé sobre la tierra dura e inculta por
ásperos senderos que desgarran los pies, es una gota de
bálsamo echado sobre la herida de su alma, y después de
la jornada de cada día, se acuesta con el corazón aliviado
de una parte del fondo que le agobiaba. ¿Y os atrevéis a
llamar esto necia preocupación, vosotros, charlatanes
felices?... ¡Preocupación!... Dios mío, tú ves mis lágrimas.
¿Cómo al crear el hombre tan pequeño, le das hermanos
que hasta le despojan en sus amarguras, robándole la
confianza que ha puesto en ti, en ti, que nos amas
infinitamente? Porque la fe en la virtud de una planta medicinal,
o en el agua que destila la vid después de podada,
¿qué es si no es fe en ti, que al lado del mal has puesto el
remedio y el consuelo que tanto necesitamos?
“¡Oh padre que no conozco! ¡Padre que otras veces has
llenado toda mi alma, y que ahora te apartas de mí, llámame
pronto a tu lado! No guardes silencio más tiempo, porque
tu silencio no detendrá a mi alma impaciente. Y si entre
los hombres no podría enojarse un padre porque su hijo
volviese a su lado antes de la hora marcada, y se arrojase
en sus brazos exclamando: “Héme aquí de regreso, padre
mío; no os incomodéis porque haya interrumpido el
viaje que me habéis mandado terminar; el mundo es igual
por todas partes; tras el dolor y el trabajo, la recompensa
y el placer... ¿Qué me importa? Yo no estaré bien más que
donde vos estéis; en vuestra presencia es donde yo quiero
gozar y padecer... Tú, padre celestial y misericordioso,
¿podrías rechazarme?”
-97-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
1 DE DICIEMBRE
“¡Oh Guillermo! Ese hombre de que te he hablado, ese
desdichado feliz, tenía un empleo en casa del padre de
Carlota, y una desgraciada pasión que concibió por ella...,
¡por ella!, pasión que ocultó largo tiempo y que al fin
descubrió, le hizo perder su destino. Éste ha sido el origen
de su locura. Estas pocas palabras, llenas de sequedad,
pueden hacerte comprender lo que esta historia me habrá
trastornado, cuando Alberto me la refirió con tanta frialdad
como acaso vas tú a leerla.”
4 DE DICIEMBRE
“Te suplico que tengas piedad de mí, porque es un hecho
que no podré soportar más tiempo mi situación.
“Hoy estaba sentado cerca de ella, que tocaba diferentes
melodías en su clavicémbalo, con una expresión.... ¡con
una expresión!... ¿Cómo podría pintártela? La más
pequeña de sus hermanas jugaba con sus muñecas sobre
mis rodillas. De pronto se me saltaron las lágrimas y bajé
la cabeza; vi entonces en su dedo el anillo de boda, y mi
llanto corrió con más abundancia. En aquel mismo instante
comenzaba a tocar aquella antigua melodía que tanto me
impresionaba, y mi corazón sintió una especie de consuelo,
recordando el tiempo en que aquella música había herido
agradablemente mis oídos; tiempo de felicidad en que las
penas eran pocas, horas de esperanza que pronto huyeron.
Me levanté y empecé a pasearme por la habitación sin
orden ni concierto. Me ahogaba.
“”¡Basta—exclamé—, basta, por Dios!” Carlota se detuvo
y clavó en mí una mirada investigadora.
“”Werther—dijo, muy malo debéis estar, cuando vuestra
música favorita os desagrada de ese modo. Retiraos, y
haced por recobrar la calma.”
“Me separé de ella y... ¡Dios mío!, tú que ves mis
sufrimientos, debes ponerles fin.”
-98-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
6 DE DICIEMBRE
“Su imagen me persigue: duerma o vele, ella sola llena
toda mi alma. Cuando cierro los párpados, en el cerebro
donde se encuentra la potencia de la vista, dispongo
claramente sus ojos negros. Es imposible que te explique
esto. Me duermo, y los veo también: siempre están allí,
siempre fascinadores como el abismo. Todo mi ser, todo,
está absorbido por ellos. ¿Qué es pues, el hombre, ese
semidios tan ensalzado? ¿No le faltan las fuerzas cuando
más las necesita? Y cuando bate sus alas en el cielo de los
placeres, lo mismo que cuando se sumerge en la
desesperación, ¿no se ve siempre detenido y condenado
a convencerse de que es débil y pequeño, él, que esperaba
perderse en lo infinito?”
-99-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
EL EDITOR AL LECTOR
¡CUÁNTO hubiera deseado tener, respecto a los últimos
días de nuestro desgraciado amigo, suficientes pormenores
escritos de su propia mano, para no verme en la necesidad
de intercalar relatos en la continuación de las cartas que él
nos ha dejado!
He puesto empeño en recoger los más exactos detalles de
las personas que debían estar mejor informadas, y estos
detalles tienen todos un carácter uniforme. Las narraciones
convienen hasta en las menores circunstancias. Unicamente
en la manera de juzgar los sentimientos de los personajes
difieren algo tanto los pareceres.
Sólo nos resta, pues, referir con fidelidad lo que nuestras
averiguaciones nos han hecho conocer, añadiendo a esto
las cartas o fragmentos de cartas que ha dejado aquel que
ya no existe.
No se debe despreciar el menor documento auténtico,
teniendo en cuenta lo difícil que es profundizar y conocer
los verdaderos motivos, los móviles secretos de una
acción, por insignificante que sea, cuando emana de un
individuo que sale de la esfera vulgar.
El desaliento y el pesar habían echado profundas raíces
en el alma de Werther, y poco a poco habían ido
apoderándose de todo su ser. La armonía de sus facultades
se había destruido por completo. El ciego y febril arrebato
que las trastornaba causó en él los más fuertes estragos,
concluyendo por sumirse en un triste abatimiento, más
penoso aún de soportar que los males con que había
luchado hasta entonces.
Las angustias de su corazón agotaron las fuerzas que le
quedaban. Su viveza y su sagacidad se extinguieron. Cada
vez se mostraba más sombrío e insociable, y, a medida
que iba siendo más desgraciado, se volvía más injusto.
Así, al menos, lo aseguran los amigos de Alberto, los
cuales dicen que Werther no había sabido apreciar a aquel
-100-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
hombre de corazón recto que, gozando al fin de una dicha
largo tiempo deseada, sólo pensaba en afianzar el porvenir
de su felicidad. ¿Como había de comprender
semejante anhelo quien disipaba y entregaba al azar los
tesoros de su alma, sin reservarse para lo sucesivo más
que privaciones y sufrimientos?
Afirman también que Alberto no había podido cambiar
en tan poco tiempo, que era siempre el mismo hombre
tan ponderado y estimado por Werther cuando empezaron
a conocerse. Amaba a Carlota sobre todo en el mundo,
estaba orgulloso de ella, y deseaba verla admirada por
cuantos se le acercaban como la más perfecta criatura.
¿Podía vituperársele porque tratara de alejar de ella la
sombra de una sospecha o porque rehusara ceder en lo
más mínimo la posesión de tan preciado bien? Confiesan,
ciertamente, que Alberto abandonaba con frecuencia la
habitación de su mujer cuando Werther se presentaba en
ella; pero no era, según dicen, ni por odio ni por indiferencia
hacia su amigo, sino únicamente porque había notado el
pesar secreto que su presencia ocasionaba a Werther.
Un día, hallándose enfermo el padre de Carlota y habiendo
tenido necesidad de guardar cama, mandó el coche en
busca de su hija. Era una hermosa mañana de invierno.
Las primeras nieves habían caído en abundancia y el
campo estaba cubierto de blanca alfombra.
Werther se puso en camino al día siguiente para ir a reunirse
con Carlota y acompañarla a su casa si Alberto no iba
por ella.
El aire fresco y puro de la mañana hizo poca impresión en
su ánimo. Un peso enorme oprimía su pecho; su espíritu
se hallaba atormentado por las más tristes imágenes, y de
sus ideas le hacía vagar entre crueles reflexiones. Como
vivía en un perpetuo hastío de sí mismo, la situación de
los demás le parecía tan violenta y agitada como la suya.
Se imaginaba haber turbado la buena armonía de Alberto
y Carlota, y se dirigía con este motivo los más severos
-101-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
reproches, mezclados de sorda indignación contra el
marido. Durante el camino sus pensamientos tomaron este
rumbo: “¡Ah!—se decía apretando los dientes con furor—,
ya está rota esa unión tan íntima, tan cordial, tan
espontánea. ¿Qué ha sido de aquel tierno interés, de aquella
confianza tranquila que parecía inalterable? Hoy ya no es
sino hastío e indiferencia. El menor asunto interesa a ese
hombre más que su mujer, ¡una mujer tan adorable! Pero
¿sabe él acaso apreciarla? ¿Sospecha ni remotamente lo
que vale? ¡Y ella le pertenece, es suya!... ¡Oh!, bien lo sé.
Debía haberme acostumbrado ya a esta idea, y, sin embargo,
me desespera y acabará por matarme. Y la amistad
que Alberto me había prometido, ¿qué se ha hecho
de ella? ¿No ve en mi adhesión a Carlota un ataque a sus
derechos y en mis atenciones y cuidados, una embozada
censura? Lo conozco y lo siento; me ve con disgusto;
quisiera tenerme muy lejos de aquí: mi presencia es un
peso para él.”
Razonando así, tan pronto aceleraba su marcha como la
detenía. Algunas veces parecía querer volverse atrás; pero
de nuevo emprendía el camino, sumido siempre en
sombrías reflexiones que sólo se adivinaban por algunas
palabras entrecortadas que salían de sus labios. De este
modo llegó a la casa sin darse apenas cuenta de ello. Entró
preguntando por el juez y por Carlota, y encontró a toda
la gente en conmoción. El mayor de los hermanos de
Carlota le hizo saber que había sucedido una desgracia
en Wahlheim: un aldeano había sido asesinado. Esta noticia
no hizo en él mayor impresión, y se dirigió a la sala
inmediata, donde halló a Carlota esforzándose por retener
a su padre, quien enfermo y todo como estaba, quería
marchar en seguida al lugar del crimen, para instruir las
primeras diligencias sobre aquel crimen, cuyo autor era
aún desconocido. Se había encontrado el cadáver por la
mañana muy temprano delante de la puerta de un cortijo y
las sospechas recaían ya en alguno. La víctima había
estado al servicio de una viuda, que poco antes despidió
a otro criado con motivo de un grave disgusto.
-102-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
Cuando Werther supo estas circunstancias, se levantó de
repente exclamando:
—¿Es posible? Se impone que vaya yo sin perder un
momento.
Se dirigió a Walheim, convencido, luego que reunió todos
sus recuerdos, de que el autor del crimen era aquel joven
a quien él había hablado tantas veces y que le había
inspirado grandes simpatías. Como era indispensable
pasar por los tilos para llegar al figón donde habían
depositado el cadáver, no pudo menos de experimentar
cierta turbación a la vista de aquellos lugares que en otro
tiempo le fueron tan queridos. El umbral de la puerta donde
los chicos acudían a jugar frecuentemente estaba lleno de
sangre. Así el amor y la fidelidad sentimientos los más
bellos del hombre habían degenerado en violencia y
asesinato. Parecía que para armonizar con este
pensamiento, los corpulentos árboles, despojados de
follaje, se habían cubierto de escarcha; el seto vivo que
rodeaba las tapias del cementerio había perdido su
hermoso color verde y dejaba ver, a través de anchos
portillos, las piedras de los sepulcros llenas de nieve.
Al aparecer Werther en el figón, adonde había acudido
todo el pueblo, se dejó oír un grave murmullo.
A lo lejos se distinguía un pelotón de hombres armados,
y todos comprendieron que traían al asesino.
No bien dirigió Werther una mirada sobre el preso, se
disiparon sus dudas.
Si, era él; era aquel criado tan enamorado de su ama, a
quien pocos días antes había visto presa de negra
melancolía y luchando contra una secreta desesperación.
—¿Qué has hecho, desgraciado?—le preguntó al
acercarse.
-103-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
El preso miró a Werther sin despegar sus labios luego
dijo fríamente:
—Ella no será de nadie, ni nadie será de ella.
Condujeron al asesino a presencia de su víctima y Werther
se alejó precipitadamente. La extraña y violenta emoción
que acababa de experimentar había trastornado su seso;
se sintió arrancado de su melancólica apatía por el irresistible
interés que le inspiraba aquel joven y por un deseo
ardiente de salvarle. Comprendía tan bien la desesperación
que le había impulsado al crimen; le encontraba tantas
disculpas y se penetraba tan profundamente de la situación
de aquel infortunado, que se creía capaz de hacer participar
de sus sentimientos a todo el mundo.
Ardía ya en deseos de defender a voz en grito al acusado,
el discurso más elocuente pugnaba ya por brotar de sus
labios. Corrió a casa del juez, ordenando mentalmente los
apasionados argumentos con que pensaba inclinar su ánimo
en favor del prisionero.
Al entrar en el salón encontró a Alberto, cuya presencia le
desconcertó por un instante; pero bien pronto se repuso,
y dirigiéndose al juez, le manifestó su opinión sobre aquel
trágico suceso, con la convicción de que se sentía
animado.
El juez movió varias veces la cabeza durante el relato y,
aunque Werther hizo uso de toda la energía, todo el arte
persuasivo que un hombre puede emplear en defensa de
un semejante, el magistrado. como era lógico, no dio
señales de sensibilidad ni vacilación. Sin dejar concluir a
nuestro amigo, refutó con brío sus doctrinas y le censuró
por mostrarse tan decididamente protector de un criminal.
Le demostró que, con tal sistema, todas las leyes
serian fáciles de eludir y la seguridad pública se vería
comprometida constantemente. Añadió que, en un asunto
de tal gravedad, no podía intervenir del modo que lo hacía
sin incurrir en una gran responsabilidad, y que era preciso
-104-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
que el proceso siguiera su curso ordinario.
Werther sin embargo, no se desanimó, y suplicó al juez
que consintiese en hacer la vista gorda respecto a la evasión
del prisionero; pero también sobre este punto fue inflexible
el magistrado.
Alberto, que hasta entonces había permanecido silencioso
tomó parte en la discusión para apoyar lo dicho por el
juez. Werther, en vista de esto, enmudeció y se alejó con
el corazón traspasado de amargura mientras el juez repetía:
—No, no; nada puede salvarle.
No es difícil calcular la impresión que estas palabras
hicieron en el ánimo de Werther, conociendo algunas frases
escritas, sin duda, aquel mismo día que hemos encontrado
entre sus papeles.
“¡No es posible salvarte, desgraciado! No; bien veo que
nada puede salvarnos.”
Lo que Alberto había dicho del criminal en presencia del
juez, causó a Werther extraordinaria extrañeza. Creyó
descubrir en sus palabras una alusión a él y sus
sentimientos, y, por más que algunas maduras reflexiones
le hicieron comprender que aquellos dos hombres podían
tener razón, se resistía a abandonar su proyecto y sus
ideas.
Entre sus papeles hemos encontrado otra nota que se
refiere a esta circunstancia y expresa tal vez sus verdaderos
sentimientos para Alberto:
“¿De qué sirve decirme y repetirme: es bueno y honrado?
¡Ah! Cuando así se me desgarra el corazón, ¿puedo yo
ser justo?”
-105-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
***
La tarde era apacible y el tiempo propendía al deshielo.
Carlota y Alberto se volvieron a pie. De vez en cuando
volvía ella la cabeza, como echando de menos la compañía
de Werther. Alberto hizo recaer la conversación en su amigo
y le censuró con justicia. Habló de su desgraciada pasión,
y dijo que había debido alejarse por su propio interés.
—Yo lo deseo también por nosotros—añadió—, Y te
ruego, Carlota, que trates de dar otro giro a sus ideas y
sus relaciones contigo, diciéndole que escasee sus visitas.
La gente empieza ya a ocuparse de esto, y yo sé que
somos objeto de juicios poco caritativos.
Carlota guardó silencio, y Alberto creyó comprender el
motivo de ésta reserva. Desde aquel momento no volvió
a hablar de Werther: si ella, por casualidad o
intencionadamente, pronunciaba el nombre de su amigo,
él mudaba o interrumpía la conversación. La vana tentativa
de Werther para salvar al infeliz aldeano, fue como el último
resplandor de una llama moribunda. Cayó en un
abatimiento cada vez más profundo, y una desesperación
mansa se apoderó de él cuando supo que quizá le llamarían
para declarar contra el asesino, que procuraba defenderse
negando su crimen. Todo lo que había sufrido hasta
entonces en el transcurso de su vida activa, sus disgustos
en casa del embajador, sus proyectos frustrados, todo,
en fin, lo que le había herido o contrariado, acudía en
tropel a su memoria y le agitaba terriblemente. Creyéndose
condenado a la inacción por tan repetidas contrariedades,
todo lo veía cerrado a su paso y se sentía incapaz de
soportar la vida.
Así, pues, encerrado perpetuamente en sí mismo,
consagrado a la idea fija de una sola pasión, perdido en
un laberinto sin salida por sus relaciones diarias con la
mujer adorada cuyo reposo turbaba, agotando inútilmente
sus fuerzas y debilitándose sin esperanza, se iba
familiarizando cada vez más con el horrible proyecto que
-106-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
bien pronto debía realizar
Insertaremos aquí algunas cartas que dejó y que dan exacta
idea de su turbación, de su delirio de sus crueles angustias,
de sus luchas supremas y del desprecio que sentía por la
vida:
12 DE DICIEMBRE
“Querido Guillermo: Me encuentro en un estado que debe
parecerse al de los que antiguamente se creían poseídos
del espíritu maligno. No es el pesar, no es tampoco un
deseo ardiente, sino una rabia sorda y sin nombre lo que
me desgarra el pecho, me anuda la garganta y me sofoca.
Sufro, quisiera huir de mí mismo, y paso las noches vagando
por los parajes desiertos y sombríos de que abunda
esta estación enemiga.
“Anoche salí. Sobrevino súbitamente el deshielo y supe
que el río se había salido de madre, que todos los arroyos
de Welhein corrían desbordados y que la inundación
era completa en mi querido valle. Me dirigí a él cuando
rayaba la medianoche, y presencié un espectáculo
aterrador. Desde la cumbre de una roca vi a la claridad de
la luna revolverse los torrentes por los campos, por las
praderas y entre los vallados, devorándolo y sumergiéndolo
todo; vi desaparecer el valle; vi en su lugar un mar rugiente
y espumoso, azotado por el soplo de los huracanes.
Después, profundas tinieblas; después la luna, que aparecía
de nuevo para arrojar una siniestra claridad sobre aquel
soberbio e imponente cuadro. Las olas rodaban con estrépito...,
venían a estrellarse a mis pies violentamente...
Un extraño temblor y una tentación inexplicable se
apoderaron de mí. Me encontraba allí con los brazos
extendidos hacia el abismo, acariciando la idea de arrojarme
en él. Sí, arrojarme y sepultar conmigo en su fondo mis
dolores y sufrimientos. Pero ¡ay qué desgraciado soy!
No tuve fuerzas para concluir de una vez con mis males,
mi hora no ha llegado todavía, lo conozco. ¡Ah, Guillermo!
-107-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
¡Con qué placer hubiera dado esta pobre vida humana
para confundirme con el huracán, rasgar con él los mares
y agitar sus olas! ¡Ah!, ¿no alcanzaremos nunca esta dicha
los que nos consumimos en nuestra prisión? ¡Qué tristeza
se apoderó de mí cuando mis ojos se fijaron en el sitio
donde había descansado con Carlota bajo un sauce
después de un largo rato de paseo! También allí había
llegado la inundación, y a duras penas pude distinguir la
copa del sauce. Pensé entonces en la casa del juez en sus
prados... El torrente debía de haber arrancado también
nuestros pabellones y destruido nuestros lechos de césped.
Un luminoso rayo del pasado brilló ante mi alma, como
brilla en los sueños de un cautivo una ola de luz que le
finge praderas ganado o grandezas de la vida. Yo estaba
allí de pie... ¡Ah! ¿Es que me falta valor para morir? Yo
debía... Y, sin embargo, heme aquí como una pobre vieja
que recoge del suelo sus andrajos y va de puerta en puerta
pidiendo pan para sostener y prolongar un instante más
su miserable vida.”
14 DE DICIEMBRE
“¿Qué es esto, amigo mío? Estoy asustado de mí mismo.
El amor que ella me inspira, ¿no es el más puro, el más
santo y el más fraternal de los amores? ¿He abrigado nunca
en lo más recóndito de mi alma un deseo culpable? ¡Ah;
no me atrevería a asegurarlo. ¡Si ahora mismo sueño!
¡Cuánta razón tienen los que dicen que somos juguetes
de fuerzas misteriosas!
“Anoche..., temo decirlo..., la tenía entre mis brazos,
fuertemente estrechada contra mi corazón... Sus labios
balbuceaban palabras de cariño, interrumpidas por un
millón de besos, y mis ojos se embriagaban con la dicha
que rebosaba de los suyos. ¿Soy culpable, Dios mío, por
acordarme de tanta felicidad y porque deseo soñar otra
vez lo mismo? ¡Carlota!, Carlota! ... Hace ocho días que
mis sentidos se han turbado; ya no tengo fuerzas ni para
pensar; mis ojos se llenan de lágrimas. No me hallo bien
en ninguna parte, y, sin embargo, estoy bien en todas. No
-108-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
espero nada, nada deseo. ¿No es mejor que me ausente?”
* * *
La resolución de abandonar este mundo había ido
robusteciéndose y afirmándose en el ánimo de Werther.
Desde su vuelta al lado de Carlota había considerado la
muerte como el término de sus males y como recurso
extremo de que siempre podría disponer. Pero se había
propuesto no acudir a él de una manera brusca y violenta.
No quería dar este último paso sino con mucha calma e
impulsado por la más firme convicción. Sus incertidumbres,
sus luchas se reflejan en algunas líneas que parecen
ser el principio de una carta a su amigo. El papel no tiene
ninguna fecha:
“Su presencia..., su situación..., el interés que manifiesta
por mi suerte, arrancan lágrimas de mi cerebro petrificado.
“Levantar el vuelo y seguir adelante: esto es todo...
¿Por qué asustarse? ¿Por qué dudar? ¿Acaso porque se
ignore lo que hay allá, porque no vuelve, o más bien
porque es propio de nuestra naturaleza suponer que todo
es confuso y tinieblas en lo desconocido?”
Cada vez se acostumbraba más a estos funestos pensamientos,
y llegaron a hacérsele en extremo familiares.
Su proyecto fue, al fin, determinado de una manera irrevocable.
La prueba se encuentra en la siguiente carta de
doble sentido que escribió a su amigo:
20 DE DICIEMBRE
“Agradezco, querido Guillermo, que tu amistad haya
comprendido tan bien lo que yo quería decir. Tienes razón;
lo mejor que puedo hacer es ausentarme. Pero la invitación
que me haces para que vuelva a vuestro lado no está muy
en armonía con mi pensamiento. Antes haré una corta
excursión, a la que convidan el frío continuado que es de
-109-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
esperar y los caminos que estarán en buen estado. Tu
deseo de venir a buscarme me agrada mucho; pero te
ruego me concedas un plazo de quince días, y que esperes
a recibir otra carta mía en la que te comunique mis últimas
noticias. Di a mi madre que ruegue a Dios por su hijo; dile
también que le pido perdón por todos los pesares que le
he causado. Sin duda, entraba en mi destino apesadumbrar
a las personas a quienes hubiera querido hacer fe luces.
Adiós, mi querido amigo; el cielo derrame sobre ti sus
bendiciones.”
* * *
No intentamos describir ahora lo que pasaba en el corazón
de Carlota y los sentimientos que en él despertaban su
esposo y su desgraciado amigo, por más que el
conocimiento que tenemos de su carácter nos permite
formar una idea aproximada.
Toda mujer dotada de un alma noble se identificará con
ella y comprenderá lo que ha debido sufrir.
Indudablemente, estaba decidida a hacer cuanto de su
parte dependiera para alejar a Werther. Si aún vacilaba, su
vacilación era hija de afectuosa piedad: sabía bien cuánto
había de costar a su amigo aquel paso supremo, porque
conocía hasta dónde llegaban sus fuerzas. Y, sin embargo,
no tardó en verse obligada a tomar una resolución. Su
marido continuaba guardando silencio sobre el asunto, y
ella hacía otro tanto; pero esto era un nuevo motivo para
que demostrase con hechos que sus sentimientos
encerraban la misma dignidad que los de Alberto.
El día en que Werther escribió a su amigo la última carta
que hemos copiado era el domingo anterior a la Navidad.
Fue por la tarde a casa de Carlota y la encontró sola,
entretenida en preparar algunos regalos que pensaba hacer
a sus hermanos el día de Nochebuena. Con este motivo
él habló de la alegría que iban a experimentar los niños
cuando abriéndose de pronto una puerta. viesen aparecer
el árbol de la Navidad lleno de velitas, de dulces y de
-110-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
juguetes.
—Vos también—dijo, ocultando con una sonrisa el
embarazo que la presencia de Werther le causaba—tendréis
vuestro aguinaldo si sois juicioso: una vela y alguna otra
cosa.
—¿A qué llamáis ser juicioso?—preguntó él—. ¿Cómo
debo, cómo puedo yo ser, Carlota?
—El jueves—repuso ella—es la víspera de la Navidad, y
vendrán los niños con mi padre. Cada uno recibirá
entonces su aguinaldo. Venid también ese día..., pero antes,
no.
Werther se quedó aterrado.
—Os ruego—añadió Carlota—que lo hagáis así, y os lo
ruego porque lo exige mi tranquilidad. Esto no puede
continuar, Werther; no, no puede continuar.”
Él bajó los ojos y, paseándose por la habitación a grandes
pasos, murmuraba entre dientes: “Esto no puede
continuar.”
Carlota, al ver el violento estado en que habían sumido
sus palabras, trató por mil medios de distraerle de sus
pensamientos; pero fue en vano
—No, Carlota—exclamó—, no volveré a veros.
—¿Por qué, Werther? Podéis y hasta debéis venir
a vernos, pero también debéis procurar ser más dueño de
vos. ¡Ah! ¿Por qué habéis nacido con ese fuego indomable
y esa apasionada violencia que mostráis en vuestras
afecciones? Os suplico—añadió cogiéndole la mano—
que procuréis dominaros. Vuestro talento, vuestras
relaciones, vuestra instrucción os tienen reservados
muchos goces. Sed hombre... y triunfaréis de esa fatal
-111-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
inclinación que os arrastra hacia una mujer que todo lo
que puede hacer por vos es compadeceros.
Werther rechinó los dientes y la miró con aire sombrío.
Carlota, mientras tanto, retenía entre sus manos la de su
amigo.
—Tened calma—le dijo—. ¿No comprendéis que corréis
voluntariamente a vuestra ruina? ¿Por qué he de ser yo,
precisamente yo..., que pertenezco a otro hombre?... ¡Ah!,
temo que la imposibilidad de obtener mi amor es lo que
exalta vuestra pasión.
Werther retiró su mano y miró a Carlota con disgusto
—Está bien—asintió—; sin duda esa observación se le
ha ocurrido a Alberto. Es profunda. . ., ¡muy profunda! .
. .
—Cualquiera puede hacerla—repuso ella. ¿No habrá en
todo el mundo una joven capaz de satisfacer los deseos
de vuestro corazón? Buscadla; yo os respondo de que la
encontraréis. Hace bastante tiempo que deploro, por vos
y por nosotros, el aislamiento en que os habéis condenado.
Vamos, haced un pequeño esfuerzo; un viaje puede
distraeros; si buscáis bien, encontraréis algún objeto digno
de vuestro cariño, y entonces podéis volver para que
disfrutemos todos de esa tranquilidad que da una amistad
sincera.
—Podrían imprimirse vuestras palabras—dijo Werther
sonriendo con amargura—y recomendarlas a todos los
que se dedican a la enseñanza. ¡Ah, querida Carlota!,
concededme un corto plazo, y todo se arreglará.
—Concedido; pero no volváis hasta la víspera de la
nochebuena.
Werther iba a responder cuando entró Alberto. Se
saludaron en tono seco y desabrido, y ambos se pusieron
-112-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
a pasear, uno al lado del otro, visiblemente azorados.
Werther habló de cosas insignificantes que dejaba a medio
decir; Alberto, después de hacer otro tanto, preguntó a
su mujer por algunos encargos que le tenía encomendados.
Al saber que no habían sido terminados, le dirigió algunas
frases que Werther encontró no sólo frías sino duras. Éste
quiso marcharse, y le faltaron las fuerzas. Permaneció allí
hasta las ocho, aumentándose su mal humor, cuando vio
que ponían la mesa, tomó su bastón y su sombrero.
Alberto le invitó a quedarse; pero él consideró la invitación
como un acto de obligada cortesía, y se retiró dando
fríamente las gracias. Cuando volvió a su casa tomó la
luz de mano de su criado, que quería alumbrarle, y subió
solo a su habitación. Una vez en ella, se puso a recorrerla
a grandes pasos, sollozando y hablando solo, pero en
voz alta y con calor; acabó por arrojarse vestido sobre el
lecho, donde el criado le halló tendido a las once, cuando
entró a preguntarle si quería que le quitase las botas. Werther
consintió que lo hiciera, prohibiéndole al mismo tiempo
que entrara en su cuarto al día siguiente antes de que él le
llamase.
El lunes 21 de diciembre, por la mañana, escribió a Carlota
la siguiente carta, que se encontró cerrada sobre su mesa
y fue remitida a la persona a quien se dirigía. La insertamos
aquí por fragmentos, como parece que él la escribió:
“Es cosa resuelta, Carlota: quiero morir y te lo participo
sin ninguna exaltación romántica, con la cabeza tranquila,
el mismo día en que te veré por última vez.
“Cuando leas estas líneas, mi adorada Carlota yacerán en
la tumba los despojos del desgraciado que en los últimos
instantes de su vida no encuentra placer más dulce que el
placer de pensar en ti. He pasado una noche terrible: con
todo, ha sido benéfica, porque ha fijado mi resolución.
¡Quiero morir!
-113-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“Al separarme ayer de tu lado, un frío inexplicable se
apoderó de todo mi ser; refluía mi sangre al corazón, y
respirando con angustiosa dificultad pensaba en mi vida,
que se consume cerca de ti, sin alegría, sin esperanza.
¡Ah!, estaba helado de espanto.
Apenas pude llegar a mi alcoba, donde caí de rodillas,
completamente loco. ¡Oh Dios mío!, tú me concediste
por última vez el consuelo de llorar. Pero ¡qué lágrimas
tan amargas! Mil ideas, mil proyectos agitaron
tumultuosamente mi espíritu, fundiéndose al fin todos en
uno solo, pero firme, inquebrantable: ¡morir! Con esta
resolución me acosté, con esta resolución, inquebrantable
y firme como ayer, he despertado: ¡quiero morir! No es
desesperación, es convencimiento: mi carrera está
concluida, y me sacrifico por ti. Sí, Carlota, ¿por qué te
lo he de ocultar? Es preciso que uno de los tres muera, y
quiero ser yo. ¡Oh vida de mi vida! Más de una vez en mi
alma desgarrada ha penetrado un horrible pensamiento:
matar a tu marido..., a ti..., a mí. Sea yo, yo solo; así será.
“Cuando al anochecer de algún hermoso día de verano
subas a la montaña, piensa en mí y acuérdate de que he
recorrido muchas veces el valle; mira luego hacia el
cementerio, y a los últimos rayos del sol poniente vean
tus ojos cómo el viento azota la hierba de mi sepultura.
Estaba tranquilo al comenzar esta carta, y ahora lloro como
un niño. ¡Tanto martirizan estas ideas mi pobre corazón!”
Werther llamó a su criado cerca de las diez. Mientras le
vestía, le dijo que iba a hacer un viaje de algunos días, y
que era preciso, por tanto, sacar la ropa y preparar las
maletas; le mandó, además, arreglar las cuentas, recoger
muchos libros que había prestado y dar a algunos pobres,
a quienes socorría una vez por semana, el importe
anticipado de la limosna de dos meses.
Se hizo servir el almuerzo en su cuarto, y después de
haber comido, se dirigió a la casa del juez, a quien no
encontró. Se paseó por el jardín con aire pensativo que
-114-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
parecía indicar el deseo de fundir en una sola todas las
ideas capaces de avivar sus amarguras. Los niños del juez
no le dejaron solo mucho tiempo: salieron a su encuentro
saltando de alegría y le dijeron que cuando llegase mañana
y pasado mañana, y el día siguiente, Carlota les daría los
aguinaldos: sobre esto le contaron todas las maravillas
que les prometía su imaginación. “¡Mañana —exclamó
Werther—, y pasado mañana..., y después otro día!”
Los abrazó cariñosamente, se disponía a abandonarlos,
cuando el más pequeño dio señales de querer decir algo
al oído. El secreto se redujo a participarle que sus
hermanos mayores habían escrito felicitaciones para el
año nuevo: una para el papá, otra para Alberto y Carlota,
y otra para Werther. Todas las entregarían por la mañana
temprano el primer día del año. Estas palabras le
enternecieron: hizo algunos regalos a todos y tras de
encargarles que saludaran a su papá, montó a caballo y se
marchó llorando.
A las cinco volvió a su casa; recomendó a la criada que
cuidase de la lumbre hasta la noche, y encargó al criado
que empaquetase los libros y la ropa blanca y metiese en
la maleta los trajes.
Parece probable que después de esto debió de ser cuando
escribió el siguiente párrafo de su última carta de Carlota:
“Tú no me esperas; tú crees que voy a obedecerte y a no
volver a tu casa hasta la víspera de la Navidad... ¡Oh
Carlota!..., hoy o nunca. El día de la Nochebuena tendrás
este papel en tus manos trémulas y lo humedecerás con
tus preciosas lágrimas. Lo quiero..., es preciso. ¡Oh, qué
contento estoy de mi resolución!”
Entre tanto, Carlota se encontraba en una situación de
ánimo bien extraña. En su última entrevista con Werther
había comprendido cuán difícil le sería decidirle a que se
alejara, y había adivinado mejor que
nunca los tormentos que el infeliz iba a sufrir separado de
-115-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
ella.
Habiendo participado a su marido, como incidentalmente,
que Werther no volvería hasta la víspera de la Navidad.
Alberto se marchó a ver al juez de un distrito inmediato
para ventilar un asunto que debía retenerle hasta el siguiente
día.
Carlota estaba sola, ninguna de sus hermanas se encontraba
a su lado. Aprovechando esta circunstancia, se abandonó
a sus ideas y dejó vagar su espíritu entre los afectos de su
pasado y su presente.
Se contemplaba unida a un hombre cuyo amor y fidelidad
le eran bien conocidos y a quien amaba con toda su alma;
a un hombre que por su carácter, tan entero como apacible,
parecía formado para asegurar la felicidad de una mujer
honrada. Comprendía lo que este hombre era y debía ser
siempre para ella y para su familia. Por otra parte, le había
sido tan simpático Werther desde el momento en que se
conocieron, y llegó a serle tan querido, era tan espontáneo
el afecto que los unía, y había engendrado tal intimidad el
largo trato que medió entre ambos, que el corazón de
Carlota conservaba de ello impresiones indelebles. Se había
acostumbrado a contarle todo lo que pensaba, todo lo
que sentía.
Su marcha, por tanto, iba a producir en la vida de Carlota
un vacío que nada podía llenar. ¡Ah!, si ella hubiera podido
hacerle su hermano, ¡qué feliz habría sido! ¡Si hubiera
podido casarlo con alguna de sus amigas! ¡Si hubiera
podido restablecer la buena inteligencia que antes reinó
entre Alberto y él! Pasó en su mente revista a todas sus
amigas, y en todas encontraba defectos...; ninguna le
pareció digna del amor de Werther. Después de mucho
reflexionar concluyó por sentir confusamente, sin atreverse
a confesárselo, que el secreto deseo de su corazón era
reservárselo para ella, por más que se decía a sí misma
que ni podía ni debía hacerlo. Su alma, tan pura y tan
hermosa, y hasta entonces tan inaccesible a la tristeza,
-116-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
recibió en aquel momento una herida cruel. La perspectiva
de su dicha se disipaba entre las nubes que cubrían el
horizonte de su vida.
A las seis y media oyó a Werther, que subía la escalera,
preguntando por ella. Al momento reconoció sus pasos y
su voz, y el corazón le latió vivamente por primera vez,
podemos decirlo, al acercarse el joven. De buena gana
habría mandado que le dijesen que no estaba en casa, y,
cuando le vio entrar, no pudo menos que exclamar con
visible azoramiento y llena de emoción.
—¡Ah!, habéis faltado a vuestra palabra.
—Yo nada os prometí—repuso él.
—Pero debisteis haber atendido mis súplicas, teniendo
en cuenta que os las hice para bien de amigos.
No se daba cuenta de lo hacía, ni de lo que decía y envió
por dos amigas suyas para no encontrarse sola con
Werther. Éste dejó algunos libros que había llevado y pidió
otros.
Carlota esperaba con afán que sus amigas llegasen, pero
un momento después deseaba lo contrario. Volvió la criada
y dijo que ninguna de las dos podía complacerla.
Entonces se la ocurrió dar a la criada orden de que se
quedara en la habitación inmediata haciendo labor; pero
en seguida cambió de idea.
Werther se paseaba por la sala con visible agitación.
Carlota se sentó al clavicémbalo y quiso tocar un minué;
pero sus dedos se resistían a secundar su intento.
Abandonó el clavicémbalo y fue a sentarse al lado de
Werther, que ocupaba en el sofá su sitio de costumbre.
—¿No traéis nada que leer?—dijo Carlota.
-117-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
No traía él nada.
—Ahí, en la cómoda—prosiguió ella—, tengo la
traducción que hicisteis de algunos cantos de Ossián.
Todavía no la he visto, porque esperaba que vos me la
leeríais; pero hasta ahora no se ha presentado ocasión.
Werther sonrió y fue a buscar el manuscrito. Al cogerlo
experimentó un involuntario estremecimiento; al hojearlo
se llenaron de lágrimas sus ojos. Luego, esforzándose
para que su voz pareciera segura, leyó lo que sigue:
—”¡Estrella del crepúsculo que resplandeces soberbia en
occidente, que asomas tu radiante faz entre las nubes y te
paseas majestuosa sobre la colina!..., ¿qué miras a través
del follaje? Los indómitos vientos se han calmado; se oye
lejano el ruido del torrente; las espumosas olas se estrellan
al pie de las rocas y el confuso rumor de los insectos
nocturnos se cierne en los aires. ¿Qué miras, luz hermosa?
Sonríes y sigues tu camino. Las ondas se elevan gozosas
hasta ti, bañando tu brillante cabellera. ¡Adiós, rayo de
luz dulce y tranquilo! ¡Y tú, sublime luz del alma de Ossián
brilla aparece a mis ojos! Vedla; allí asoma en todo su
esplendor. Ya distingo a mis amigos muertos; se reúnen
en Lora como durante mejores días... Fingal avanza con
una húmeda columna de bruma; en torno suyo están sus
valientes. Ved los dulcísimos bardos; Ulino, con su cabello
gris; el majestuoso Ryno; Alpino, el celestial cantor, y tú,
quejumbrosa Minona! ¡Cuánto habéis cambiado, amigos
míos, desde las fiestas de Selma, donde nos diputábamos
el honor de cantar, como los céfiros de primavera columpian
unas tras otras las lozanas hierbas de la montaña! Se
adelantó Minona, en todo el esplendor de su belleza, con
la vista baja y los ojos llenos de lágrimas. Flotaba su
cabellera a merced del viento que soplaba desde la colina.
El alma de los héroes se entristeció al oír su dulce canto,
porque habían visto muchas veces la tumba de Salgar, y
muchas también la agreste morada de la blanca Colma...,
de Colma, abandonada en la montaña, sin más compañía
-118-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
que la del eco de su voz armoniosa. Salgar había prometido
ir; pero, antes que llegase, la noche envolvió en sus
tinieblas a Colma. Escuchad su voz; oíd lo que cantaba
vagando por la montaña:
“”COLMA.—Es de noche; estoy sola, extraviada en las
tempestuosas cimas de los montes. El viento silba en torno
mío. El torrente se precipita con estruendo desde lo alto
de las rocas. No tengo ni una cabaña que me defienda
contra la lluvia, y estoy abandonada entre estos peñascos
azotados por la tormenta. Rompe, ¡oh luna!, tu prisión de
nubes. ¡Dejadme ver vuestros resplandores, luceros de la
noche! Guíeme un rayo de luz al sitio donde el dueño de
mi amor reposa de las fatigas de la caza, con el arco suelto
a sus pies, con los perros jadeando en su derredor. ¿Es
preciso que permanezca aquí, sola y sentada sobre la roca,
encima de la cóncava cascada? Oigo los rugidos del
torrente y del huracán, pero, ¡ay!, no llega a mi oído la del
que amo. ¿Por qué tarda tanto mi Salgar? ¿Habrá olvidado
su promesa? Éstos son la roca y el árbol, éstas las
espumosas ondas. Tú me ofreciste venir aquí al
anochecer... ¡Ah! ¿Dónde estás, Salgar mío? Yo quería
huir contigo, yo quería abandonar por ti a mi orgulloso
padre y a mi orgulloso hermano. Hace mucho tiempo que
son enemigas nuestras familias; pero nosotros no somos
enemigos, Salgar. ¡Cálmate por un momento, huracán!
¡Enmudece por un instante, potente catarata! Dejad que
mi voz resuene por todo el valle, y que la oiga mi viajero.
Salgar, yo soy quien te llama. Aquí están el árbol y la
roca. Salgar, dueño mío, aquí me tienes; ven... ¿Por qué
tardas? La luna aparece; las olas, en el valle, reflejan sus
rayos; las rocas se esclarecen; las cumbres se iluminan.
Sin embargo, no veo a mi amado. Sus perros, que siempre
se le adelantan, no me anuncian su venida. ¡Ah, Salgar!
¿Por qué me dejas sola? Pero ¿quiénes son aquellos que
se distinguen allá abajo entre los arbustos? Hablad, amigos
míos... ¡Oh!, no contestan. . . ¡Qué ansiedad siente mi
alma!... ¡Están muertos! Sus cuchillas se han enrojecido
con la sangre del combate. ¡Oh, hermano mío!..., ¿por
qué has matado a mi Salgar? Y tú mi querido Salgar, ¿por
-119-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
qué has matado a mi hermano? ¡Os quería tanto a los
dos! ¡Estabas tú tan bello entre los mil guerreros de la
montaña! ¡Y él era tan bravo en la pelea! Escuchad mi
voz y respondedme, amados míos. Pero, ¡ay de mí!, se
hallan mudos, mudos para siempre. Sus corazones permanecen
helados como la tierra. ¡Oh!, desde las altas
rocas, desde las cumbres en que se forman las
tempestades, habladme vosotros, espíritus de los muertos.
Yo os escucharé sin pavor. ¿Adónde habéis ido a reposar?
¿En qué gruta del monte podré encontrarlos? Ninguna voz
suspira en el viento; ningún gemido solloza entre los de la
tempestad. Aquí, abismada en mi dolor, anegada en llanto,
espero la nueva aurora. Cavad su sepultura, amigos de
los muertos; pero no la cerréis hasta que yo baje a ella. Mi
vida se desvanece como un sueño. ¿Acaso puedo
sobrevivirlos? Aquí, cerca del torrente que salta entre
peñascos, es donde quiero quedarme con ellos. Cuando
la noche caiga sobre la montaña y silbe el viento entre los
matorrales, mi espíritu se lanzará al espacio lamentando la
muerte de mis amigos. El cazador me oirá desde su cabaña
de follaje; mi voz le dará miedo y, sin embargo me amará,
porque será dulce mientras llore por ellos. ¡Los quería
tanto! Así cantabas, ¡oh Minona, bella y pálida hija de
Thormann! Nuestras lágrimas corren por Colma y nuestra
alma se torna sombría como la noche. Ulino apareció
con el arpa y nos hizo oír el canto de Alpino. Alpino fue
un cantor melodioso, y el alma de Ryno era un rayo de
fuego. Pero uno y otro yacían en la estrecha mansión de
los muertos, y sus voces no resonaban ya en Selma. Un
día, volviendo Ulino de la caza, antes que los dos héroes
hubiesen sucumbido, los oyó cantar en la colina. Su canto
era dulce, pero no triste. Se lamentaban de la muerte de
Morar, el mayor de los héroes. El alma de Morar era gemela
de la de Fingal; su espada, semejante a la espada de Oscar.
Murió; gimió su padre, y los ojos de su hermana
Minona se llenaron de lágrimas al oír el canto de Ulino.
Minona retrocedió como la luna esconde su cabeza detrás
de las nubes cuando presiente la tempestad. Yo
acompañaba con el arpa el canto de las lamentaciones.”
-120-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
“”RYNO.— Cesaron ya el viento y la lluvia las nubes se
disipan; el cielo aparece diáfano; el sol, caminando al ocaso
dora con sus últimos rayos las crestas de los montes. El
torrente enrojecido rueda por el valle. Dulce es el murmullo
del río, pero más dulce es la voz de Alpino cuando canta
a los muertos. Su cabeza está inclinada por el peso de los
años, y sus ojos, escaldados por el llanto. Alpino, celestial
cantor, ¿por qué vagas solitario por la montaña
silenciosa? ¿Por qué gimes como el viento en el bosque y
como la ola que se rompe en lejana playa?”
“”ALPINO.—Mi llanto, Ryno, brota por los muertos. Mi
voz va hacia los habitantes del sepulcro. Tú eres ágil y
esbelto, Ryno, eres bello entre los hijos de la montaña;
pero caerás como Morar, y la aflicción irá también a
sentarse sobre tu ataúd. La montaña te olvidará, y tu arco
abandonado penderá de lo alto de la muralla. ¡Oh, Morar!,
tú eras ligero como el corzo que ama la colina, terrible
como el fuego del cielo en la oscuridad de la noche; tu
cólera era una tempestad, tu espada era un rayo en el
combate, tu voz era el rugido del torrente después de la
lluvia, el del trueno rodando sobre las montañas. Muchos
han caído al golpe de tu brazo; la llama de tu cólera los ha
consumido... Pero cuando volvías de la guerra, ¡qué dulce
y apacible era tu encanto! Tu rostro parecía el sol después
de la tormenta; parecía la luna iluminando una noche serena.
Tu pecho era un reflejo del mar cuando se calma el viento
que lo agita. ¡Qué pequeña y sombría es ahora tu morada!
Con tres pasos se mide la sepultura del que no ha
mucho fue tan grande. Cuatro piedras cubiertas de musgo
son tu único monumento. Un árbol sin hojas, altas hierbas
que columpia la brisa. Eso es todo lo que revela al experto
cazador el sitio donde yace el poderoso Morar. Tú no
tienes madre ni amante que te lloren: murió la que te dio el
ser: murió también la hija de Morglan. ¿Quién es aquel
hombre que se apoya tristemente en un bastón? ¿Quién
es aquel hombre cuya cabeza blanquea antes de tiempo, y
no cesa de llorar? Es tu padre, ¡oh Morar!, tu padre, que
no tenía otro hijo. Muchas veces oyó hablar de tu valor,
de los enemigos que cayeron a los golpes de tu espada:
-121-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
muchas veces oyó hablar de la gloria de Morar ¡ay!, ¿por
qué le contaron también tu muerte? Llora, desgraciado
padre, llora, que tu hijo no te oirá. El sueño de los muertos
es muy profundo; su almohada de polvo está muy honda.
No se levantará tu hijo al oír tu voz; no se despertará a tus
gritos. ¡Ah!, ¿cuándo penetrará la luz en el sepulcro?
¿Cuándo se podrá decir al que duerme en él: “despierta”?
¡Adiós, noble joven; adiós, valiente guerrero! Ya no
volverán a verte los campos de batalla; ya el bosque
sombrío no se iluminará con el centelleo de tu espada.
No has dejado hijos, pero el canto de los trovadores
conservará y transmitirá tu nombre a la posteridad. Las
edades futuras oirán hablar de tus hazañas y conocerán a
Morar. La aflicción de los guerreros era profunda; pero
los sollozos de Armino la dominaban. Este canto le
recordó la pérdida de un hijo, muerto en la flor de su
edad. Carmor estaba junto al héroe; Carmor, el príncipe
de Galmar. “¿Por qué suspiras de este modo?” le dijo.
¿Es aquí donde hay que llorar? La música y el canto que
se dejan oír, ¿no son para reanimar el espíritu, lejos de
abatirle? Ligeros vapores se escapan del lago, invaden el
bosque y humedecen las flores: el sol aparece brillante,
los vapores se disipan. ¿Por qué estás triste, ¡oh Armino!,
tú que reinas en Gorma, que tiene un cinturón de
olas?”
“”ARMINO.—Estoy triste, y tengo motivos poderosos
para estarlo. Carmor, tú no has perdido un hijo ni tienes
que llorar la muerte de una hija radiante de hermosura.
Colgar, el intrépido joven, vive aún, y como él la bella
Almira. Los retoños de tu raza florecen, Carmor, pero
Armino es el último de una rama seca. Sombrío es tu
lecho, Daura; sombrío es tu sueño en el sepulcro.
¿Cuándo despertarás? ¿Cuándo volverá a resonar tu voz
melodiosa? Levantaos, vientos del otoño...,
desencadenaos sobre la oscura maleza... Torrentes de la
selva, desbordaos... Huracanes, arrancad a vuestro paso
las encinas... Y tú, luna, muestra y esconde alternativamente
tu pálido rostro entre las rasgadas nubes. Recuérdame la
terrible noche en que murieron mis hijos, mi valiente Arindal
-122-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
y mi querida Daura. Daura, hija mía; tú eres tan hermosa
como el astro de plata que esclarece la colina, blanca como
la nieve y dulce, dulce como la brisa embalsamada de la
de la mañana. Arindal, tu arco era invencible, fuerte tu
lanza, poderosa tu mirada, como la nube que rueda sobre
las olas; tu escudo parecía un meteoro en el seno de una
tempestad. Armar célebre en los combates, solicitó el amor
de Daura, y bien pronto lo obtuvo. Pero Erath, hijo de
Odgall, temblaba de rabia porque su hermano había sido
muerto por Armar. Vino disfrazado de batelero; su barca
se columpiaba gallardamente sobre las ondas. Traía el
pelo blanco; su semblante era grave y tranquilo. “¡Oh!,
tú, la más bella de las jóvenes, amable hija de Armino—
dijo—, allá abajo, en una roca, no lejos de la orilla, espera
Armar a su querida Daura.” Ella le siguió y llamó a Armar;
pero el eco sólo contestó a su voz. “Armar, dueño mío,
mi bien, ¿por qué me apesadumbras de este modo?
Escucha, hijo de Armath, oye mis ruegos... Es tu Daura
quien te llama.” El traidor Erath la dejó sobre la roca, y
volvió a tierra riéndose. Daura se deshizo en gritos, llamando
a su padre y a su hermano: “Arindal, Armino, no
vendréis ninguno de los dos a salvar a vuestra Daura?”
Arindal, mi hijo, descendió de la montaña cargado con el
botín de la caza, con las flechas suspendidas del costado,
el arco en la mano y rodeado de cinco perros negros.
Distinguió en su orilla al imprudente Erath; se apoderó de
él y le ató a un roble con fuertes ligaduras. Mientras Erath
llenaba de gemidos el espacio, Arindal, apoderándose de
su barca, se dirigió a la roca donde se hallaba Daura. En
esto, llega Armar, prepara furioso una flecha, silba el dardo,
y tú. hijo mío, pereces del golpe destinado al pérfido Erath.
En el momento en que la barca arribó a la roca, Arindal
dio el último suspiro. ¡Oh, Daura! La sangre de tu hermano
corrió a tus pies. ¡Cuál sería tu desesperación! La barca
deshecha contra la roca, se sumergió en el abismo. Armar
se arrojó al agua para salvar a Daura o morir. Una ráfaga
de viento baja de la montaña, arremolina el oleaje, y Armar
desaparece y no vuelve a aparecer. Mi desgraciada hija
quedaba sin amparo, sola, sobre un peñasco azotado por
las olas. Yo, su padre, oía sus lamentos y nada podía
-123-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
intentar en su auxilio. Toda la noche permanecí en la orilla,
contemplándola a los débiles rayos de la luna. Toda la
noche estuve oyendo sus clamores. El viento silbaba, el
agua caía a torrentes, y la voz de Daura se iba debilitando
a medida que se acercaba el día. Pronto se extinguió por
completo, como se desvanece la brisa de la tarde entre
las hierbas de la montaña. Consumida por la desesperación,
expiró, dejando a Armino solo en el mundo. Mi valor, mis
fuerzas y mi orgullo murieron con ella. Cuando las tormentas
bajan de la montaña, cuando el viento del norte
alborota el oleaje, yo me siento en la ribera, y fijo mis ojos
en la funesta roca. Muchas veces mientras la luna aparece
en el cielo, veo flotar en una penumbra luminosa las almas
de mis ojos, que vagan por el espacio unidas en abrazo
fraternal.”
Un torrente de lágrimas que brotó de los ojos de Carlota,
desahogando su oprimido corazón, interrumpió la lectura
de Werther. Éste arrojó a un lado el manuscrito y,
apoderándose de una de las manos de la joven, vertió
también amargo llanto. Carlota, apoyando la cabeza en la
otra mano, se cubrió el rostro con su pañuelo. Víctimas
él y ella de una terrible agitación, veían su propio infortunio
en la suerte de los héroes de Ossián y juntos lo deploraban.
Sus lágrimas se confundieron. Los ardientes labios de
Werther tocaron el brazo de Carlota. Ella se estremeció y
quiso alejarse; pero el dolor y la compasión la tenían
clavada en su asiento, como si una masa de plomo pesase
sobre su cabeza. Ahogándose y queriendo dominarse,
suplicó, sollozante, a Werther que prosiguiese la lectura,
su voz rogaba con un acento celestial.
Werther, cuyo corazón latía con tal violencia, que parecía
querer salirse del pecho, temblaba como un azogado, tomó
el libro y leyó con insegura voz:
—¿Por qué me despiertas, soplo embalsamado de la
primavera? Tú me acaricias y me dices: “Traigo conmigo
el rocío del cielo; pero pronto estaré marchito, porque
-124-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
pronto vendrá la tempestad que arrebatará mis hojas.
Mañana llegará el viajero; vendrá el que me ha conocido
en toda mi belleza; su vista me buscará en torno suyo, me
buscará y no me encontrará.”
Estas palabras causaron a Werther un profundo
abatimiento. Se arrojó a los pies de Carlota, completa y
espantosamente desesperado, y cogiéndole las manos, las
oprimió contra su frente.
Carlota sintió entonces un vago presentimiento de un
siniestro propósito. Turbado su juicio, cogió a su vez las
manos de Werther y las colocó sobre su corazón. Inclinóse
hacia él con ternura, y sus abrasadas mejillas se tocaron.
El mundo desapareció para ellos; él la estrechó entre sus
brazos, la apretó contra su pecho y cubrió de frenéticos
besos los temblorosos labios de su amada, que balbucía
palabras entrecortadas.
—¡Werther!—murmuraba ella con voz ahogada y
desviándose—. ¡Werther!—repetía, y con suave
movimiento trataba de alejarse—. ¡Werther!—exclamó por
tercera vez, ya con acento digno e imponente.
Él se sintió dominado; la soltó y se arrojó al suelo como
un loco.
Carlota se levantó y, completamente turbada, indecisa entre
el amor y la cólera, le dijo:
—Es la última vez, Werther; no volveréis a verme
Y, lanzando sobre aquel desgraciado una mirada llena de
amor, corrió a la habitación inmediata y se encerró, afligida,
en ella.
Werther extendió las manos sin atreverse a detenerla. En
el suelo, Y con la cabeza apoyada en el sofá, permaneció
más de una hora sin dar señales de vida.
-125-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
Al cabo de este tiempo oyó ruido y volvió en sí. Era la
criada qué venía a poner la mesa. Se levantó y empezó a
pasear por la habitación. Cuando volvió a quedarse solo,
se aproximó a la puerta por donde había desaparecido
Carlota, y exclamó en voz baja:
—¡Carlota! ¡Carlota! Una palabra sola, un adiós siquiera...
Ella guardó silencio. Esperó él, suplicó, esperó de nuevo...
Por último, se alejó de la puerta gritando:
— ¡Adiós, Carlota...; adiós para siempre!
Llegó a las puertas de la ciudad; los guardias, que estaban
acostumbrados a verle, le dejaron pasar. Caían menudos
copos de nieve; él, sin embargo, no volvió a la población
hasta una hora antes de medianoche.
Cuando llegó a su casa, el criado notó que no llevaba
sombrero; pero no se atrevió a decírselo. Le ayudó a
desnudarse; toda la ropa estaba calada. Más tarde
encontraron el sombrero en un peñasco que se destaca
sobre todos los de la montaña y que parece querer
desgajarse sobre el valle. No se comprende como en una
noche lluviosa y oscura pudo llegar a aquel punto sin
despeñarse.
Se acostó y durmió largo tiempo: cuando el criado entró
en el cuarto al día siguiente para despertarle, le halló
escribiendo, y le pidió café, que le sirvió en seguida.
Entonces Werther añadió estos párrafos a la carta que
tenía empezada para Carlota:
“Ésta es la última vez que abro los ojos; la última, ¡ay de
mí! Ya no volverán a ver la luz del sol, que hoy se oculta
detrás de una niebla densa y sombría. ¡Si, viste de luto,
naturaleza! Tu hijo, tu amigo, tu amante se acerca a su fin.
¡Ah, Carlota!, es una cosa que no se parece a nada y que
-126-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
sólo puede compararse con las percepciones confusas
de un sueño, el decirse: “¡Esta mañana es la última!”
Carlota, apenas puedo darme cuenta del sentido de esta
palabra: “¡La última!” Yo, que ahora tengo la plenitud de
mis fuerzas, mañana estaré sobre la tierra rígido y sin vida.
¡Morir! ¿Qué significa esto? Ya lo ves: los hombres
soñamos siempre que hablamos de la muerte. He visto
morir a mucha gente; pero somos tan pobres de
inteligencia, que a pesar de cuanto vemos, cunea sabemos
nada del principio ni del fin de la vida. En este momento
todavía soy mío..., todavía soy tuyo, si, tuyo, querida
Carlota; y dentro de poco..., ¡separados.... desunidos,
quizá para siempre! ¡No, Carlota, no! ¿Cómo puedo dejar
de ser? Existimos, sí. ¡Dejar de ser! ¿Qué significa esto?
Es una frase más, un ruido vano que mi corazón no
comprende. ¡Muerto, Carlota! ¡Cubierto por la tierra fría
en un rincón estrecho y sombrío! Tuve en mi adolescencia
una amiga que carecía de apoyo y de consuelo. Murió y
la acompañé hasta la fosa, donde estuve cuando bajaron
el ataúd; oí el crujir de las cuerdas cuando las soltaron y
cuando las recogieron. Luego arrojaron la primera palada
de tierra, y la fúnebre caja produjo un ruido sordo, después
más sordo, y después más sordo todavía, hasta que quedó
completamente cubierta de tierra. Caí al lado de la fosa,
delirante, oprimido, y con las entrañas hechas pedazos.
Pues bien: yo no sé nada de lo que hay más allá del
sepulcro. ¡Muerte! ¡Sepulcro! No comprendo estas
palabras.
“¡Oh! ¡Perdóname, perdóname! Ayer... aquél debió ser el
último momento de mi vida. ¡Oh ángel! Fue la primera
vez, si, la primera vez que una alegría pura y sin límites
llenó todo mi ser.
“Me ama, me ama... Aún quema mis labios el fuego sagrado
que brotaba de los suyos; todavía inundan mi corazón
estas delicias abrasadoras. ¡Perdóname, perdóname! Sabía
que me amabas; lo sabía desde tus primeras miradas
aquellas miradas llenas de tu alma; lo sabía desde la primera
vez que estrechaste mi mano. Y, sin embargo, cuando me
-127-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
separaba de ti o veía a Alberto a tu lado, me asaltaban por
doquiera rencorosas dudas.
“¿Te acuerdas de las flores que me enviaste el día de
aquella enojosa reunión en que ni pudiste darme la mano
ni decirme una sola palabra? Pasé la mitad de la noche
arrodillado ante las flores, porque eran para mí el sello de
tu amor; pero, ¡ay!, estas impresiones se borraron como
se borra poco a poco en el corazón del creyente el
sentimiento de la gracia que Dios le prodiga por medio de
símbolos visibles. Todo perece, todo; pero ni la misma
eternidad puede destruir la candente vida que ayer recogí
en tus labios y que siento dentro de mí. ¡Me ama! Mis
brazos la han estrechado, mi boca ha temblado, ha
balbuceado palabras de amor sobre su boca. ¡Es mía!
¡Eres mía! Sí, Carlota, mía para siempre. ¿Qué importa
que Alberto sea tu esposo? ¡Tu esposo! No lo es más
que para el mundo, para ese mundo que dice que amarte
y querer arrancarte de los brazos de tu marido para recibirte
en los míos es un pecado. ¡Pecado!, sea. Si lo es, ya lo
expío. Ya he saboreado ese pecado en sus delicias, en
sus infinitos éxtasis. He aspirado el bálsamo de la vida y
con él he fortalecido mi alma. Desde ese momento eres
mía, ¡eres mía, oh Carlota! Voy delante de ti; voy a reunirme
con mi padre, que también lo es tuyo, Carlota; me quejaré
y me consolará hasta que tú llegues. Entonces volaré a tu
encuentro, te cogeré en mis brazos y nos uniremos en
presencia del Eterno; nos uniremos con un abrazo que
nunca tendrá fin. No sueño ni deliro. Al borde del sepulcro
brilla para mí la verdadera luz. ¡Volveremos a vernos!
¡Veremos a tu madre y le contaré todas las cuitas de mi
corazón! ¡Tu madre! ¡Tu perfecta imagen!”
A las once llamó Werther a su criado y le preguntó si
había regresado Alberto. El criado contestó que le había
visto pasar a caballo. Entonces le mandó una esquela
abierta que sólo contenía estas palabras:
“¿Quieres hacerme el favor de prestarme tus pistolas para
-128-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
un viaje que he proyectado? Consérvate bueno. Adiós.”
***
La pobre Carlota apenas había podido dormir la noche
anterior. Su sangre pura, que hasta entonces había corrido
tranquilamente por sus venas, se agitaba en curso febril.
Mil sensaciones distintas con movían su noble corazón.
¿Era que abrasaba su seno el calor de las caricias de
Werther o que estaba indignada de su atrevimiento? ¿Era
que le mortificaba comparar su situación del momento
con su vida pasada, con sus días de inocencia, sosiego y
confianza? ¿Cómo presentarse a su esposo? ¿Cómo confesarle
una escena de que ella misma no quería darse
cuenta, por más que no tuviese nada de que avergonzarse?
Mucho tiempo hacía que marido y mujer no hablaban de
Werther, y precisamente ella debía romper el silencio para
hacerle una confesión no menos penosa que inesperada.
Temía que el solo anuncio de la visita de Werther fuese
para Alberto una gran mortificación. ¿Qué sucedería
cuando supiera él todo lo ocurrido? ¿Podría esperarse
que juzgara las cosas sin pasión y las viese tales como
habían pasado? ¿Podría desearse que leyera claramente
en el fondo de su alma? Y, por otra parte, ¿cómo disimular
ante un hombre para quien el pecho de ella había sido
siempre un transparente cristal y a quien no había ocultado
ni quería ocultar nunca el menor pensamiento? Estas
reflexiones la abrumaban, abismándola en una cruel
incertidumbre, y siempre se volvía su pensamiento hacia
Werther que la adoraba; hacia Werther, a quien no podía
abandonar y a quien era preciso que abandonase. ¡Ah...,
qué vacío para ella!
Aunque la agitación de su espíritu no le permitiese ver
claramente la verdad de las cosas, comprendió que pesaba
sobre ella la fatal desavenencia que separaba a su marido
y Werther; dos hombres tan buenos y tan inteligentes que
empezando por ligeras divergencias de sentimiento, habían
llegado a una mutua reserva y a una indiferencia glacial.
Cada uno se encerraba en el círculo de su propio derecho
-129-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
y de los errores del otro. Se había aumentado la tirantez
por ambas partes y había llegado a ser tal la situación,
que ya no podía despejarse sin violencia. Si los hubiera
unido más una dichosa confianza en los primeros
momentos, si la amistad y la indulgencia hubieran abierto
sus almas a algunas dulces expansiones, acaso habría sido
posible salvar al desgraciado joven. Una circunstancia
particular aumentaba la perplejidad de Carlota. Werther,
como hemos visto en sus cartas, no ocultó nunca su deseo
de abandonar el mundo. Alberto había combatido esta
idea muchas veces, y con frecuencia había cuestionado
sobre ella con su mujer. Impulsado por una instintiva
repugnancia hacia el suicidio, Alberto había sostenido muy
a menudo, con una rudeza impropia de su carácter, que
semejante resolución no era de hombre serio, y hasta se
había permitido alguna burla sobre el asunto, haciendo
así que su incredulidad se reflejara un tanto en Carlota.
Esto la tranquilizaba un poco cuando en su espíritu
aparecían siniestras imágenes; pero esto mismo impedía
que participara sus temores a su marido.
No tardó Alberto en llegar, y ella salió a recibirle con una
solicitud no exenta de embarazo. Alberto parecía
disgustado. No había podido terminar sus asuntos por
ciertas dificultades, hijas del carácter intratable y minucioso
del juez. El mal estado de los caminos había acabado de
ponerle de mal humor.
Preguntó si había ido alguien durante su ausencia, y su
mujer se apresuró a decirle que Werther había estado allí
la víspera por la tarde. Informado después de que en su
cuarto tenía algunas cartas y paquetes que habían llevado
para él, dejó sola a Carlota. La presencia del hombre por
quien sentía tanto cariño y tanto respeto, operó una nueva
revolución en el espíritu de ella. El recuerdo de la
generosidad del esposo, de su amor y de sus bondades,
le devolvió el sosiego. Experimentó un secreto deseo de
seguirle, y decidida a ello, hizo lo que hacía muchas veces:
ir a buscarle a su cuarto. Le encontró abriendo y leyendo
las cartas; algunas parecían preñadas de noticias
-130-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
desagradables. Le formuló varias preguntas sobre esto, y
él contestó lacónicamente, poniéndose luego a escribir.
Durante una hora permanecieron silenciosos, uno enfrente
del otro. Carlota se entristecía por momentos.
Comprendía que, aunque su marido estuviese del mejor
humor del mundo, iba a verse apurada para darle cuenta
de lo que sentía su corazón, y cayó en un abatimiento que
se tornaba más profundo a medida que se esforzaba ella
por ocultar y devorar sus lágrimas.
La llegada del criado de Werther aumentó la turbación
que experimentaba. El hombre entregó la carta de su amo,
y Alberto, después de leerla, se volvió fríamente hacia su
mujer, y le dijo:
—Dale mis pistolas—y volviéndose luego al criado,
añadió—: Decid a vuestro amo que le deseo un buen viaje.
Estas palabras produjeron en Carlota el efecto de un rayo.
Apenas tuvo fuerzas para levantarse. Se dirigió lentamente
a la pared, descolgó las armas y las limpió con mano
temblorosa.
Estaba indecisa, y habría tardado largo rato en
entregárselas al criado si Alberto, con una mirada
interrogadora, no la hubiese obligado a obedecer al punto.
Carlota entregó las pistolas al criado sin poder articular
una sola palabra. Cuando éste hubo salido, ella volvió a
tomar su labor y se retiró a su cuarto, presa de una
turbación espantosa y con el corazón agitado por
siniestros presentimientos.
Tan pronto quería ir a arrojarse a los pies de su marido y
confesarle la escena de la víspera, la turbación de su
conciencia y sus terribles temores, como desistía de
hacerlo, preguntándose de qué serviría aquel paso. ¿Podría
esperar que su marido, atendiendo a sus ruegos, corriese
inmediatamente a casa de Werther?
-131-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
La comida estaba en la mesa. Llegó una amiga de Carlota
sin más objeto que charlar un poco, pero temiendo
importunar, quiso retirarse. Carlota la retuvo en su
compañía. Esto dio margen a una conversación que animó
la comida, y, aunque esforzándose, se charló, y al cabo
se dio todo al olvido.
El criado de Werther llegó a su casa con las pistolas y las
entregó a su amo, que se apresuró a cogerlas al saber que
venían de manos de Carlota.
Mandó que le llevaran pan y vino, y encargando después
a su criado que fuera a comer, se puso a escribir:
“Han pasado por tus manos; tú misma les has quitado el
polvo, tú las has tocado..., y yo las beso ahora una y mil
veces.
“¡Angel del cielo, tú favoreces mi resolución! Tú, Carlota,
eres quien me presentas este arma destructora, así recibiré
la muerte de quien yo quería recibirla. ¡Qué bien me he
enterado por el criado de los menores detalles! Temblabas
al entregarle estas armas...; pero ni un adiós me envías.
¡Ay de mí!, ni un adiós. ¿Acaso el odio me ha cerrado tu
corazón por aquel instante de embriaguez que me ha unido
a ti para siempre? ¡Ah, Carlota!, el transcurso de los
siglos no borrará aquella impresión; y tú, estoy seguro de
ello, no podrás aborrecer nunca a quien tanto te idolatra.”
Después de comer mandó al criado que acabase de
empaquetarlo todo. Rompió muchos papeles, salió a pagar
algunas cuentas que tenía pendientes y se volvió luego a
su casa. Más tarde, a pesar de que llovía, salió de nuevo
y llegó hasta el jardín del difunto conde de M., fuera de la
población. Estuvo paseándose largo tiempo por los
alrededores y regresó a su morada al anochecer. Entonces
se puso a escribir:
“Guillermo: por última vez he visto los campos, el cielo y
los bosques. También a ti te doy el último adiós. Tú,
-132-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
madre mía, perdóname. Consuélala, Guillermo. Dios os
colme de bendiciones. Todos mis asuntos quedan
arreglados. Adiós, volveremos a vernos..., y entonces
seremos más felices.”
***
“Mal he pagado tu amistad, Alberto; pero sé que me
perdonas. He turbado la paz de tu hogar, he introducido
la desconfianza entre vosotros... Adiós: ahora voy a
subsanar estas faltas. ¡Quiera el cielo que mi muerte os
devuelva la dicha! ¡Alberto, Alberto!, haz feliz a ese ángel
para que la bendición de Dios descienda sobre ti.”
***
Por la noche aún estuvo revolviendo sus papeles; rompió
muchos, que arrojó al fuego, y cerró algunos pliegos
dirigidos a Guillermo. El contenido de éstos se reducía a
breves disertaciones y pensamientos sueltos, de los cuales
no conozco más que una parte. A eso de las diez hizo
que encendieran lumbre, mandó que le llevaran una botella
de vino y envió a dormir a su criado. El cuarto de éste,
como los de todos los que vivían en la casa, se hallaba a
gran distancia del de Werther. El criado se acostó vestido
para estar dispuesto muy temprano, porque su amo le
había dicho que los caballos de posta llegarían antes de
las seis de la mañana.
DESPUÉS DE LAS ONCE
“Todo duerme en torno mío, y mi alma está tranquila. Te
doy gracias, ¡oh Dios!, por haberme concedido en
momento tan supremo resignación tan grande. Me asomo
a la ventana, amada mía, y distingo a través de las
tempestuosas nubes algunos luceros esparcidos en la
inmensidad del cielo. ¡Vosotros no desapareceréis, astros
inmortales! El Eterno os lleva, lo mismo que a mí. Veo las
estrellas de la Osa, que es mi constelación favorita, porque,
de noche, cuando salía de su casa, la tenía siempre de-
133-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
lante. ¡Con qué delicia la he contemplado muchas veces!
¡Cuántas he levantado mis manos hacia ella para tomarla
por testigo de la felicidad de que entonces disfrutaba!
¡Oh Carlota!, ¿qué hay en el mundo que no traiga a mi
memoria tu recuerdo? ¿No estás en cuanto me rodea?
¿No te he robado codicioso como un niño, mil objetos
insignificantes que habías santificado con sólo tocarlos?
“Tu retrato, este retrato querido, te lo doy suplicándote
que lo conserves. He estampado en él mil millones de
besos, y lo he saludado mil veces al entrar en mi habitación
y al salir de ella. Dejo una carta escrita para tu padre,
rogándole que proteja mi cadáver. Al final del cementerio,
en la parte que da al campo, hay dos tilos, a cuya sombra
deseo reposar. Esto puede hacer tu padre por su amigo, y
tengo la seguridad de que lo hará. Pídeselo tú también.
Carlota. No pretendo que los piadosos cristianos dejen
depositar el cuerpo de un desgraciado cerca de sus
cuerpos. Deseo que mi sepultura esté a orillas de un camino
o en un valle solitario, para que, cuando el sacerdote o el
levita pasen junto a ella, eleven sus brazos al cielo,
bendiciéndome, y para que el samaritano la riegue con
sus lágrimas. Carlota, no tiemblo al tomar el cáliz terrible
y frío que me dará la embriaguez de la muerte. Tú me lo
has presentado, y no vacilo. Así van a cumplirse todas
las esperanzas y todos los deseos de mi vida, todos, sí,
todos.
“Sereno y tranquilo voy a llamar a la puerta de bronce del
sepulcro. ¡Ah, si me hubiese cabido en suerte morir
sacrificándome por ti! Con alegría con entusiasmo hubiera
abandonado este mundo, seguro de que mi muerte
afianzaba tu reposo y la felicidad de toda tu vida. Pero,
¡ay!, sólo algunos seres privilegiados logran dar su sangre
por los que aman y ofrecerse en holocausto Para
centuplicar los goces de sus preciosas existencias. Carlota,
deseo que me entierren con el traje que tengo puesto,
porque tú lo has bendecido al tocarlo. La misma petición
hago a tu padre. Prohibo que me registren los bolsillos.
Llevo en uno aquel lazo de cinta color de rosa que tenías
-134-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
en el pecho el primer da que te vi rodeada de tus niños...
¡Oh! Abrázalos mil veces y cuéntales el infortunio de su
desdichado amigo. ¡Cuánto los quiero! Aún los veo
agruparse en torno mío. ¡Ay, cuánto te he amado desde el
momento en que te vi! Desde ese momento comprendí
que llenarías toda mi vida... Haz que entierren el lazo conmigo...
Me lo diste el día de mi cumpleaños, y lo he
conservado como sagrada reliquia. ¡Ah!, nunca sospeché
que aquel principio tan agradable me condujese a este fin.
Ten calma, te lo ruego; no te desesperes... Están
cargadas... Oigo las doce... ¡Sea lo que ha de ser!
Carlota..., Carlota... ¡Adiós, adiós!”
Un vecino vio el fogonazo y oyó la detonación; pero como
todo permaneció tranquilo, no se cuidó de averiguar lo
ocurrido. A las seis de mañana del siguiente día entró el
criado en la alcoba con una luz, y vio a su amo tendido en
el suelo, bañado en su sangre y con una pistola al lado. Le
llamó y no obtuvo respuesta. Quiso levantarle y observó
que todavía respiraba. Corrió a avisar al médico y a
Alberto. Cuando Carlota oyó llamar, un temblor convulsivo
se apoderó de todo su cuerpo. Despertó a su marido y se
levantaron. El criado, acongojado y sollozando, les dio la
fatal noticia. Carlota cayó desmayada a los pies de su
marido.
Cuando el médico llegó al lado del infeliz Werther, le halló
todavía en el suelo y en un estado deplorable. Latía el
pulso aún; pero todos sus miembros estaban paralizados.
Había entrado la bala por encima del ojo derecho,
haciendo saltar los sesos. Le sangraron de un brazo, y
corrió la sangre; todavía respiraba. Unas manchas de
sangre que se veían en el respaldo de su silla indicaban
que consumó el suicidio sentado delante de la mesa donde
escribía y que en las convulsiones de la agonía había
rodado al suelo. Se hallaba tendido boca arriba, cerca de
la ventana, vestido y calzado, con frac azul y chaleco
amarillo.
-135-
Johann Wolfgang von Goethe: Werther
Universidad de Chile - Facultad de Ciencias Sociales - Programa de Informática - 1999
La gente de la casa y de la vecindad, y poco después
todo el pueblo, se pusieron en movimiento. Llegó Alberto.
Habían acostado a Werther en su lecho con la cabeza
vendada. Su rostro tenía ya el sello de la muerte. No se
movía; pero sus pulmones funcionaban aún de un modo
espantoso: unas veces casi imperceptiblemente, otras con
ruidosa violencia. Se esperaba que de un momento a otro
exhalase el último suspiro.
No había bebido más que un vaso de vino de la botella
que tenia sobre la mesa. El libro Emilia Galotti (8) estaba
abierto sobre el pupitre. Eran indescriptibles la
consternación de Alberto y la desesperación de Carlota.
El anciano juez llegó turbado y conmovido. Abrazó al
moribundo, bañándole el rostro con su llanto. No tardaron
en reunírsele sus hijos mayores, y se arrodillaron junto al
lecho, besando las manos del herido y no pudieron
contener el más intenso dolor. El mayor, que había sido
siempre el predilecto de Werther, se colgó al cuello de su
amigo y permaneció abrazado a él hasta que expiró.
La presencia del juez y las medidas que tomó evitaron
todo desorden. Hizo enterrar el cadáver por la noche a las
once en el sitio que había indicado Werther. El anciano y
sus hijos fueron formando parte del fúnebre cortejo;
Alberto no tuvo valor para tanto.
Durante algún tiempo se temió por la vida de Carlota.
Werther fue conducido por jornaleros al lugar de su
sepultura, sin que le acompañara ningún sacerdote.
FIN

(8) Tragedia del célebre poeta Golthold Efraín Lessing, que nació en
1729 y murió en 1781.